Es la pregunta que debemos hacernos todos a cada momento... En todo lo que hagamos, en cada paso que demos, en cada palabra que pronunciemos, deberíamos siempre preguntarnos qué es lo que quiere Jesús de nosotros en ese momento... Cumplir la voluntad de Dios es la felicidad del hombre. Por más que exaltemos la autonomía absoluta, la independencia total del hombre sobre otras "autoridades", jamás tendrá la plenitud si se desvincula de Jesús, de su amor, de su voluntad...
Paradójicamente, esta pregunta la hace el demonio, el que se reveló al Señor, el que se puso de espaldas a Él y nos convenció a todos a hacer lo mismo. Y continuamente está intrigando para que demos pasos que nos alejen de Dios. El demonio tiene su trabajo muy fácil, pues son millones sus aliados, los que prestan su voz para embelesar a los hombres y cortejarlos con sus promesas de vanidad extrema, de orgullo absurdo, de prepotencia, de maltrato a los demás... Él dio el primer paso, pero la inercia por haber saboreado "lo sabroso" de esos caminos, lleva al hombre ya casi sin esfuerzo... Al final, el camino no lleva sino a barrancos, a precipicios, a oscuridades. El camino puede ser "atractivo", pero el final es de destrucción personal, de desasosiego, de muerte... Dios nos creó para el amor. Vivir en el odio, en la destrucción del otro, en el individualismo exacerbado, en el egoísmo, en la vanidad, en la soberbia..., resultando en experiencias "agradables" momentáneamente, deja un sabor amargo que será imposible de eliminar al final de nuestros días. Quien se empeñe en vivir en esas actitudes, vivirá en la amargura eterna. Y eso es el infierno. Quien se ha hecho buen discípulo del demonio, y se mantiene así, lo tendrá como maestro por toda la eternidad...
Pero él mismo nos da la clave para retomar un camino distinto. Él mismo nos dice cuál es la pregunta que debemos hacerle a Jesús: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?" En saber lo que Jesús desea de nosotros, y en ponerlo en práctica, está la clave de la felicidad plena. Si siguiendo al demonio, lo hacemos nuestro maestro por la eternidad, siguiendo a Jesús, escuchando su Palabra, cumpliendo su voluntad, lo haremos nuestro Maestro eterno. Y sabemos cuál es la distancia entre ambas maestrías. Sabemos dónde está el acento del amor y de la solidaridad. Sabemos cuál de los dos enseña la ruta para la plenitud, para darle el verdadero sentido a la vida. En eso no tenemos dudas. Lo que nos ofrece el demonio es soledad, mentira, odio, egoísmo, banalidad. Lo que nos ofrece Jesús es Amor, Verdad, Fraternidad, Felicidad, Esperanza. No debería ser muy difícil tomar una decisión...
Pero tomemos en cuenta que esto mismo lo sabía el demonio. Dando la espalda a Dios, él escogió el camino de las tinieblas. El demonio reconoce perfectamente quién es Jesús. Más aún, en el diálogo que establece con Cristo, se lo dice expresamente: "Sé quién eres: el Santo de Dios". ¡El demonio reconoce en Jesús al enviado de Dios, al Redentor, al que esperaban todos los hombres para su liberación! Para el demonio, Jesús no es un desconocido, sino que es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre...
No basta, por tanto, reconocer quién es Jesús para ser "bueno". Como hemos visto, también el demonio lo reconoció. Además de reconocer su ser, es necesario escuchar su Palabra, hacerla entrar en el corazón, vivir de acuerdo a ella, y dejarse conquistar siempre por la novedad de la Palabra de Salvación que Jesús pronuncia continuamente...
Los hombres tenemos la Palabra de Jesús pronunciada frecuentemente. Él, que es la Palabra, se hace carne en medio de nosotros cada día en la Eucaristía. Su Evangelio es predicado por la Iglesia y sus miembros sin parar. Las vidas de tantos y tantos que han decidido ser fieles a Jesús y seguirlo, nos la presentan continuamente. Ya no podemos decir que no sabemos lo que Jesús quiere de nosotros. Sólo falta que nos decidamos a amarle, a seguirle y a cumplir siempre su voluntad. Es la única manera de ser felices y de hacer feliz a nuestro mundo que tanto añora la felicidad...
Si ya reconocemos a Jesús como el Santo de Dios, acerquémonos humildemente a Él, sin la soberbia del demonio, y preguntémosle: "¿Que quieres de mí, Jesús Nazareno?" Nos responderá inmediatamente y nos iluminará con su Palabra el camino que debemos seguir. No será seguramente un camino muy suave, pero tampoco será imposible. Más aún, al saber que esa es la ruta para dar pleno sentido a la vida, para vivir la verdadera felicidad, el entusiasmo que sentiremos nos dará las fuerzas que necesitemos para avanzar confiadamente...
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