HORA SANTA POR LA PAZ EN EL MUNDO,
EN MEDIO ORIENTE Y EN SIRIA
Sábado, 7 de
septiembre de 2013
Canto de Entrada y Exposición del Santísimo
Canto: Cantemos al Amor de los amores (http://www.youtube.com/watch?v=ogongiSym8M)
Cantemos
al amor de los amores,
cantemos
al Señor.
¡Dios
está aquí!
Venid,
adoradores,
adoremos
a Cristo Redentor.
¡Gloria
a Cristo Jesús,
Cielos
y tierra, bendecid al Señor!
¡Honor
por siempre a Ti
rey
de la gloria.
Amor
por siempre a Ti, Dios del amor!
Ambientación:
La Paz es el regalo que Jesús
dio a los discípulos después de haber resucitado. Cuando los discípulos de Emaús
relataban a los apóstoles el encuentro que habían tenido con el Resucitado, el mismo Jesús glorioso se
les apareció y les dijo: “La paz esté con vosotros”… Lo mismo repitió por dos
veces al aparecer en medio de ellos cuando no estaba Tomás, y luego, de nuevo,
a la semana siguiente, cuando éste sí los acompañaba (Jn 20, 19.20.26)… El
efecto principal de la presencia de Jesús debe ser la paz que se obtuviera con
su encuentro.
La paz es fruto de la
Redención. Haber retomado, por la obra de Cristo, el camino del encuentro con
Dios, nos pone en la senda de la pacificación universal. El hombre, en su
intimidad más profunda, por la infinita misericordia de Dios, ha entrado en una
sensación de armonía total. Es la armonía que produce serenidad al encontrarse
de nuevo con Dios, consigo mismo y con los hermanos. La triple armonía del
hombre, da como fruto la sensación y la experiencia real de paz interior.
Signo de la salvación y
característica propia de los redimidos es la vivencia de la paz. Cuando ella
falta, significa que estamos dejando a un lado los efectos que debe producir en
nosotros la entrega de Jesús en la Cruz. ¡Y cuántas veces lo hemos hecho!
¡Cuántas injusticias contra los más débiles, cuánto no aceptar el anuncio de la
Buena Nueva a los pobres, la iluminación a los ciegos, la liberación de los
oprimidos! ¡Cuánto desprecio a la obra de Cristo, cuando vemos que vivimos en
un mundo en el que los enfrentamientos y las guerras son el pan de cada día!
Necesitamos reencontrar la
senda de la Paz. Y el Papa Francisco, muy acertadamente, ha convocado a todos
los miembros de la Iglesia, a todos los creyentes y a todos los hombres de
buena voluntad, a que nos unamos en una súplica urgente y confiada al Dios de
la Paz, para que los hombres seamos capaces de deponer nuestras actitudes
beligerantes y caminemos hacia la paz mundial. Si somos hijos del mismo Padre y
por ende, hermanos entre nosotros, estamos obligados a hacer el esfuerzo por
reencontrarnos en la armonía, buscando rutas de encuentro, acentuando lo que
nos acerca y resolviendo con madurez adulta y pacífica nuestras diferencias.
Iniciemos, hermanos, esta
hora de adoración, de súplica y de intimidad con nuestro Dios de Amor,
presididos por Jesús, nuestro Hermano, y unidos todos en el mismo Espíritu
Santo que nos convoca.
(Tiempo de oración en silencio para colocarnos
íntimamente en la presencia de Dios y para unir nuestros corazones al de Jesús,
de modo que sea Él quien aglutine nuestras peticiones y las presente al Padre)
Jesús ha sido enviado a traer la paz a los hombres
El anciano Sacerdote
Zacarías, lleno del Espíritu Santo, dijo refiriéndose al que venía: “Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo
alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para
guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).
Al nacer Jesús, los coros
celestiales se desataron en un cántico glorioso: “Se juntó al ángel una
multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en
las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!” (Lc 2,14).
Para el anciano Simeón, la
visión del niño Dios fue suficiente para desear la muerte en paz: “Ahora,
Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos
han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz
para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-32).
Ante estas evidencias de la
paz que viene a sembrar Jesús en los corazones de los hombres, ¿qué podemos
decir de las dificultades que hemos colocado los mismos hombres para la llegada
de esa paz de Cristo a todos? ¿No tenemos que pensar que son nuestros egoísmos,
nuestra intolerancia, nuestra soberbia, nuestras injusticias contra los más
desposeídos, el continuo pisotear los derechos de los más débiles, lo que le ha
impedido a la paz asentarse como es el deseo del que ha venido como Luz de las
naciones?
