sábado, 22 de mayo de 2021

Sigamos a Jesús dejándonos llenar de la libertad que nos da el amor

 A ti qué? Tú sígueme - ReL

No se le pueden poner límites a la acción del Espíritu Santo. Fue la experiencia que vivió cada uno de los enviados al mundo a anunciar la buena nueva de la salvación. El Espíritu es sutil, se mueve con toda libertad. Como el viento, sopla donde quiere. Es el Enviado por el Padre y el Hijo para ser el alma de la Iglesia, aquella comunidad de salvados que fue la encargada de buscar la integración de todos los hombres a esa salvación que cada uno de los que se iban agregando, recibían, vivían y procuraban para todos los hermanos. Su tarea es la de completar la obra de extensión del rescate que había logrado Jesús con su gesta maravillosa de entrega a la muerte y de resurrección, venciendo así a la misma muerte y al pecado, que acechaban a la humanidad. La fuerza y el poder de un solo hombre, en el que habitaba Dios, Jesús de Nazaret, fue suficiente para alcanzar la victoria más estruendosa sobre el mal en el mundo. Y, en atención a toda la humanidad, que se extendía por todo el mundo y por todo el tiempo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad es encomendada de la obra de consolidación de la salvación alcanzada por Jesús en cada hombre, haciendo además que aun aquellos que físicamente no habían estado en contacto con Él, sí lo estuvieran en el amor y en la esperanza. La obra redentora no era exclusiva para los coterráneos o contemporáneos del Salvador, sino que, por la acción del Espíritu que tomaba el mando de esta nueva etapa de la historia de la salvación, se iba a extender por todo el universo conocido. Los avatares por los que transcurre la vida de aquella primitiva comunidad de salvados, confirman que los caminos los va marcando ese Espíritu, que no podía ser limitado y que hacía gala de su absoluta libertad. Él inspiraba lo que había que hacer, susurraba al oído lo que había que decir, indicaba las rutas que había que recorrer, fortalecía a los discípulos en la debilidad, daba valentía a los que sufrían la tentación de abandonar, movía los corazones de los oyentes. Quienes se ponían en sus manos, sabiendo que era el Enviado del Padre y del Hijo, y confiaban radicalmente en la promesa de que sería el Paráclito, es decir, el inspirador y defensor principal de la Iglesia, jamás quedaron defraudados. Aquellos primeros gloriosos días de la Iglesia fueron de acción clara y evidente del Espíritu de Dios, don de amor al mundo y a la Iglesia. Porque cada enviado se confiaba radicalmente en su amor y en su acción, la Iglesia pudo llegar a donde llegó. "Somos de ayer y lo llenamos todo", decían entusiasmados los primeros cristianos, apenas unos años después del inicio de la gesta evangelizadora. Hoy nos falta esta convicción y esta confianza radical de aquellos cristianos. Estamos demasiado pagados de nosotros mismos y nos dejamos dominar fácilmente por la desesperanza. Necesitamos cristianos convencidos y abandonados en Dios, para lograr seguir conquistando el mundo para Jesús.

Un testimonio fehaciente de esto es San Pablo. Desde que fue elegido por el Señor para ser su apóstol entre los gentiles, y desde que libremente decidió ponerse radicalmente al servicio de la gesta salvadora de la humanidad, asumió con todas las consecuencias su tarea. Dejó de vivir para sí mismo y empezó a vivir solo para Jesús: "Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo". Su decisión vital fue vivir solo para Jesús, valorando al máximo el tesoro de su amor y de su salvación. Por ello, se puso dócilmente en las manos del Espíritu, y se dejó conducir libremente por Él: "Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con el soldado que lo vigilaba. Tres días después, convocó a los judíos principales y, cuando se reunieron, les dijo: 'Yo, hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni las tradiciones de nuestros padres, fui entregado en Jerusalén como prisionero en manos de los romanos. Me interrogaron y querían ponerme en libertad, porque no encontraban nada que mereciera la muerte; pero, como los judíos se oponían, me vi obligado a apelar al César; aunque no es que tenga intención de acusar a mi pueblo. Por este motivo, pues, los he llamado para verlos y hablar con ustedes; pues por causa de la esperanza de Israel llevo encima estas cadenas'. Permaneció allí un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos". Pablo era libre, aun en la cárcel. Su libertad no era la de la ausencia de cadenas, sino la del amor infundido por el Espíritu que guiaba su vida.

Lo importante para el discípulo de Cristo es el abandono en su amor, decidido libremente. La libertad que da ese amor está por encima de toda otra consideración. Y es consolidada por la obra del Espíritu que es el compañero de camino y el inspirador de la entrega confiada a Dios. Así lo dio a entender Jesús a Pedro en la conversación final que sostuvieron ambos antes de la Ascensión. La entrega a la obra de salvación del mundo debe ser asumida con plena libertad, la libertad de los hijos de Dios, la que es hecha sólida en la libertad del Espíritu, que Él hace patrimonio de todos los seguidores del Señor. Por ello, Jesús sentencia esa libertad del discípulo como una prerrogativa característica de quien quiera serlo de verdad. La invitación final que hace a Pedro es la misma invitación que nos hace a cada cristiano que lo quiera ser de verdad: "En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: 'Señor, ¿quién es el que te va a entregar?' Al verlo, Pedro dice a Jesús: 'Señor, y éste, ¿qué?' Jesús le contesta: 'Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú, sígueme.' Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: 'Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?' Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero". Lo esencial es el seguimiento de Jesús, dejarse arrebatar por su amor, el deseo de ser salvado y conducido a la meta de la plenitud de la felicidad eterna, dejarse llenar de su Espíritu para embarcarse en la aventura totalizante del amor, que buscará no solo vivirlo más conscientemente sino hacerlo vivencia común a todos. En el "Tú, sígueme", de Jesús a Pedro está la confirmación de la confesión de amor más grande de Cristo, realizada desde la Cruz. Ha muerto y ha resucitado, en la demostración más clara de su amor, para que al final nosotros nos decidamos a seguirlo, hasta llegar a vivir eternamente en su amor infinito.

7 comentarios:

  1. Señor, creemos en ti, te ofrecemos esta oración para crecer apoyandonos en tú gracia, la Perceverancia☺️

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  2. Amen creemos en tiDios enviasre a tu huji Jesus con enseñanzas saboas te pidoseñor el espiritu santo.para fortale er nuestra ce y esperanza.entendimiento y difusion detu palabra comforme su sabiduria

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  3. Con la palabra "sigueme" cada uno de nosotros debe recorrer su propio camino y Jesús será quien nos guíe. Lo importante es nuestro seguimiento no el de los demás ..

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  4. Con la palabra "sigueme" cada uno de nosotros debe recorrer su propio camino y Jesús será quien nos guíe. Lo importante es nuestro seguimiento no el de los demás ..

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  5. En tan convincente reflexión nos damos cuenta de que el Señor nos envía al Paráclito para consolarnos y a la vez darnos fuerzas para seguirlo y que a través de nosotros otros lo conozcan. Ayer nos preguntaba si lo amábamos y hoy como se da cuenta de que lo amamos con nuestra limitaciones, nos dice: Sígueme...Quiero amarte y seguirte Dios mío, Señor mío. Recibo tu Espíritu Santo, que encienda mi corazón de tu Amor... Gracias mi Dios, gracias.. quién es el hombre para que te acuerdes de él?

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