Cada uno de los cuatro evangelistas es un auténtico teólogo. El desarrollo de sus relatos sobre la Buena Nueva de Jesús se va haciendo alrededor de objetivos específicos con los que buscan lo que, según sus criterios, es lo más central e importante que debe ser anunciado. Atendiendo a lo central del mensaje y a las necesidades de las comunidades a las que se dirigen, escriben lo que para ellos es lo fundamental que hay que conocer acerca de la figura de Jesús, de su disponibilidad para realizar la obra redentora y del objetivo que persigue para cada hombre de la historia. Alrededor del hecho central, que es la entrega del Hijo a la muerte y su resurrección, con la cual vence a la oscuridad y al pecado, van desarrollando toda una historia concreta ante la que el lector no puede quedar indiferente. O se pone del lado de la Verdad transmitida, o se opone absurdamente a ella, dejándose llevar por el egoísmo, la envidia o la soberbia, haciéndose esclavo del mal. Por ser teólogo, cada evangelista acentúa el aspecto que cree debe quedar más claro. Así, Mateo acentúa el mesianismo de Jesús, que es cumplimiento del mesianismo anunciado en el Antiguo Testamento; Marcos acentúa la filiación divina de Cristo, enviado por el Padre para el rescate de la humanidad; Lucas destaca la figura misericordiosa de Dios y su amor preferencial por los pobres y los humildes, que no quiere de ninguna manera la condenación del hombre, sino su salvación y su plenitud que lo haga llegar a la vida eterna junto al Padre; y finalmente, Juan destaca la revelación del misterio profundo de Dios, hecho patente en las afirmaciones misteriosas, pero no por eso sin total veracidad, que hace Jesús sobre su intimidad y su identidad con el Padre.
En efecto, al leer el Evangelio de San Juan nos encontramos con los vuelos más altos de aquella teología cristiana incipiente que se empezaba a hilvanar en la Iglesia naciente. Por ello la figura con la que se identifica este Evangelio es la del águila, dando a entender la altura de esta teología, asimilada a las alturas que es capaz de remontar esta ave. Las afirmaciones de Jesús, revestidas del misterio total de Dios, aun cuando buscan aclarar para el oyente lo que es su identidad plena, no dejan de estar envueltas en ese halo misterioso que hace que los discípulos y otros oyentes añoraran mayores aclaraciones. Veíamos a los judíos solicitando de Jesús la confirmación de ser el Mesías esperado. Y ahora es uno de los apóstoles el que solicita la luz que Él puede darles: "Felipe le dice: 'Señor, muéstranos al Padre y nos basta'. Jesús le replica: 'Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, crean a las obras. En verdad, en verdad les digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré". Son, sin duda, verdades absolutas que Jesús va revelando, pero que no dejan de ser complicadas para las mentes de los discípulos que apenas están atisbando una Verdad suprema, y que lo hacen desde casi la frontera del misterio, pues no tienen acceso total a él. Es la exigencia de la fe, en la que se acepta la Verdad no por la contundencia de su contenido, sino por la fuente de la que surge, que es el mismo Dios, y la confianza en su amor y en su poder. Tan diáfana llega a ser que promete tener la mismísima experiencia de Jesús. Quienes crean y se abandonen a la Verdad, podrán hacer las mismas obras que ha hecho Jesús, y aún mayores. Por haberlo creído, los primeros discípulos, vivieron exactamente lo que les había sido anunciado. Nosotros, los discípulos de hoy, somos también depositarios de esa promesa. Los dones de Dios son irrevocables, por lo tanto, aquello que fue prometido sigue siendo una realidad hoy para nosotros.
Esa revelación del amor y del poder de Dios que se ponía en favor de todos los hombres, fue lo que hizo que los anunciadores asumieran la tarea con toda ilusión y confianza. Era la fe la que los impulsaba a dar testimonio de Jesús, en la búsqueda de que todos vivieran la felicidad y la plenitud que ellos mismos experimentaban. El mundo debía conocer esta Verdad fundamental para su vida. Por encima de las contradicciones y las dificultades que se encontraban, estaba la alegría de dar a conocer la obra del amor y del poder de Dios en Jesús, de la cual todos eran deudores: "El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía: 'Teníamos que anunciarles primero a ustedes la palabra de Dios; pero como la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, sepan que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”'. Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio. Estos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo". Es la misión que entendió aquella Iglesia naciente que tenía que cumplir en el mundo. Aquel hombre que hizo todas esas maravillas, era el Mesías prometido. En Él se cumplían las Escrituras. Él era el enviado del Padre desde su seno de amor, tanto, que Él mismo era Dios y se identificaba plenamente con el Padre Dios. Siendo un gran misterio, lo revela para que todos nos hagamos poseedores de la felicidad eterna y de la plenitud de le Vida.
Dios Padre, permítenos tener una relación contigo para ser dóciles a tu gracia. Oramos para acercarnos y conocerte más☺️
ResponderBorrarJesús decia ser el enviado el mesías prometido, pero su pueblo no le creía, en su propia tierra y en su casa no era reconocido como profeta.Todo por la falta de fe de su propia gente, por esa causa pedía" Afianza Señor la obra de nuestras manos "
ResponderBorrarJesús decia ser el enviado el mesías prometido, pero su pueblo no le creía, en su propia tierra y en su casa no era reconocido como profeta.Todo por la falta de fe de su propia gente, por esa causa pedía" Afianza Señor la obra de nuestras manos "
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