(Pausa corta)
Señor, te pedimos ser más dóciles para recibir con
corazón abierto la paz con la que nos quieres llenar a todos. Te pedimos que
tengamos corazones que se dispongan mejor a aceptar a los demás como hermanos,
a no considerarlos invasores de nuestra comodidad o de nuestras circunstancias,
que sepamos ponernos a su disposición para servirles desde el amor,
particularmente a los más necesitados. Que sepamos llenarnos de tu amor para
poder ver a todos los hombres como nuestros hermanos, los que has colocado en
nuestro caminar para verte a Ti en ellos. Sólo así, Señor, deponiendo las
actitudes que nos alejan de ellos, podremos trabajar verdaderamente por lograr
la paz, por lograr que esa paz que nos regalas se incruste en nuestras vidas y
en nuestros corazones y la difundamos en todos nuestros caminos, como Tú lo
hiciste.
(Silencio de contemplación y de intimidad con el
Señor)
Canto: Dame un nuevo corazón, Señor (http://www.youtube.com/watch?v=U-ELtELhCQA)
Dame un nuevo corazón, Señor
Un corazón para adorarte
Un corazón para servirte
Dame un nuevo corazón, Señor
Limpio como el cristal. Dulce, como la miel,
Un corazón que sea como el tuyo Señor
Jesús
envía a sus discípulos a sembrar la paz
Cuando Jesús envió a los setenta y dos por delante de Él a
los pueblos que pensaba visitar, les encomendó la tarea de ir disponiendo los
corazones a recibir la paz que Él les iba a llevar: “Cuando entréis en una
casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, vuestra paz
recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros” (Lc 10,5-6).
En la entrada triunfal en Jerusalén, los habitantes exaltados
reconocían en Jesús al que venía a traer la paz a los hombres: “Bendito el Rey
que viene en nombre del Señor. ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lc
19,38).
Cada aparición después de la Resurrección gloriosa, fue un
testamento en el que Jesús concedía la Paz que había alcanzado para los hombres
con su Pasión y su Muerte: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,19.20.26)
Jesús se supo siempre enviado del Padre a traer la paz a sus
hermanos. Y cumplió perfectamente su tarea. Logró las condiciones para que se
diera esa paz entre nosotros. Nos limpió de todas las culpas, eliminó todos los
obstáculos que impedían la llegada de la paz a los corazones de los hombres.
¡Cuántas barreras hemos construido de nuevo! ¡Cuántos obstáculos hemos colocado
en nuestros corazones y en los corazones de los demás, que impiden el
asentamiento de la serenidad! ¡Cuántas veces nos colocamos nosotros y nuestras
pretensiones y privilegios, por encima de la paz común, humillando a los más
débiles, pisoteándolos en su dignidad, cometiendo injusticias contra ellos! Con
nuestra actitud, hemos obstruido el camino de la paz de Jesús a los corazones
de los hermanos.
(Pausa
corta)
Señor, yo
quiero ser instrumento de tu paz. Quiero convertirme en alguien que derribe
muros y separaciones, que destruya los obstáculos que impiden que tu paz llegue
a los corazones de los hombres. Quiero, Señor, eliminar de mí toda barrera,
todo pensamiento, toda actitud, que impida que en mí se asiente la paz. Y así,
Señor, quiero ser sembrador de esa paz en los corazones de los que me rodean.
Que al decirles yo a ellos: “La paz sea con vosotros”, la vean reflejada en mi
rostro, la vean atractiva, y se sientan arrobados por esa paz que yo lleve
dentro… Que mi paz sea la paz que tú me das. Y que la haga pasar de mi corazón
al corazón de mis hermanos. Que yo sea en mi vida testimonio vivo de la paz que
me enriquece, que me ilusiona, que me motiva. Que nunca dé lugar a que nadie
pierda la paz, o que no se sienta atraído a vivirla…
Canto:
Hazme un instrumento de tu paz
Hazme un instrumento de tu paz:
donde haya odio, lleve yo tu amor;
donde haya injuria, tu perdón, Señor;
donde haya duda, fe en ti.
Hazme un instrumento de tu paz:
que lleve tu esperanza por doquier;
donde haya oscuridad, lleve tu luz;
donde haya pena, tu gozo, Señor.
Maestro, ayúdame a nunca buscar
querer ser consolado, como consolar;
ser entendido, como entender;
ser amado, como yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz:
es perdonando que nos das perdón;
es dando a todos que tú nos das;
muriendo es que volvemos a nacer.
