Una de las categorías que definen a Dios en el Antiguo Testamento es la de la Sabiduría, al punto que es casi una manera de identificarlo. En efecto, la Sabiduría es casi como Dios mismo. Poseer Sabiduría es como poseer a Dios, pues Él es ella misma. Quien se deja llenar de la Sabiduría de Dios está lleno de Dios. No se trata de la definición occidental que damos los que tendemos al racionalismo y llevamos esta realidad solo al plano intelectual. Sin dejar a un lado este aspecto, la Sabiduría teológica se yergue sobre esa consideración y pasa sobre ella, elevándola a una consideración más vital, que abarca toda la vida humana, la del intelecto y la de la experiencia en todos los aspectos de la vida. Ser sabio según Dios es conocerlo lo más posible, saber que es el origen de todo lo que existe, que es el autor de nuestras vidas, que es el proveedor de todos los beneficios que poseemos, que manifiesta su voluntad sobre nosotros, que establece que en el cumplimiento de esa voluntad está la plena felicidad de su criatura, que quiere que haya claridad en que su motivación única en referencia a la actuación en favor del hombre es la de su amor, pues nada lo enriquece más de lo que es ya rico, pues no necesita de nada en sí mismo al ser autosuficiente, que quiere que ese amor sea también la esencia de la vida humana y por ello lo pone como norma de vida fraterna para todos. Conocer a Dios y llenarse de su Sabiduría es asegurar que el camino de la vida propia se dirige al logro de la felicidad plena, que es para lo que hemos sido creados. Dios no ha tenido otra intención al crearnos. Dejándonos a todos en el uso de nuestra libertad, don de su amor, quiere que nos encaminemos hacia la felicidad, asumiéndola naturalmente después de conocer quién es y qué quiere de nosotros desde su amor. La felicidad no puede ser impuesta. Y Dios nunca la impondrá. Debe ser una opción propia, a pesar de que en ocasiones nos pueda parecer que se está lejos de ella. Los avatares de la vida nunca podrán ser suficientes para hacernos descartar el camino que estamos seguros nos llevará a la plenitud. Al contrario, nos pueden servir para asentarnos más firmemente en él con esperanza.
Los teólogos, posteriormente, han identificado a la Sabiduría con la figura de Jesús en el Nuevo Testamento. Si ella ha aparecido desde la revelación de Dios en el Antiguo Testamento, tiene su culminación en el Verbo encarnado. Él será la Sabiduría hecha hombre. Aceptar a Jesús, vivir lo que nos invita a vivir, dejarse arrebatar por su amor, ser conquistados por su obra de rescate, dejarse tomar de su mano para que nos conduzca a la libertad y a la verdad, es, todo ello, vivir arrebatados en la Sabiduría. Si ella es Dios, ella es Jesús. Unido a esto, un cristiano es un hombre sabio. Conocer a Jesús es dejarse llenar de su Sabiduría que, como experiencia vital, nos abre a la búsqueda de la plenitud a la que estamos llamados. Dios no nos ha dejado a nuestro arbitrio en este caminar. Si nos quiere felices, pondrá a nuestro alcance todo lo que sea necesario para que avancemos en ese camino. Y llega al extremo de enviar a su Hijo, que es la Sabiduría encarnada, para que lo conozcamos mejor, nos llenemos de Él y lleguemos a la meta. Los desencuentros de Jesús se dieron sobre todo con los que no podían aceptar que esta Sabiduría divina tuviera una concreción tan clara en el enviado de Dios: "En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: '¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?' Jesús les respondió: 'Les voy a hacer una pregunta y, si me contestan, les diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contéstenme'. Se pusieron a deliberar: 'Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le han creído?" Pero como digamos que es de los hombres...' (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta). Y respondieron a Jesús: 'No sabemos'. Jesús les replicó: 'Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto'". Su autoridad era la de Dios, la de la Sabiduría. Y esto, después de las manifestaciones claras que Jesús había dado ya suficientemente, debía ser descubierto por ellos mismos. Su soberbia y su empeño de desestimar la obra de Jesús les cerraba el entendimiento y la capacidad de experimentar la obra del amor.
En el caminar de la fe, esta debe ser la ruta que debemos seguir los que ansiamos la felicidad y la salvación. Avanzar en el camino de la Sabiduría se debe convertir en una añoranza de tal magnitud que motive todas las fuerzas de nuestro ser. En todo lo que hagamos debe estar presente esta búsqueda sin treguas. En lo cotidiano de nuestras vidas, sin dejar a un lado todo lo que vivimos y hacemos, en nuestra vida diaria, en nuestras relaciones interpersonales, en el cumplimiento de nuestras obligaciones con los nuestros y con el mundo en general, debemos estar siempre disponibles para dejarnos llenar por la Sabiduría con la que Dios quiere enriquecernos. Es el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. La Sabiduría dará forma a todo lo que hagamos, procurando que esta sea nuestra impronta. Quien así lo entiende, y está disponible para que la Sabiduría abarque toda su vida, será un hombre plenamente feliz, pues Dios ha donado esa condición para que tengamos esa felicidad y la facilita con el envío de su Hijo, que es la Sabiduría eterna: "Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza". No existe otro camino para vivir ya ahora esa felicidad plena. Más aún está facilitado por la presencia de Jesús en nuestras vidas. Con Él lo tenemos asegurado. Basta con que nos dejemos conquistar por Él para que tengamos la Sabiduría en plenitud. Esa es la meta de nuestra vida. Es lo que Dios quiere que vivamos todos en nuestra vida cotidiana, en todo lo que hacemos aquí y ahora, y para siempre en la eternidad. Dios nos ama infinitamente y lo facilitará siempre.
Señor Jesús, has hecho tantas cosas por nosotros, que te pedimos poder reconocer tú poder a través de tu palabra😌
ResponderBorrarEs el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. Su autoridad viene de arriba; por eso la mejor respuesta para los adversarios, a veces es el silencio..
ResponderBorrarEs el mismo Jesús el que quiere ser nuestra motivación de vida. Su autoridad viene de arriba; por eso la mejor respuesta para los adversarios, a veces es el silencio..
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