Entre la inmensa cantidad de regalos que deja Jesús a la humanidad, en los que nos encontramos su propio Cuerpo y su propia Sangre como alimento para la Vida eterna y compañía para fortalecer el caminar de la vida de todos, el rescate del hombre que estaba perdido con su entrega a la muerte y su resurrección, el mandamiento del amor fraterno para una vida comunitaria solidaria y en caridad, la posibilidad de perdón y salvación para todos los hombres mediante el bautismo que da la nueva vida, hallamos también desde Él el regalo de la Paz. En su vida previa al sacrificio final, y luego, en sus apariciones como el Resucitado a los discípulos, su saludo es siempre proverbial: la entrega de su paz y el deseo de que sea también patrimonio de todos los que se encuentran con Él. Ciertamente el saludo de paz, y ese deseo hermoso de que lo viva cada uno, es tradicional en el pueblo hebreo. Cuando dos personas se encuentran siempre manifiestan este deseo de paz para su amigo. Pero en Jesús es más que un mero formalismo. No es un simple saludo que se da para cumplir con una tradición social. Es un verdadero deseo que surge del corazón de quien realmente lo añora para los suyos y llega al extremo de buscar que se haga realidad con las obras que lleva adelante y con las palabras que pronuncia. Jesús manifiesta a los suyos y a todo con el que se encuentra, el deseo de que tenga paz, y da un paso más, realizando la obra que hará que esa paz se logre verdaderamente, que es su entrega a la muerte para suprimir todo aquello que pueda perturbar la paz de los hombres. En este sentido, la verdadera paz es la que surge de un corazón que ha sido tocado por la armonización interior que produce en el espíritu la entrega del Hijo de Dios. Jesús es el Príncipe de la Paz, y está en sus manos hacerla llegar a todos, y en la decisión de cada hombre dejarse llenar de ella.
Es tan claro que el saludo de Jesús huye del mero formalismo, que incluso llega a explicar a los discípulos el alcance de ese deseo expresado al darlo: "La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y vuelvo al lado de ustedes”. Si me amaran se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo". La paz que entrega Jesús al mundo no es un "falso irenismo" que consistiría en la simple ausencia de conflictos y en procurar que todo siga igual para evitar problemas. Es una auténtica búsqueda de la unidad de espíritus, en la que la lucha por lograr el bienestar de todos, en persecución del Bien Común, elimine los egoísmos y las soberbias propias de quien no vive la paz interior sino que está en constante lucha contra quienes considera que ponen en riesgo la satisfacción de su vanidad. La paz de Jesús es una paz que acerca, que avecina, que promueve el amor fraterno. En esa búsqueda no dejará de haber contratiempos, pues "el príncipe de este mundo", que no es otro que el demonio, necesita del clima de conflicto para sustentar su dominio. "Divide y vencerás", es su lema preferido. Mientras que el de Jesús es: "Une y tendrás la paz". Es la paz que se busca aun en medio del conflicto y que se vive espiritualmente en la unión íntima con el Dios que nos ha lanzado al mundo para que lo hagamos el lugar de su Reino de Paz, en donde Él sea el principal actor, alrededor del cual nos reunimos todos y vivimos el idilio del amor con Él y entre los que perseguimos esa Paz como estilo esencial de vida.
En efecto, la Paz no se puede confundir con pasividad. Si hay algo que moviliza a los enviados del Señor es su deseo de hacer llegar a todos los hombres el mensaje de salvación, de rescate de la muerte, de novedad radical de vida. Y esto, por encima de todo interés personal, pues lo que pesa es el ser instrumentos dóciles de la voluntad salvífica del Señor y el sentirse felices de servir a la causa que renueva la vida de la humanidad. La Paz de Jesús es la consecuencia última de la redención. Es alcanzar un grado de elevación sublime en la cual se vive la armonía espiritual total al saber que se está en la presencia más valiosa del tesoro del amor. Quien se sabe amado con la calidad de amor eterno e infinito, no necesita ninguna otra seguridad para sentir y vivir la Paz que da Jesús. Por eso se entrega sin ambages a la causa de la Paz, asumiendo con la mayor naturalidad todas las circunstancias por las que atravesará al hacerse su instrumento: "En aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios". Así es. Vivir en la Paz que da Jesús no asegura la ausencia de conflictos. Casi podríamos decir que es todo lo contrario, pues el mal tratará siempre de sacudirse todo lo que ponga en lisa su hegemonía. Por ello, hay que comprenderla como el estado de quien vive una concordia esencial que le da la fe y el saber que está en las manos de Príncipe de la Paz, quien lo ha convocado para hacerlo suyo y enviarlo al mundo entero como embajador de su Paz. Eso lo debemos vivir todos los que nos sabemos enviados del Señor de la Paz.
Amado Señor, tu eres la única fuente de paz para poder difundirla a los demás☺️
ResponderBorrarLa paz que ofrece Jesús es un regalo, un Don fruto del amor y no de tratados ni rendiciones, es para que tengamos fuerzas para seguir los pasos del Maestro.
ResponderBorrarLa paz que ofrece Jesús es un regalo, un Don fruto del amor y no de tratados ni rendiciones, es para que tengamos fuerzas para seguir los pasos del Maestro.
ResponderBorrarLa paz que ofrece Jesús es un regalo, un Don fruto del amor y no de tratados ni rendiciones, es para que tengamos fuerzas para seguir los pasos del Maestro.
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