La Iglesia, que nace como instrumento de salvación de Jesús para el mundo, es la estructura humano-divina que establece el Señor para hacer llegar a todos los rincones de ese mundo los efectos de su obra de amor para rescatar al hombre. De no haber sido fundada por su voluntad expresa, -"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación... Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"-, la Verdad del amor salvífico de Dios hubiera quedado restringida a unos pocos, limitados totalmente en el tiempo y en el espacio. Porque Cristo fundó la Iglesia, la envió al mundo entero y la hizo un ser vivo con el envío de su Espíritu, que es su alma, hoy el Evangelio es conocido y vivido en todo el mundo y sigue siendo proclamado en todas partes. De esto fueron conscientes los apóstoles y los primeros discípulos, que entendieron perfectamente la obligación de la tarea que el Señor ponía en sus manos. En un primer momento se entregaron de lleno a procurar la conversión de los más cercanos, los que venían del judaísmo y los que se acercaban al Dios de Israel como prosélitos provenientes de la gentilidad, es decir, no originarios del pueblo elegido. Posteriormente, impulsados por el Espíritu y dóciles a sus inspiraciones, abrieron el abanico a nuevas tierras, las de los gentiles, donde se encontraban a gente entusiasmada que recibía con alegría la noticia del amor y de la salvación de Dios. Al ser una sociedad humano-divina, se percataban de la presencia del mismo Dios en esta obra de anuncio, y aceptaban con naturalidad la actuación divina, pero también adolecían de esa carga humana que en ocasiones se tornaba oscura, en su imperiosa necesidad de destacar imponiendo criterios personales que poco denotaban una cercanía a las disposiciones divinas. Por ello, a pesar de que la Iglesia crecía y se expandía, y de que vivía en general un clima de paz, la componente humana, marcada por egoísmos, vanidades y ventajismos, dejaba también su impronta. Es un mal que al parecer nunca podremos superar ni extirpar de una sociedad como la Iglesia que mantiene su componente esencial humano.
De esa manera, nos encontramos en la historia de esa Iglesia que nacía y que se desarrollaba en general en armonía, con episodios en los que constatamos crisis que tenían que ser enfrentadas y resueltas. Es admirable cómo, en medio de una comunidad claramente humana, destaca sobre todo la docilidad de los principales responsables a las inspiraciones divinas. En primer lugar en el reconocimiento de la autoridad que reposaba sobre los primeros elegidos y enviados por Jesús al mundo, y en segundo lugar, en la aceptación por parte de los "subordinados" de la palabra y la decisión de los primeros. En toda sociedad humana debe haber principales que iluminan la conducta de la entera comunidad. En este caso de la Iglesia naciente, se añade además la subordinación a la autoridad suprema que es el mismo Dios. Por ello, con toda naturalidad, cuando se presenta un conflicto en el discernimiento de la conducta a seguir con los gentiles, recurren a la autoridad de los apóstoles primeros, y se convoca de esa manera a la realización de un concilio, el primero de toda la historia de la Iglesia: "En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo: 'Es necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés'. Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto". La autoridad suprema era la de Dios. Pero Él la había delegado en su Iglesia a los primeros apóstoles, asistidos directamente por su iluminación. La decisión correspondía a la autoridad, y todos debían someterse a ella, por muy genial que pareciera la idea propia.
El secreto de la solidez de esa autoridad estaba en la conciencia de unión que tenían no solo entre ellos, sino con Dios. Sería absolutamente vacua si no tuviera un sustento superior que el simplemente humano. Estaban muy conscientes de que existían por un expreso deseo divino y de que se mantenían en vida por la voluntad de Dios. Despegarse de esa fuente de vida será su desaparición. A lo largo de la historia ha quedado demostrado que quien se separa de la Iglesia se pierde en el abismo de la oscuridad y se aleja de la salvación. Lo sentenció Cristo con la alegoría de la vid y los sarmientos. Si es una realidad que afecta al hombre personalmente, también lo afecta como miembro de la comunidad de la Iglesia. El hombre es un ser social, y como tal, al pertenecer a la Iglesia, todo lo que le afecte a ella también a él le afecta, y viceversa, todo lo que a él le afecte, afecta a la Iglesia: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos". En el nivel personal se cumple estrictamente esta palabra de Jesús. Cada cristiano, para permanecer con vida, debe estar unido esencialmente a Jesús como a la fuente de la vida. Y también la Iglesia, para seguir siendo la sociedad que salva al mundo, debe hacerlo con la conciencia de que su propia vida dependerá siempre de estar unida a quien es la razón de su existencia. Una Iglesia sin unión con Cristo es una sociedad muerta. Una Iglesia unida vitalmente a Jesús, es una sociedad viva, que lleva la vida de Dios a los hombres.
TE DOY GRACIAS SEÑOR EN ESTE DÍA POR QUE TU ERES NUESTRA FUENTE DE VIDA Y SALVACIÓN!!! GLORIA Y HONOR A TU SANTO NOMBRE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS AMÉN
ResponderBorrarPadre, lo único que nos pides es vivir unido a ti, pues no tengamos miedo de ser auténticos creyentes. Ayúdanos a jamas separarnos de ti☺️
ResponderBorrarEn la Iglesia naciente la autoridad suprema es el mismo Dios,permanece con nosotros con su poder vivificador ofreciéndonos servicio, gratuidad,alegría, amor desinteresado,desde una relación de comunión que vivimos al permanecer unidos a Jesús, nuestro Dios.
ResponderBorrarEn la Iglesia naciente la autoridad suprema es el mismo Dios,permanece con nosotros con su poder vivificador ofreciéndonos servicio, gratuidad,alegría, amor desinteresado,desde una relación de comunión que vivimos al permanecer unidos a Jesús, nuestro Dios.
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