La libertad que produce Jesús en la persona humana es uno de los tesoros más valiosos entre los que nos ha legado el Señor. La marca del pecado es la esclavitud, pues arrebata al hombre la capacidad de acercarse a Dios con confianza desde el amor y lo encadena a sí mismo o a los ídolos que se haya construido, buscando una satisfacción que jamás encontrará allí, pues el mismo Dios creador ha puesto en el hombre la semilla de la añoranza de trascendencia que solo puede ser satisfecha con aquello que nunca pasará, que es Él mismo, y nunca lo será con las cosas pasajeras y temporales, ni siquiera sirviéndose a sí mismo. La esclavitud incapacita para tomar decisiones en favor del bien, oscurece el panorama de la eternidad pues impide elevar la mirada a lo trascendente. Quien se empeña en atarse a lo inmanente frustra en sí mismo la búsqueda de aquello único que lo hace elevarse, despegándose de su limitada realidad, que es en definitiva el objetivo que persigue Dios para el hombre, al ofrecerle la plenitud. Ella será lograda solo siguiendo la ruta propuesta por el Dios del amor. Se trata de que el hombre sea capaz de romper las cadenas que lo esclavizan, se haga dueño de sí mismo, y de que, siendo poseedor absoluto de su propio ser, decida ponerlo en las manos del amor, donde alcanzará su mayor elevación y donde se hará absolutamente libre, pues ha llegado al lugar de la felicidad y de la paz duraderas. Los hombres hemos sido creados para la libertad, y la obra de rescate que Jesús ha llevado a cabo apunta a la rotura total de nuestras cadenas. Si el pecado se empeña en mantenernos atados, la obra de la Gracia divina es deshacer esas cadenas y elevarnos, alcanzando de nuevo la libertad originaria. Por ello, la vida de todo cristiano debe ser un reflejo de esa libertad, don que nos eleva a la condición del mismo Dios, el verdaderamente libre. Es libertad para el bien, como es la libertad de Dios. Él, siendo el ser más libre que existe, nunca usa la libertad para el mal o para imponer sus criterios, sino que usa su libertad buscando siempre el bien y respetando la libertad de todos. No hay formulismos, normas, imposiciones, obligaciones, que estén por encima de la libertad que da el amor.
Por ello, al comprender lo que es ser libre en el Señor, los primeros discípulos, al encontrarse con un conflicto interno en la comprensión de la ley y de las tradiciones hebreas, apelaron a la correcta comprensión de la libertad. Por un lado, acertaron al reconocer que Dios es absolutamente libre. El Espíritu Santo sopla donde quiere, pues no está conminado a nada. Y esa misma libertad la transmitía a quienes se pusieran a su disposición como alma de la Iglesia. No tenía límites esa libertad del amor y por ello se manifestaba como el viento, llegando hasta donde la libertad los lanzaba. Él era el que dirigía los pasos de aquella Iglesia que nacía, y hacía que las obras que realizaban todos fueran las obras del amor y produjeran la sensación de libertad que llenaba a todos de alegría. Era el don de Dios que disfrutaban al máximo: "Después de una fuerte discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los presbíteros: 'Hermanos, ustedes saben que, desde los primeros días, Dios me escogió entre ustedes para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues ahora intentan tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús". Basta dejarse bañar por la gracia de Cristo para ser salvados y vivir según lo que esa gracia exige. No hay más. Basta cumplir con requerimientos mínimos para vivir en la libertad de los hijos de Dios: "Santiago tomó la palabra y dijo: ... A mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios; basta escribirles que se abstengan de la contaminación de los ídolos, de las uniones ilegítimas, de animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes lo predican, ya que es leído cada sábado en las sinagogas". Imperó el respeto a la libertad del Espíritu Santo en su acción y la que quería el Espíritu que viviera cada uno de los convertidos a Jesús.
Esa libertad, siendo don valioso de Dios a los hombres, es el fruto de la liberación de la esclavitud del pecado que logra Jesús con su obra redentora. No quiere decir que a partir de ese momento el hombre puede hacer lo que le venga en gana. No es esa la verdadera libertad, sino aquella que surge del corazón liberado del pecado que busca siempre el bien. No se es libre para hacer lo que nos viene en gana, sino para hacer el bien, porque nos viene en gana. Nada nos impele al mal, solo una voluntad desencaminada víctima del imperio del mal, de la oscuridad y de la muerte. Solo el hombre libre puede vivir realmente en el amor. "Para vivir en libertad nos liberó Cristo", nos enseña San Pablo. Es tarea del hombre libre defender su libertad. Y para ello, tiene el mejor aliado, que es el mismo Jesús liberador, que enriquece con el tesoro del amor, que es el que nos hace totalmente libres: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Como el Padre me ha amado, así les he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud". Esta libertad está en el culmen de los tesoros que Dios nos dona a los hombres, pues es el signo evidente de la experiencia personal del amor. Solo el amor nos hace libres. Cualquier otro sentimiento opuesto, nos esclaviza. Debe ser, de esa manera, un tesoro que nos enriquece personalmente, pero que es a la vez patrimonio de todos, pues la verdadera libertad y el verdadero amor serán auténticos y plenos solo en la ocasión de que sean compartidos con los demás. No vivimos ni la libertad ni el amor para nosotros solos, sino para convivirlos con nuestros hermanos.
Amado Señor, cómo corresponder a tanto Amor, ayudanos a seguir el camino a la felicidad que es la caridad☺️
ResponderBorrarSolo el amor nos hace libres, cualquier otro sentimiento opuesto, nos esclaviza.
ResponderBorrarSolo el amor nos hace libres, cualquier otro sentimiento opuesto, nos esclaviza.
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