La vivencia cristiana es profundamente comprometedora con la realidad que vivimos. La esperanza que sostiene la ilusión cristiana de obtener la salvación está muy lejos de ser paralizante. Existe una equivocación gravísima en los promotores del materialismo dialéctico, que han calificado a la religión, en nuestro caso sería la cristiana, de "opio del pueblo", acusándola supuestamente de hacer de los creyentes hombres y mujeres que sólo miran a la eternidad celestial, desapegándose de toda la realidad circundante y, como consecuencia, no sintiéndose comprometida con ella y con su mejor marcha. Nada más lejos de la realidad...
Los cristianos hemos sido enviados al mundo por Jesús a anunciar el "Evangelio a toda la creación". Y el Evangelio, como Él mismo lo asumió, debe ser predicado, en primer lugar, a los pobres, debe iluminar los ojos de los ciegos, debe anunciar la liberación a los oprimidos, debe llevar el consuelo a los afligidos. Es imposible llevar la Buena Nueva de la Salvación, si no se asume la realidad en la que vive cada hombre y cada mujer de la historia. La obra de Cristo engloba al hombre en toda su integralidad. No es salvación sólo del espíritu o sólo del cuerpo. Así no fue la actuación de Cristo. El Evangelio nos relata toda la obra que Jesús realizó, y en ella podemos destacar siempre su preocupación tanto por la situación espiritual como por la material de los hombres a los que se encontró en el camino.
Cristo perdonó pecados, liberó de demonios, predicó el amor entre los hombres, invitó a asumir la persecución a la que serían sometidos sus seguidores, pidió a todos que devolviéramos bien por mal, bendición por maldición, oración por daño... Nos invitó a elevarnos, y nos elevó Él mismo, en nuestro espíritu, sobreponiéndonos a todo conflicto íntimo o social. Con su labor Cristo logró limpiar totalmente el alma de cada hombre, la hizo pura y bien dispuesta para aceptar su presencia en ellas. Desde la obra de Jesús, los corazones de los hombres pasaron a ser morada natural de Dios. Es el misterio de la Gracia santificante, que es la inhabitación de Dios en el hombre...
Pero también Cristo resucitó muertos, curó enfermedades, multiplicó los panes, hizo posible la pesca milagrosa, rescató a Pedro de las aguas... Se ocupó del hombre concreto, en sus necesidades, y como Dios providente puso remedio a sus carencias. Está claro que para Jesús el bienestar no está reñido con el Evangelio. Se opuso a todo tipo de opresión del hombre contra el mismo hombre, azuzó a las autoridades que maltrataban a sus súbditos y no se ponían al servicio de ellos, exigió el pago de los impuestos como obligación ciudadana, pidió la sumisión a las autoridades... El mundo, en su realidad material recibió de Jesús también un llamado a ser un buen lugar para vivir, un sitio que ofreciera a todos por igual sus buenas posibilidades.
Por eso los cristianos no podemos desentendernos de nuestro compromiso temporal. Más aún, cumpliéndolo es que estaremos sembrando la semilla que dará buen fruto como cosecha de eternidad. Si no asumimos ese compromiso, estaremos traicionando a Jesús que nos envía a la realidad entera para transformarla. El buen cristiano tiene que ser un hombre justo, que busca que la justicia sea signo en todo lo que hace y que brille en todo su alrededor. Se opone a las injusticias que puedan darse en su entorno, y las denuncia valientemente, dando la alternativa de la verdadera justicia. Rechaza firmemente la explotación de los hermanos por parte de los inescrupulosos, que se aprovechan de cualquier circunstancia, aunque signifique la nueva esclavitud de algunos, para obtener buenas ganancias sea como sea. Trata de cumplir honestamente con su trabajo, sin buscar como hacer "trampas" y siendo buen testimonio de honestidad para los compañeros. Es un buen ciudadano, pues busca siempre ser cumplidor de las leyes justas, cumpliendo sus deberes y ejerciendo objetivamente sus derechos. Es sensible a las necesidades de los que están a su alrededor o de los que se cruzan en su camino, sin "mirar para otro lado" cuando ve la carencia de alguno, haciéndose solidario, material o espiritualmente, en la medida de sus posibilidades, tratando siempre de que sea la medida del amor cristiano...
El cristiano es, por su vocación integral, el hombre que puede transformar verdaderamente el mundo, en más humano, más cristiano, más justo, más solidario. Esa tarea la ha puesto Cristo en sus manos. Su fe no lo encierra en las paredes de la sacristía, como han pretendido también algunos. La fe no lo paraliza, sino que lo lanza con mayor responsabilidad al mundo que hay que cambiar. Toda la realidad lo cuestiona y lo compromete. Comprende muy bien que el anuncio de la salvación pasará sólo como creíble si va acompañado de una vida profundamente comprometida con el hombre y todas sus circunstancias. No basta la palabra de serenidad y de paz que quiere Jesús hacerle llegar a todos. Es necesaria la acción que implante la justicia y promueva el bien para todos, tal como lo hizo Jesús. Jesús habló del amor necesario, y a la vez invitó a la solidaridad. Perdonó el pecado, y a la vez invitó a vivir en la justicia. Liberó de los demonios, y a la vez pidió que nos comprometiéramos con la mejor marcha de la sociedad.
Los cristianos creemos en un solo Dios, Uno y Trino. Creemos en la Iglesia. Creemos en la Redención. Creemos en el perdón de los pecados. Y creemos en que Jesús nos ha puesto como tarea al mundo. Creemos que lo podemos hacer más justo y más humano. Creemos que todos los hombres somos hermanos y que estamos misteriosamente unidos unos a otros, por lo que no podemos desentendernos de ninguno. Creemos que el mal de uno es el de todos y que el bien de uno es el de todos. Creemos que debemos promover en el hombre su bienestar, su progreso, su mejor vivir.
Los cristianos vivimos en el amor. Y es un amor que no es bobalicón, sino que asume responsablemente su compromiso. Es una amor que nos lleva a dolernos del mal de los otros, y que nos empuja vivamente a ayudar a resolverlo y a darles consuelo. Si no se expresa así, el amor pasa a ser simplemente un idealismo vacío y sin sentido.
Y por eso, sólo así, podremos apuntar a tener esperanza en el cielo. Nuestro cielo lo construimos ayudando a construir el cielo de los demás aquí en la tierra. No pensemos que tendremos cielo si no se lo hemos procurado a los demás. Si así lo hacemos, sólo tendremos vacío y lejanía de Dios, es decir, infierno. La esperanza nos motiva a mirar con añoranza a la eternidad feliz junto a Dios, pero nos dice que eso será la cosecha que se hará realidad sólo en la medida en que hayamos sembrado las semillas del bien, del amor y de la justicia, aquí y ahora...
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