Maestro, ayúdame a nunca buscar
querer ser consolado, como consolar;
ser entendido, como entender;
ser amado, como yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz
María es
la Reina de la Paz
Hoy estamos en las vísperas
de la Natividad de María, nuestra Madre. Es la Madre de Cristo, el Príncipe de
la Paz. Por lo tanto, Ella es la Reina de la Paz. Debemos siempre contar con
Ella para poder alcanzar el espíritu de Paz que viene a traernos su Hijo.
María nos pide que pongamos a
Cristo en el centro, dejando el pecado que es la guerra interior, para poder
ser constructores de la Paz a todos los niveles: “Haced lo que Él os diga” (Jn
2,5). María nos recuerda que si no vivimos en paz con Dios, no podemos vivir en
paz con nosotros mismos ni con el prójimo. No podemos construir la paz.
Necesitamos de la oración
para pedir a Cristo, por mediación de María, el don de la paz. La Virgen María
sale a nuestro encuentro (recordemos Lourdes y Fátima) y nos pide el rezo
asiduo del Rosario para obtener la conversión y la paz. Recemos con María que
presenta nuestra oración por la paz a su Hijo, Rey de la Paz. Y necesitamos de
la acción comprometida con los más necesitados de nuestro entorno para
implantar el Reino de Jesús, que es Reino de Justicia, de Verdad y de Paz.
(Pausa corta)
María, Madre nuestra, Reina de la Paz. Nos ponemos
también delante de ti ahora para que nos llenes del amor que tuviste hacia tu
Hijo, el Príncipe de la Paz. Enséñanos, como lo enseñaste a Él, a ser personas
de paz, a desear vivir en armonía con todos, a nunca ser causa del desasosiego
o la intranquilidad de nadie. Muéstranos tu corazón inmaculado para que podamos
ver en él el retrato perfecto del amor y de la paz que hay en ti. Virgen
santísima, no dejes de usar tu mano maternal y amorosa con nosotros tus hijos,
de modo que siempre podamos sentir la delicadeza y la suavidad de tus gestos
que descubren la eterna paz en la que vives. ¡Cuánta paz hemos perdido por no
vivir a tu lado! ¡Cuánto desasosiego hay lejos de ti, que eres fuente de paz
para todos tus hijos! Mantennos junto a ti, bien resguardados en tu amor, para
que podamos ser verdaderos instrumentos de la paz en nuestros hogares y en
todas partes…
(Oración en silencio a nuestra Madre María, Reina de
la Paz, para pedirle nos llene de su paz)
Canto: Santa María del Camino (http://www.youtube.com/watch?v=_iBQC4ovcQ4)
Mientras recorres la vida
tú nunca solo estás
contigo por el camino
Santa María va.
Ven con nosotros a caminar
Santa María ven,
ven con nosotros a caminar
Santa María ven.
Aunque te digan algunos
que nada puede cambiar
lucha por un mundo nuevo
lucha por la verdad.
Ven con nosotros a caminar
Santa María ven,
Si por el mundo los hombres
sin conocerse van
no niegues nunca tu mano
al que contigo está.
Ven con nosotros a caminar
Santa María ven,
Aunque parezcan tus pasos
inútil caminar
tú vas haciendo caminos
otros los seguirán.
Ven con nosotros a caminar
Santa María ven.
Palabras
del Papa Francisco en el Ángelus del Domingo 1 de septiembre de 2013
Hoy, queridos hermanos y
hermanas, quisiera hacerme intérprete del grito que sube de todas partes de la
tierra, de todo pueblo, del corazón de cada uno, de la única gran familia que
es la humanidad, con angustia creciente: ¡es el grito de la paz! El grito que
dice con fuerza: ¡queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de
paz, queremos que en nuestra sociedad, destrozada por divisiones y por conflictos,
explote la paz; nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra! La paz es un don
demasiado precioso, que debe ser promovido y tutelado.
Vivo con particular
sufrimiento y preocupación las tantas situaciones de conflicto que hay en
nuestra tierra, pero, en estos días, mi corazón está profundamente herido por
lo que está sucediendo en Siria y angustiado por los dramáticos desarrollos que
se presentan.
Dirijo un fuerte llamamiento
por la paz, ¡un llamamiento que nace de lo íntimo de mí mismo! ¡Cuánto sufrimiento,
cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso de las armas en aquel
martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en
cuántos niños no podrán ver la luz del futuro! Con particular firmeza condeno
el uso de las armas químicas: les digo que tengo aún fijas en la mente y en el
corazón las imágenes terribles de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y
también un juicio de la historia sobre nuestras acciones al que no se puede
escapar! Jamás el uso de la violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra,
violencia llama violencia!
