En la liturgia de la Iglesia, el tiempo ordinario es el tiempo que no posee en sí mismo un acontecimiento de la vida de Jesús que centre la atención y la espiritualidad que se debe acentuar en su recorrido, tal como sucede en los tiempos de Pascua o de Navidad, en los que, respectivamente, se ponen ante nuestra vista la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, y su nacimiento del vientre de la Virgen María. Ambos, por ser tiempos densos en la liturgia y en la espiritualidad, tienen a su vez, tiempos de preparación previa para lograr una experiencia más enriquecedora en la vida de quienes los viven, que son la Cuaresma y el Adviento. No obstante, esto no va en detrimento de la importancia y del peso específico que tiene el Tiempo Ordinario, por cuanto éste se centra en el misterio nuclear de la fe cristiana, que es la celebración del Domingo, día del Señor, en el que se recuerda cada semana el acontecimiento central de nuestra fe, que es la Pascua de Jesús. La celebración de la liturgia dominical actualiza los efectos de la redención en nosotros, en cumplimiento de lo que Jesús anunció en la Última Cena: "Tomó pan, y, después de dar gracias, lo partió y dijo: 'Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego; hagan esto en memoria mía'. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: 'Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria mía". De esa manera, cada Domingo los cristianos actualizamos el recuerdo y la realización del sacrificio redentor, y renovamos el don amoroso de Jesús. No es, por lo tanto, de ninguna manera, un tiempo sin densidad ni peso propio. La finalidad que tiene es que cada cristiano actualice el efecto salvífico del sacrificio del Redentor, vaya profundizando en su compromiso de crecimiento en la fe, en su experiencia de amor a Dios y a los hermanos, viéndose de esa manera, más imbuido en su realidad cotidiana que lo llama a dar cada vez más vivencialmente testimonio del amor que vive y de la fe que lo motiva. No puede quedarse todo en una simple experiencia personal que lo enriquezca individualmente, pues la fe debe tener siempre resonancias comunitarias. Por eso su práctica externa es necesaria y debe servir para el enriquecimiento de todos, siendo un reflejo de lo que el cristiano vive en lo más íntimo de su corazón.
Esta experiencia de la fe personal con resonancia en la comunidad, fue animada desde siempre por Yahvé, para que su pueblo lo viviera como marca propia: "Quien observa la ley multiplica las ofrendas, quien guarda los mandamientos ofrece sacrificios de comunión. Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina, quien da limosna ofrece sacrificio de alabanza. Apartarse del mal es complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia. No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues esto es lo que prescriben los mandamientos. La ofrenda del justo enriquece el altar, y su perfume sube hasta el Altísimo. El sacrificio del justo es aceptable, su memorial no se olvidará. Glorifica al Señor con generosidad y no escatimes las primicias de tus manos. Cuando hagas tus ofrendas, pon cara alegre y paga los diezmos de buena gana. Da al Altísimo como Él te ha dado a ti, con generosidad, según tus posibilidades. Porque el Señor sabe recompensar y te devolverá siete veces más. No trates de sobornar al Señor, porque no lo aceptará; no te apoyes en sacrificio injustos. Porque el Señor es juez, y para Él no cuenta el prestigio de las personas". Todo sacrificio, hecho desde la convicción de fe de un corazón sincero, adquiere en la presencia del Señor un valor incalculable. No puede ser de ninguna manera despreciable, a pesar de una corriente inmanentista que ha ido calando cada vez más en el corazón de los cristianos, en la cual se echa al total desprecio la realización de sacrificios agradables a Dios. Debiendo ser reveladores del amor del cristiano a su Creador, y de la importancia de manifestar exteriormente su deseo de sumisión a Él, no tienen por qué ser despreciados. Más aún, se necesita urgentemente rescatar su vigencia ante un mundo que promueve cada vez más el hedonismo y que minusvalora todo lo que tenga que ver con el cultivo del espíritu. Los cristianos hoy están llamados con más urgencia a ser místicos, a vivir el ascetismo, luchando contra las tendencias absolutistas que desprecian lo espiritual, a riesgo de perder la fe. O promueven una vida mística y ascética, o dejan de ser cristianos. Urge la renovación de la fe y la expresión externa de la misma como testimonio que procure la renovación del hombre en el mundo.
Desde la elección que hizo Jesús de cada uno de los apóstoles, acentuó la necesidad de colocarlo a Él en el primer lugar de todas las preferencias. Seguir a Jesús comporta una exigencia extraordinaria. Quien se decide a seguirlo debe hacer un acto de abandono total, poniéndolo todo a sus pies. La propia vida pasa a ser vida de Jesús, y Él es quien dará sentido y dirección a todo lo que se viva. Es la convicción que vivió con toda profundidad San Pablo, cuando afirmó: "Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí". Y no es que sea necesario abandonar la propia vida y dejar de vivir en lo cotidiano las obligaciones naturales de cualquier hombre o de cualquier mujer. Habrá algunos que sí estarán dispuestos a hacerlo, y lo hacen. Pero a un laico que tiene obligaciones familiares, laborales, comunitarias, lo que se le pide es que en todo lo que haga coloque al Señor en el primer lugar, que sean sus criterios los que prevalezcan en sus acciones, que sea el amor de Dios y el amor comunitario la medida de su accionar, que procure en todo hacer presente el Reino de amor, de justicia y de paz de Dios. Es lo que exige el testimonio externo de la fe. El mejor sacrificio es el que se hace desde un corazón que vive con plena convicción su abandono en Dios y en su amor: "En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: 'Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido'. Jesús dijo: 'En verdad les digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más - casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones -, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros". La compensación es segura. Posponerlo todo por Jesús es el camino de la felicidad. Quien solo busca beneficios materiales, recibirá solo eso. No se hará rico en el amor. Pero quien pospone su propio ser a fin de colocar a Jesús en el lugar privilegiado y se entrega plenamente a su servicio y al de sus hermanos, no sólo recibirá probablemente compensación material, sino que sentirá el gozo espiritual de saber que vive ya en la felicidad plena y en el más alto sentido de su vida y se encamina por ello a alcanzar la plenitud añorada del amor eterno que nunca se acabará.
Se nos llama a mirar el mundo con los ojos de Jesús, seguirte no es fácil sino que nos exigirá llegar a estar contigo en el cielo😊
ResponderBorrarEl mejor sacrificio como cristiano es el que se hace desde un corazón, que vive convencido en su amor por Jesús.
ResponderBorrarEl mejor sacrificio como cristiano es el que se hace desde un corazón, que vive convencido en su amor por Jesús.
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