La Carta del Apóstol Santiago es de una practicidad innegable. Nos coloca frente a situaciones cotidianas y nos ilumina para que actuemos siempre de acuerdo a la voluntad de Dios en cada una de ellas. Si queremos saber, como hombres del mundo, cómo actuar en determinadas circunstancias vitales, no dejemos de hacer una buena lectura de este escrito del Nuevo Testamento, meditándolo con frecuencia y poniendo en práctica lo que nos enseña. Santiago no se anda por las ramas, sino que es muy frontal y diáfano en sus afirmaciones. Atrae mucho que así sea, máxime cuando en nuestros días estamos acostumbrándonos demasiado a la relativización o al endulzamiento de la verdad y a ser "políticamente correctos" en todo lo que decimos. Si en algo debe caracterizarse nuestra fe es en su claridad y en no andar en vacilaciones cuando hay que presentar lo bello y lo justo de la verdad cuando se mantiene sin contaminaciones. La verdad se impone por sí misma, y nosotros debemos ponernos a su servicio. No debemos jamás hacerle el juego ni a la manipulación ni a la mentira. Ni temer a presentar la verdad como es. Cuando se mantiene como tal, ella va siempre casada con la honestidad, con la justicia, con la paz, con la dulzura. La especie que cunde de que la verdad hiere, que es cruda e inhumana, es precisamente la que defienden quienes prefieren moverse en las medias verdades o en las mentiras. No es honesto quien por no crear o crearse problemas, por no herir, por no tener conflictos, oculta o manipula la verdad. Evidentemente quien usa la verdad no debe usarla tampoco como un arma arrojadiza con la que puede destruir a otros, considerándose superior por tenerla. Un aliado infaltable de la verdad es la humildad. El que se sabe en lo verdadero y lo justo no se jacta de ello, buscando la humillación de quien no ha obtenido aún la verdad, sino que busca conquistar desde la belleza y la humildad de la misma verdad. Todas estas cosas se desprenden de lo que el mismo Jesús nos ha enseñado. Él nos dijo: "La verdad los hará libres", por lo cual nos conduce sin defecto a la libertad, el estado de mayor compensación que podemos vivir los hombres. Y Él mismo se presentó como la verdad: "Yo soy el camino, la verdad y la vida", nos dijo, con lo cual declaró que poseer la verdad no es simplemente un gesto intelectual, sino que apunta a una experiencia vital que debe marcar la vida del cristiano. Si se conoce la verdad es para vivir en ella. No debe ser un adorno que colocamos en la fachada de nuestra vida.
A esa verdad justamente entendió Santiago que debía servir. Habiendo sido apóstol de Jesús, enviado al mundo para predicar en su nombre, quiso poner lo más claro posible las conductas básicas que deben regir la vida del cristiano, sobre todo en lo que se refiere a la vida comunitaria. "Toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira, pues la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere. Por eso, desechen toda inmundicia y la carga del mal que les sobra y acojan con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en ustedes y es capaz de salvar sus vidas". La concordia, la armonía, la paz que son todas el ideal que persigue vivir toda comunidad, no es un producto espontáneo. No es algo que aparece milagrosamente en la vida social. Es algo que construimos todos, aportando lo que nos corresponde. Santiago enseña que debemos dar tres pasos antes de reaccionar ante cualquier estímulo: ser prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira. Estas tres claves son fundamentales para una actuación madura y que apunte a la consecución de la paz. Si no invertimos tiempo en escuchar y nos atrevemos a hablar desde el desconocimiento que podemos tener de una situación, simplemente estaremos demostrando nuestra ignorancia y lo que podremos sembrar es confusión. Por añadidura, nos invita a evitar toda reacción de ira, dando una razón inobjetable: "La ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere". Las reacciones airadas no son inspiradas por Dios, que quiere que se implante la justicia en la vida en común. Cuando actuamos con ira, lo hacemos como la fiera que está herida, irracionalmente y procurando hacer el mayor daño posible. Evidentemente eso no logrará jamás la justicia. Y la consecuencia de esta conducta para cada uno es la vida religiosa, es decir, conectada con Dios: "El que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y permanece en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola en práctica, ese será dichoso al practicarla. Si alguien se cree religioso y no refrena su lengua, sino que se engaña a sí mismo, su religiosidad está vacía". Actuar prudentemente, haciendo que brille la madurez, la verdad y la libertad, será la mejor manera de aportar a la riqueza de la vida en comunidad.
Así quiere Dios que vivamos nuestra vida de fe. Que tenga consecuencias prácticas para nuestra vida comunitaria. La vida de fe no debe quedarse solo en el ámbito de lo individual, sino que tiene que trascender a lo social. No seremos buenos cristianos si no nos hacemos sentir en medio de nuestra comunidad, llevando como pertrechos la verdad, la libertad, la madurez. Un cristiano que no se hace sentir debe desconfiar ciertamente de su propia experiencia de fe. La fe es para vivirla y para convivirla. Nos abre a los hermanos. Jamás nos aísla. Es posible que quien no quiera ser enfrentado por la verdad que presentamos y no quiera asumir la libertad que vivimos como tesoro personal busque aislarnos. Está bien. Pero no nos debemos aislar nosotros mismos. Ellos son los que quieren mantenerse ciegos y seguir viviendo en su oscuridad. Nosotros seremos como Jesús, que devolvió la vista a los ciegos. Se nos presentará la posibilidad como a Él: "Le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase". La misma vida nos traerá esos ciegos y los pondrá ante nosotros. "Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó: '¿Ves algo?'. Levantando los ojos dijo: 'Veo hombres; me parecen árboles, pero andan'. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad". Así como la de Jesús debe ser nuestra actuación: sacar de su situación al que está en la oscuridad y ser insistentes hasta que logren ver con claridad la verdad y deslastrarse de toda esclavitud. Debemos asumir nuestra responsabilidad concreta y atender a las indicaciones que nos hace Santiago, apóstol de Cristo, que nos trae sus indicaciones de la manera más práctica posible.
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