San Lucas, en los relatos de los primeros pasos de la Iglesia que se iba expandiendo por todo el mundo conocido, va dando parte de la acción de cada uno de los apóstoles, centrando su mirada, primero, en Pedro, el primer Papa, y luego en Pablo, el elegido por Jesús para ser su anunciador en tierras de gentiles. Es muy llamativo que hasta este relato de los pasos que van dando, en los que van estableciendo comunidades, iglesias cristianas, con la alegría de los conversos, todo es narrado en tercera persona, como de alguien que ha recibido noticias que simplemente está transmitiendo, por supuesto, con la alegría de servir como multiplicador para el conocimiento de las maravillas que iba haciendo Dios por medio de los enviados, tal como el mismo Lucas lo anuncia en la introducción de su libro. Y lo llamativo es que desde la llegada a Tróade y la visión sobre el macedonio que pide que sus tierras sean visitadas, el relato pasa a ser hecho en primera persona, lo cual indica que desde esos momentos el relator no es un simple narrador de acontecimientos de los cuales va teniendo conocimiento, sino que va narrando ahora lo que él mismo va constatando en su experiencia personal junto a Pablo. La experiencia personal de Lucas va en aumento, pues de ser un narrador de sucesos, pasa a ser actor directo e incluso protagonista. Lo que narrará de ahora en adelante será lo que vivirá personalmente, y lo que experimentará en carne propia. Es un itinerario muy significativo y clarificador, por cuanto nos da a todos una indicación de cómo debemos también nosotros avanzar en nuestra experiencia personal de renovación en el amor, hasta llegar a vernos involucrados esencialmente en ella, en primera persona, para ser verdaderos y legítimos instrumentos en el anuncio de la mejor noticia que puede recibir la humanidad.
La primera y más importante constatación que hacen los enviados es la de la presencia del Espíritu como alma, inspirador y guía de los pasos de esa comunidad de salvación que es la Iglesia. Sin la presencia del Espíritu como vitalizador de esa comunidad, todo quedará simplemente en una experiencia entusiasmante para los anunciadores y en palabras muy hermosas para los que las oigan. Pero sin trascendencia. Si la obra de aquellos primeros anunciadores tuvo alguna trascendencia y logró el cambio en tantas personas que los oían, no era solo por la contundencia de sus palabras, sino por la obra del Espíritu que los impulsaba, los sostenía, los inspiraba, y hacía que el corazón de los oyentes se moviera a aceptarlo. El Espíritu es el alma de la evangelización e indicará qué es lo que hay que decir y dónde y cuándo debe ser dicho. Por eso vemos cómo llega incluso a impedir la entrada en algunas poblaciones y encaminarlos hacia otras. Él tiene muy claro lo más conveniente y los tiempos ideales para realizarlo: "Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día. Atravesaron Frigia y la región de Galacia, al haberles impedido el Espíritu Santo anunciar la palabra en Asia. Al llegar cerca de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Tróade. Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: 'Pasa a Macedonia y ayúdanos'. Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio". Esa presencia del Espíritu, que inspira la acción de la Iglesia, sigue siendo activa hoy, cuando vemos que va inspirando carismas nuevos que hacen falta en un mundo necesitado, y va lanzando hombres y mujeres como misioneros que se ponen dócilmente a su disposición para lograr llegar a cada vez más hermanos en el mundo.
Nuestro mundo necesita cada vez más de la presencia del amor, de la verdad, de la paz y de la justicia. Debemos cuidarnos mucho de no absolutizarlo, tal como nos pone sobre aviso el mismo Jesús, sin confundir ni concluir en un error al demonizar al mundo, como algo esencialmente malo. Si así fuera no querría Jesús que fuera conquistado para el amor: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". Lo que quiere Jesús es que el mundo sea el coto para el Reino de Dios que Él ha venido a establecer. Y cada cristiano es un enviado para lograrlo, en medio de todas las posibles contradicciones que se puedan encontrar en la misión: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia. Recuerden lo que les dije: 'No es el siervo más que su amo'. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Es el Espíritu la fuerza de esa comunidad de salvación. El mundo no es malo esencialmente, pues su origen es el amor de Dios por el hombre, al que se lo ha entregado para que sea su casa. Ese mundo, con todo lo natural que el mismo Dios creador ha puesto en él, con todas sus criaturas y todos los seres inanimados, con todo lo que lo conforma, ha sido puesto en las manos del hombre para que se sirva de él y avanzar en su camino hacia la plenitud. Es un mundo que ha avanzado tecnológicamente y en la conformación de instituciones que facilitan la vida social. En ese mundo, la Iglesia tiene que dar su aporte para sembrar en él las semillas de la verdad, del amor y de la justicia. Y lo logrará si cada uno de nosotros, discípulos del Señor, nos dejamos inspirar e impulsar por el Espíritu de Dios, que es quien nos mantiene vivos y nos llena de fuerzas e ilusión para cumplir nuestra tarea.
Así como dice la reflexión,la presencia del espíritu es alma y guía inspirador de la Iglesia que impulsa las acciones y con ellas atrae a los feligreses para sembrar en ellos la semilla de la verdad, el amor y la justicia.
ResponderBorrarAsí como dice la reflexión,la presencia del espíritu es alma y guía inspirador de la Iglesia que impulsa las acciones y con ellas atrae a los feligreses para sembrar en ellos la semilla de la verdad, el amor y la justicia.
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