El día de Pentecostés es el día del nacimiento de la Iglesia. Jesús cumple su promesa de enviar su Espíritu para que sea el alma de su Iglesia, con lo cual esta pasa a ser una entidad viva y que lleva la Vida a todos desde ese momento, pues la recibirá de Jesús y la llevará por todo el mundo, a través de cada uno de los elegidos y enviados por el Señor. La obra de Jesús, que sin duda es completa en sí misma, es consolidada por la acción de la Iglesia, animada por el Espíritu, que inspira, ilumina y fortalece a cada uno de los anunciadores y los llena de ilusión para que cumplan su tarea y su misión, y dispone los corazones de los hombres para que la acepten y la vivan. Han pasado cincuenta días -Pentecostés- desde la Pascua. El ciclo de la salvación y del rescate de la humanidad culmina con la nueva vida que se ha adquirido, ya no solo con la novedad radical que ha logrado inyectar Jesús con su entrega, con su resurrección, y con su ascensión a los cielos, sino que llega a su zenit con la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que toma el testigo, después de que lo han tenido el Padre y el Hijo, y emprende así, la carrera que inicia la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Cada una de las Personas de la Trinidad ha tenido su tarea concreta. El Padre ha creado y sostenido todo lo que existe. El Hijo ha realizado la obra redentora. Y ahora corresponde al Espíritu Santo asumir la tarea de consolidación de la obra salvífica, hasta que todo sea puesto como escabel de los pies del Padre, en la acción de la Iglesia en el mundo, de la cual Él será protagonista principal. El Espíritu toma el papel protagónico. No es que Padre y el Hijo se desentiendan, pues al fin y al cabo es un único Dios el que realiza toda la gesta salvadora. Ellos actúan al unísono y con total acuerdo. Por ello, los tres son creadores, los tres son redentores y los tres son santificadores. Pero en cada etapa de acción divina, destaca uno de los tres: Creación -Padre-, Redención -Hijo- y Santificación -Espíritu Santo-. Es la obra unívoca que realiza el único Dios en concordancia total, dejando la prevalencia, en cada etapa, sobre uno de los tres.
En efecto, habiendo cumplido Jesús su parte, corresponde ahora al Espíritu prometido, y hasta el fin de los tiempos, asumir su tarea de ser alma de la Iglesia. Y ejercerá su acción en la línea en que lo había anunciado Jesús: Él es el que da vida a la nueva comunidad de salvados, los animará para que cumplan el mandato misionero a los discípulos, los fortalecerá contra los embates del mal, les inspirará y consolidará en la verdad y en el amor, inspirará las palabras justas y necesarias que deberán pronunciar en cada momento, los defenderá y llenará de valentía ante ataques crueles e incluso sanguinarios, hará que entiendan el sentido del dolor y del sufrimiento en la tarea misionera, hará que nunca dejen de mirar al cielo como la meta última con esperanza, abrirá los caminos a los corazones de los hombres para que sientan, acepten y vivan el amor infinito que Dios les tiene. Su obra es la de la novedad absoluta que ha traído Jesús con su redención. Es una total novedad, por lo que la antigua ley muta completamente a la ley del amor. Por ello, el nuevo día es el Día del Señor, día de resurrección del Redentor y de vivificación por la llegada del Espíritu, por lo cual el día principal no es ya el sábado, que era santo para los judíos, sino el domingo, día de resurrección y de descenso del Espíritu sobre el mundo: "Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma". La universalidad de la salvación es uno de los hechos que quedan claros con la venida del Espíritu. Serán todos los hombres los beneficiarios del amor redentor divino. Con el Espíritu queda asegurada la salvación de toda la humanidad. Aquella Iglesia que nacía tenía ya todos los elementos necesarios para cumplir su misión en el mundo. Incluso posee no solo lo que necesita, sino también aquello que la llena de alegría y de dulzura, que es la presencia de María, la Madre del Señor y Madre nuestra por voluntad de su Hijo que nos la regaló, y que nos sostiene con mano suave, dulce, entrañable y amorosa, y al recibir también Ella la fuerza del Espíritu, nos sigue invitando a hacer lo que su Hijo nos diga.
Es el Espíritu que nos vitaliza y nos motoriza en el mundo. Sin Él, la Iglesia no puede hacer absolutamente nada. A pesar de que hoy en muchos lugares del mundo aún resuenan en los oídos de muchos aquellas palabras dolorosas, transidas de frustración de los que añoraban la salvación: "Nunca hemos oído nada acerca de un supuesto Espíritu Santo", podemos decir que la Iglesia lo lleva a todos. La corriente de renovación, en la que la Iglesia ha dado la relevancia que debe tener la presencia y la acción del Espíritu en el mundo, ha hecho que sea más conocido y añorado. El Espíritu ha ido adquiriendo importancia en la conciencia de los cristianos. Su obra se hace ahora más evidente, pues sigue inspirando carismas cada vez más actuales y necesarios en el mundo, sigue purificando los corazones de los hombres, los hace más solidarios y caritativos, sigue iluminando en la verdad para que Dios sea más conocido y aceptado, hace llegar con más claridad el mensaje del amor, anima al uso de los medios y recursos de modo que la forma de anunciar se haga más actual, inspira a los pastores y responsables para lograr una inculturación necesaria del mensaje a fin de hacerlo más inteligible para todos, ilumina para que se dé respuestas razonables a los graves problemas de la humanidad evitando el quedarse en las ramas, dando respuestas a preguntas que ya nadie se hace o hablando de cosas que no tienen ya ninguna trascendencia. El Espíritu es libre, y es actual, e impulsa a la acción que se necesita en el momento: "Hermanos: Nadie puede decir: 'Jesús es Señor', sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu". Es el mismo Espíritu que nos donó Jesús. Y que sigue actuando hoy. Él es libre. Abrámosle camino para que siga siendo vida, animación e inspiración de todos los cristianos en el mundo.
Muy bonita la reflexión del Espíritu Santo que nos donó Jesús!
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