Una de las realidades que mejor debe ser entendida y comprendida, y que más claramente debe ser asumida con humildad en la Iglesia fundada por Jesús, es la del ejercicio de la autoridad. Corremos el riesgo de pensar que al ser una comunidad que apunta a lo espiritual, no necesita tener una cabeza visible que tenga como responsabilidad el establecimiento de unas normas, pues la única cabeza sería Dios. Sin embargo, como es natural, en toda sociedad humana se necesita tener una cabeza visible que lleve adelante la tarea de ordenación y de vigilancia de la disciplina que produzca la consolidación de la unidad y el apuntar juntos a intereses comunes que beneficien a todos. La Iglesia es comunidad espiritual fundada en realidades materiales, y conformada por hombres y mujeres, cada uno con su origen, con sus cualidades, con sus debilidades, con sus pensamientos y valores propios, que hacen que sea un conglomerado muy diverso que necesita de un mínimo de ordenamiento para poder avanzar consolidada en la unidad. La teología enseña que la Iglesia posee, por voluntad divina, tres poderes, a saber: Poder de Gobierno, Poder de Magisterio y Poder de Santificación. Los tres poderes los ejerce en función del bien del mundo, pues provienen del mandato del Señor, que la lanza a anunciar el Evangelio al mundo para su salvación. Son, de esta manera, poderes que no implican dominio o sometimiento de los súbditos, sino elementos que surgen del amor de Dios por los hombres y de la intención última de la voluntad divina de salvar a todos los hombres. La comunidad de la Iglesia, aun estando conformada por una variedad extraordinaria, mantiene la unidad, gracias a estar conjuntada y enlazada por la autoridad que la gobierna desde el amor. No es una autoridad despótica ni opresora. Es ejercida, y así siempre debe ser, desde la suavidad de saberse instrumento del amor. Y es aceptada por todos con humildad desde la conciencia de que es ejercida en nombre de Dios y para el beneficio de todos los hombres.
En aquella Iglesia naciente que comenzaba su periplo por el mundo, esa variedad en la conformación de sus integrantes, fue causa de algún conflicto que necesitaba ser dirimido por quien tenía sobre sus hombros la última responsabilidad de gobierno. Los judaizantes, es decir aquellos conversos al cristianismo que provenían del judaísmo y que buscaban imponer la ley judía a todos, pretendían obligar a los que venían de la gentilidad, considerados paganos pues no eran judíos, que se hicieran judíos para poder ser luego cristianos. Debían aceptar la ley mosaica como condición para gozar de la salvación de Jesús. Los apóstoles entendieron que esto no era concorde con la voluntad de salvación universal que había establecido Jesús. Y por ello, razonablemente, lo ponen en estudio, y disciernen cuál es la verdadera voluntad de Dios, que los iluminaría en la decisión que debían tomar: "Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, los han alborotado con sus palabras, desconcertando sus ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviárselos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Les mandamos, pues, a Silas y a Judas, que les referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables: que se abstengan de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Harán bien en apartarse de todo esto. Saludos". Ejerciendo la autoridad pastoral que sabían que tenían, conscientes de la asistencia y de la iluminación del Espíritu Santo que consideraban el alma de esa nueva sociedad de la Iglesia, sin dudarlo, dirimen la cuestión y dan la solución. A esta decisión debían acogerse todos, pues había hablado la autoridad legítima de la Iglesia. Destaca la suavidad en el ejercicio de la autoridad, sin despotismos, dando incluso alguna razón a la facción de los provenientes del judaísmo, asumiendo algunas normas ancestrales, que no afectaban a la raíz de la novedad de vida que significaba seguir a Jesús y a su amor para ser salvados.
La razón última, y la que sustenta todo ejercicio de autoridad, no puede ser otra que el amor. La Iglesia es instrumento del amor y por ello todas sus acciones deben estar enmarcadas en él. Ninguno de los ejercicios que lleva adelante la Iglesia puede estar desvinculado del amor que es su origen, pues surge de Dios y es Él quien la sostiene como instrumento para llevar su salvación a los hombres. Al fin y al cabo, el amor es lo único que exige Jesús a sus discípulos como vivencia esencial. Es el mandamiento que da Jesús a los suyos, por lo cual, no puede la Iglesia vivir algo distinto o lejano al amor: "Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre se lo dé. Esto les mando: que se amen unos a otros". La autoridad de la Iglesia es delegada, proviene de Jesús y de su amor. Ella la ejerce desde la conciencia de ser un instrumento del amor de Dios para la salvación del mundo. No busca la Iglesia un dominio sobre el hombre. Mucho menos busca un poder político que ejercer sobre la sociedad. Es una tentación de la que debe huir siempre, pues nunca faltarán los que quieran lanzarla contra el mundo en una lucha por poderes humanos. Aun cuando debe estar siempre a favor de la justicia y de la paz, y denunciar y anunciar con su palabra y con su obra lo injusto que hay en el mundo, debe tener siempre presente que es instrumento de amor, de paz y de concordia. El ejercicio de la autoridad la debe entender de manera diversa a como la ejercen los que buscan un dominio ilícito sobre la humanidad. Y debe oponerse siempre a la injusticia, a la mentira, a la explotación de los hombres, buscando sembrar la semilla del amor y de la paz.
Gracias Señor Jesús, por darnos tú amistad y amor, haznos capaces para crecer en el amor a ti y a los demás😊
ResponderBorrarJesús reveló que sólo el amor salva, un amor que revela la relación con cada uno de nosotros, somos sus amigos, no sus siervos. La iglesia no busca un dominio sobre el hombre, sólo es un instrumento del amor de Dios para la salvación del mundo, participando nosotros en el evangelio.
ResponderBorrarJesús reveló que sólo el amor salva, un amor que revela la relación con cada uno de nosotros, somos sus amigos, no sus siervos. La iglesia no busca un dominio sobre el hombre, sólo es un instrumento del amor de Dios para la salvación del mundo, participando nosotros en el evangelio.
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