En el camino del apostolado que deben cumplir todos los discípulos de Cristo, es siempre muy conveniente, ocasionalmente, hacer un alto para revisar cómo se han ido desarrollando las cosas, cómo se ha realizado la tarea de anuncio para la conversión de los hombres, cuáles han sido los resultados hasta ese momento. Todo plan pastoral, personal o institucional, debe contemplar este paso, con el fin de verificar si ha ido bien, de corregir lo que no se ha hecho bien o de potenciar lo que se puede hacer mejor. Los Obispos latinoamericanos en Medellín sugirieron los pasos para una buena planificación pastoral. Estos fueron: Ver, Juzgar, Actuar. Consistían en verificar la realidad en la que estaba sumido el mundo que iba a ser sujeto de la acción, constatar las necesidades espirituales y materiales que en él se daban para, posteriormente, discerniendo y analizando cada situación, emprender las acciones que había que llevar adelante para enfrentarlas y solucionarlas, cuando eran contrarias a lo deseado, o para potenciar las cosas buenas que se pudieran encontrar. Luego, los mismos Obispos agregaron un paso más al plan, que consistía en la revisión de lo que se había hecho, evaluando las acciones que se habían llevado adelante y verificando su eficacia, de modo de seguir con paso firme o de corregir lo que había que corregir. Finalmente, a fin de no dejar el plan como solo algo instrumental o burocrático, y atendiendo a la necesidad afectiva del hombre actual, se agregó un último paso, en el que, luego de la revisión concienzuda de lo realizado, se celebrara con alegría el haber alcanzado resultados o al menos haber asumido con responsabilidad la tarea y avanzando en su desarrollo. De este modo, hoy la Iglesia, para poder realizar concienzudamente algún plan pastoral concreto, debe hacer el esfuerzo de incluir estos pasos en su realización: Ver - Juzgar - Actuar - Evaluar - Celebrar.
En cierto modo, los pasos que dio la Iglesia naciente iban orientados también en ese sentido. Un ejemplo nos lo da San Pablo, cuando percibe que su misión está llegando a su culminación, pues se siente impelido por el Espíritu Santo a emprender otros caminos, en los cuales la revelación le augura encuentros con el dolor y el sufrimiento. Él no mide en su entrega y no piensa en lo que más le convendría para evitar esas dificultades. Para él, lo importante era cumplir con ser adalid del Evangelio del amor y procurar la salvación para todos los hombres que se encontraba en el cumplimiento de su misión. Cumplía perfectamente lo que él mismo había dicho: "Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir". No había ninguna otra realidad que llenara sus afectos. Apuntaba a ser fiel a quien lo había elegido y enviado, y a ser fiel a aquellos a los que había sido enviado. Por ello contemplamos admirados la ingente obra que llevó adelante en el tiempo que activó su ser apóstol de los gentiles. Y cuando avizora el final, hace la revisión del cumplimiento de su cometido: "En aquellos días, Pablo, desde Mileto, envió recado a Éfeso para que vinieran los presbíteros de la Iglesia. Cuando se presentaron, les dijo: 'Ustedes han comprobado cómo he procedido con ustedes todo el tiempo que he estado aquí, desde el primer día en que puse el pie en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, con lágrimas y en medio de las pruebas que me sobrevinieron por las maquinaciones de los judíos; cómo no he omitido por miedo nada de cuanto les pudiera aprovechar, predicando y enseñando en público y en privado, dando solemne testimonio tanto a judíos como a griegos, para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús. Y ahora, miren, me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu. No sé lo que me pasará allí, salvo que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me da testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones. Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, miren: sé que ninguno de ustedes, entre quienes he pasado predicando el reino, volverá a ver mi rostro. Por eso testifico en el día de hoy que estoy limpio de la sangre de todos: pues no tuve miedo de anunciarles enteramente el plan de Dios'". Pablo está muy consciente de que ha cumplido su tarea. La revisión que hace de su plan tiene balance altamente positivo. Su conciencia está limpia de todo reproche. Ha sido fiel a la encomienda.
En cierto modo, Jesús también hace delante del Padre la evaluación de sus acciones, a la luz del cumplimiento de la tarea que Él le había encomendado. Su misión era la del rescate de la humanidad perdida, mediante su entrega al sacrificio de la Cruz, manifestando su victoria y su gloria con su resurrección. Todo el periplo de su vida terrenal fue procurando presentar a todos el amor de Dios que se hacía presente en el mundo a través de su acción y de su palabra. La intención de Jesús era convencer al mundo de que Dios guardaba un amor infinito y eterno por cada hombre y por eso había mandado a su Hijo para establecer su Reino en el mundo y en el corazón de cada uno de los rescatados. Y ya casi llegando al fin de su carrera, se coloca ante el Padre para presentar el balance de lo que había hecho: "En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús: 'Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que Tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y Tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que Tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que Tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que Tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti'". También el balance que presenta Jesús es altamente positivo. Ha cumplido a la perfección la tarea encomendada. Solo resta que cada hombre abra el corazón para recibir los efectos de la salvación que alcanza Jesús para todos y celebrar con alegría la vivencia profunda del amor y de la felicidad que da el saberse rescatados de la muerte.
Gloria a Dios, grande es Dios, queremos alabarte con nuestra oración. Hemos sido confiando del padre al hijo, se glorificado en nosotros☺️
ResponderBorrarEs la mission que Dios nos ha encomendado y hacer una revision en cada uno de nosotros si lo estamos haciendo bien, en caso de seguir como EL lo indica lo estamos glorificando y debe ser causa de nuestra alegria , no es quedarnos alli es continuar evangelizando
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