Todo el acontecimiento misionario de la Iglesia naciente está transido por la acción de los actores en el desarrollo del mismo. En primer lugar, por el mismo Dios que elige, convoca y envía a cada uno de los anunciadores. Estos deben vivir la verdad de la salvación y del amor de Dios, no solo en un reconocimiento intelectual de una obra grandiosa como la que realizó el Salvador, sino en la vivencia personal y en la convicción de que eso es lo mejor que ha podido vivir la humanidad en toda su historia, por lo cual es necesario que esa verdad sea conocida, aceptada y vivida por todos los hombres, beneficiarios de ese amor de Dios derramado sobre todos. En segundo lugar, por los mismos elegidos, que asumen el envío del Señor como tarea irrenunciable, pues de su cumplimiento depende su propia salvación y la salvación de todos aquellos que escucharán el anuncio de la verdad, del amor y de la salvación. Estos deben entender que en sus manos ha sido puesta la misma obra de rescate que ha cumplido Jesús. Deben entender la inmensa dignidad en la que los coloca el Señor, pues son considerados aptos para hacer lo mismo que Él hizo, con la diferencia de que fue su sacrificio el que abrió las esclusas para el derramamiento de la gracia divina que alcanzó el perdón de los pecados, el rescate de la humanidad perdida, y la apertura de las puertas del cielo para llegar a la plenitud eterna que Dios quiere donar a todos los hombres. Los elegidos deben asumir la importancia de su encomienda, y tratar de cumplirla de la mejor manera posible. Y en tercer lugar, por la comunidad a la que es enviado cada uno de los discípulos, que ciertamente es la humanidad entera, pues es todo el mundo el que debe ser evangelizado. Es al mundo entero al que le debe ser anunciada la noticia del amor, de la verdad y de la salvación. A esta comunidad no solo es enviado cada seguidor de Jesús, sino que ellos han sido enriquecidos con el envío del Espíritu del Señor, con el fin de que los enviados sean sostenidos y fortalecidos en la verdad, y más allá, para que inspire en los oyentes una aceptación cordial de la verdad de su propia salvación y de la vivencia de su propia alegría. Cada actor tiene una parte esencial en la obra del anuncio y de la redención de toda la realidad.
En efecto, cuando echamos la vista sobre la obra de los apóstoles, nos damos cuenta de este itinerario, y de cómo se cumple a la perfección. La despedida de San Pablo de la comunidad de Éfeso es una muestra fehaciente de la acción de estos tres actores. Pablo ha sido elegido portentosamente por Dios para ser su apóstol entre los gentiles. Y él ha cumplido a carta cabal con la tarea encomendada. Él mismo reconoce que no puede haber reproche de nadie respecto a su acción, pues la asumió con toda seriedad y, poniéndose en manos del Espíritu, jamás hizo nada en contra, sino que al contrario, se dejó conducir invariablemente por la sutileza de su mano. Su disponibilidad fue absoluta y su humildad ante las inspiraciones de Dios no tiene parangón. Por ello la comunidad, habiendo sido la beneficiaria directa de sus palabras y de sus obras, no podía menos que estar agradecida: "Dijo Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: 'Tengan cuidado de ustedes y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo les ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, cuando los deje, se meterán entre ustedes lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso de entre ustedes mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por eso, estén alerta: acuérdense de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora los encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para construirlos y hacerlos partícipes de la herencia con todos los santificados. De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien saben que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. Siempre les he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”'. Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba de lo que había dicho era que, no volverían a ver su rostro. Y lo acompañaron hasta la nave". Pablo, buen pastor como Jesús, y padre de esas comunidades a las que iba "dando a luz", no desaprovecha la ocasión de la despedida para poner sobre aviso de los peligros que se van a presentar en el futuro. Son sus hijos y como tales los aconseja.
Los sentimientos de los anunciadores son los mismos sentimientos del Señor. La oración que hace Jesús ante el Padre en las postrimerías de su periplo terrenal, nos hace vislumbrar su corazón amoroso que derrama toda la gracia sobre sus predilectos. Él va a entregar su vida por amor. Es el amor más puro y más grande que se puede demostrar. Por ello hace su súplica confiada y sentida ante el Padre. Él cumple su cometido, pero pone a la comunidad de salvados en las manos del Padre para que tengan en Él siempre su mejor sustento y su mejor defensa. No se ha entregado Jesús para dejar de luchar por los suyos. Los rescata y los apoya para que mantengan el camino de la salvación y de la alegría: "Levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: 'Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como Nosotros. Cuando estaba con ellos, Yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así Yo los envío también al mundo. Y por ellos Yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad'". Jesús, el enviado del Padre, cumplirá su palabra a la perfección. Cada hombre del mundo es hecho sujeto de salvación y de amor por su entrega en la cruz y por su resurrección. No mide las vicisitudes por las que tendrá que pasar, pues su objetivo no es el camino, sino la meta. Pero, sabiendo que al finalizar su obra, la responsabilidad recaerá sobre los rescatados, implora al Padre su amor y su fortaleza, y regala a la Iglesia naciente su Espíritu para que sea el mejor apoyo que puedan tener. Así es nuestro mismo itinerario. Cada uno de los elegidos por el Señor somos puestos por Jesús ante el Padre y enriquecidos por el Espíritu, para que podamos avanzar fijos los ojos en la meta de la felicidad eterna, asumiendo que el tiempo que nos queda por delante antes de alcanzarla, será de exigencia y de dificultades, en las que seremos sostenidos por el Padre y el Espíritu, y por ello, teniendo la vivencia sólida de la esperanza y de la alegría en medio del dolor, pues sabemos que la felicidad final e inmutable compensará todo lo que hayamos tenido que vivir para llegar a ella.
Gracias Señor, por concedernos ser santificados en la verdad que estamos dispuestos a crecer☺️
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