jueves, 27 de mayo de 2021

Nuestra mayor alegría es haber sido bendecidos por el amor de Dios

 Haced Esto en Memoria de Mí | El deseado de todas las gentes

Dios ha creado al hombre para la felicidad. Su finalidad al hacerlo existir es mantenerlo junto a sí para que experimente su amor y viva continuamente en su presencia, en esa felicidad que le regala y que le pertenece, pues es donación amorosa e irrevocable de la voluntad divina. Al ser ese amor inmutable, pues es la misma esencia divina que no puede cambiar, su donación a los hombres tampoco se transformará jamás. Los hombres podemos vivir seguros eternamente en el amor de Dios, pues una vez que nos lo ha concedido, ya nunca desaparecerá de nuestras vidas, pues "los dones de Dios son irrevocables", a decir de San Pablo. Dios empeña su ser en esa donación, pues donar el amor implica donarse a sí mismo. El amor no es "algo" que Dios cede, sino que es Él mismo, su ser entero, lo que va unido al don, más aun, lo que es el don. Esa experiencia de donación de Dios, siendo el tesoro más valioso en la vida de los hombres, requiere, de parte de los receptores, como es lógico, el hacerlo consciente, aceptarlo, vivirlo, asumir el compromiso al que llama, abrir el corazón a su acción. Es, de alguna manera, hacerse también uno con el amor, viviendo su esencia, cumpliendo el ser "imagen y semejanza" del Creador, con lo cual se eleva sobre la simple condición humana, asumiendo la asimilación a la naturaleza divina, asemejándose cada vez más a la causa de su origen, y haciéndose reflejo del amor divino en el mundo del que es hecho dueño. Ese mundo, por la presencia del hombre que se ha asimilado al Dios del amor, debe estar imbuido todo él en la experiencia del amor de Dios, por la presencia del hombre creado en ese amor. Esa donación de Dios es absolutamente libre y espontánea. No hay nada que obligue a Dios a realizarla, sino solo su ser amoroso y su deseo de beneficiar al hombre eternamente. Dios ama porque Él, en su esencia, es el amor. Nuestra respuesta como beneficiarios del amor, debe ser también una respuesta de amor. "Dios nos amó primero", sin razón alguna que lo moviera a ello. Su amor es amor de pura benevolencia, de donación, de oblación. Es un amor que no exige respuesta. Su corazón ama porque sí, porque no puede hacer otra cosa, porque no quiere hacer otra cosa. Y así debe ser el amor de nuestra respuesta. En ese intercambio somos nosotros los favorecidos pues somos colmados por un amor infinito que no tiene posibilidades de ser equiparado. Lamentablemente, al no hacernos conscientes de esta bendición, nos atrevemos a ser infieles a ese amor con nuestro pecado, alejándonos del mayor beneficio que podemos recibir. Traicionamos al amor. Pero el amor sigue siendo amor y sigue siendo don, transformándose en rescate, en misericordia, en perdón. Dios no puede negarse a sí mismo.

Esa experiencia del Dios misericordioso la vive repetidamente el pueblo elegido en su relación tortuosa con el amor. Y Dios, empeñado en seguir siendo causa de plenitud y de felicidad del hombre, una y otra vez insiste en presentarse como única razón que sustente la felicidad estable de los hombres. Dios creó al hombre, y puso en su naturaleza, como condición para su felicidad, mantenerse unido a Él. En la genética espiritual de la humanidad estará siempre la añoranza del amor y de la felicidad, pues ha surgido de la divinidad y tiene de ella su carga vital. Y Dios ha colocado en ese camino del hombre y en su ser, el que sea Él el único que pueda satisfacer plenamente ese vacío existencial. Por eso se ofrece amorosamente para que el hombre no mire en otra dirección. Respeta su libertad de elección, pero sigue ofreciéndose para ser la causa de la felicidad plena. Así lo dice San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Y el mismo pueblo de Israel recibe de Dios esta afirmación que llena de esperanza y de agradecimiento al amor: "Ya llegan días - oráculo del Señor - en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor - oráculo del Señor -. Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días - oráculo del Señor - : Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: 'Conozcan al Señor', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor - oráculo del Señor -, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados". Son palabras que confirman ese amor incondicional y que llenan de esperanza y de confianza en el Dios que es eternamente fiel a su amor.

Por supuesto, la corona de la experiencia vital del amor de Dios por los hombres es la entrega del Hijo a la causa del rescate del hombre pecador, decidida por el amor del Padre y secundada por la aceptación voluntaria y también amorosa de parte del Hijo. "Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos", afirmó Jesús describiendo la medida del amor que Él mismo derramaba sobre la humanidad. También lo describió San Agustín magistralmente: "La medida del amor es el amor sin medida". El zenit es alcanzado, no solo en la pasión cruenta que lo conduce a la muerte, sino también en el gesto amoroso de aceptación del sacrificio, y en el acto sacramental que establece como recuerdo perenne del mismo, con el cual no solo figura su entrega, sino que lo hace presencia hasta el fin de los tiempos, que implica que ese gesto será memoria perenne de su amor y se convertirá para siempre en prenda de su presencia en el mundo, cumpliendo su promesa: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo". La última cena de Jesús con sus apóstoles es la ocasión de esta confesión de amor eterno: "El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: 'Tomen, esto es mi cuerpo'. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: 'Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad les digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios". Este gesto de donación será firme hasta la vuelta definitiva del Verbo eterno de Dios, y nos recordará su entrega amorosa. Y se hará real y efectivo cada vez que hagamos memoria de él, actualizando los efectos redentores de la entrega del Salvador por amor. Se confirma una vez más, y cada vez que lo celebramos en la Eucaristía, el amor de benevolencia de Dios hacia los hombres. Con ello, queda confirmado que somos los seres más bendecidos por Dios, pues su amor es siempre nuestra mayor alegría y nos acompañará eternamente, sin tener jamás un final.

3 comentarios:

  1. Llevamos el sello del amor de Dios y muchas veces lo sentimos inadvertido pero El siempre se encarga de recordárnoslo!

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  2. "Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos"
    "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo" La alianza entre Dios y los hombres ha sido renovada y se extiende por toda la humanidad, es lo que actualizamos en cada Eucaristía.

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  3. "Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos"
    "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo" La alianza entre Dios y los hombres ha sido renovada y se extiende por toda la humanidad, es lo que actualizamos en cada Eucaristía.

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