Con toda mi fuerza, pido a
las partes en conflicto que escuchen la voz de su propia conciencia, que no se
cierren en sus propios intereses, sino que miren al otro como un hermano y
emprendan con coraje y con decisión la vía del encuentro y de la negociación,
superando la ciega contraposición. Con la misma fuerza exhorto también a la
Comunidad Internacional a hacer todo esfuerzo para promover, sin ulterior
demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas en el diálogo y en
la negociación, por el bien de la entera población siria.
Que no se ahorre ningún
esfuerzo para garantizar asistencia humanitaria a quien está afectado por este
terrible conflicto, en particular a los evacuados en el país y a los numerosos
prófugos en los países vecinos. Que a los agentes humanitarios, empeñados en
aliviar los sufrimientos de la población, se les asegure la posibilidad de
prestar la ayuda necesaria.
¿Qué podemos hacer nosotros
por la paz en el mundo? Como decía el Papa Juan: a todos nos corresponde la
tarea de recomponer las relaciones de convivencia en la justicia y en el amor
(Cfr. Carta encíclica, Pacem in terris [11 abril de 1963]: AAS 55 [1963], 301-302).
¡Que una cadena de empeño por
la paz una a todos los hombres y a las mujeres de buena voluntad! Es una
invitación fuerte y urgente que dirijo a la entera Iglesia Católica, pero que
extiendo a todos los cristianos de las demás Confesiones, a los hombres y
mujeres de toda religión y también a aquellos hermanos y hermanas que no creen:
la paz es un bien que supera toda barrera, porque es un bien de toda la
humanidad.
Repito con voz alta: no es la
cultura del enfrentamiento, la cultura del conflicto la que construye la
convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino la cultura del encuentro,
la cultura del diálogo: éste es el único camino hacia la paz.
Que el grito de la paz se
eleve alto para que llegue al corazón de todos y todos dejen las armas y se
dejen guiar por el anhelo de paz.
Preces por la Paz
Con espíritu de fe y
convencidos de que Dios escucha nuestra plegaria, dirijamos al Padre nuestra
oración por la Paz en el mundo, en el Medio Oriente y en Siria. Respondamos
todos: ¡Llénanos, Señor, de tu Paz!
-Por la Iglesia santa de
Dios, para que sea instrumento eficaz en la implantación del Reino de Cristo,
que es Reino de Paz, en todo el mundo y en el corazón de cada hombre. Roguemos
al Señor
-Por todos los ministros de
la Iglesia, para que sean fieles dispensadores de los misterios del Reino de
Paz de Cristo, y mantengan siempre su fidelidad en el servicio a sus hermanos.
Roguemos al Señor
-Por los laicos organizados
que sirven desde la Iglesia a todos los hombres del mundo, para que sean anuncio
vivo de la paz y de la concordia entre ellos. Roguemos al Señor.
-Por los gobiernos de las
naciones, para que sepan ejercer la autoridad como servicio, y no pretendan
imponer sus ideologías, actitudes y conductas con la violencia y la guerra.
Roguemos al Señor
-Por todos los hombres,
pueblos y naciones que están en conflicto, para que depongan sus actitudes de
egoísmo y soberbia, y puedan aceptar a los demás como hermanos. Roguemos al
Señor
-Por todos nosotros, para que
sepamos abrir nuestros corazones al Príncipe de la Paz, para que reine en
nosotros y nos llene siempre de su paz. Roguemos al Señor
Nuestra oración, Padre, la
ponemos ante ti, confiando en tu infinita misericordia. Escucha nuestra súplica
y llena de paz los corazones de todos los hombres. Te lo pedimos por
Jesucristo, Nuestro Señor.
Finalizamos nuestra oración por la Paz con un
Padrenuestro, una Avemaría y un Gloria
Tamtum ergo y bendición final con el Santísimo
Canto Final: Tú reinarás (http://www.youtube.com/watch?v=DJJnWpUst-s)
Tú
reinarás, este es el grito
que
ardiente exhala nuestra fe
Tú
reinarás, oh Rey Bendito
pues
tú dijiste ¡Reinaré!
Reine
Jesús por siempre
Reine
su corazón,
en
nuestra patria, en nuestro suelo
es
de María, la nación
Amén, pidamos con nuestros corazones y nuestra conciencia por la paz de todos, pensemos en el otro como nuestro hermano que es, para poder recuperar lo que Dios nos entregó...la Paz.
ResponderBorrar¡Excelente querida prima! Dios te oiga... Un besote. Dios te bendiga
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