Al terminar su tiempo de "preparación" en el desierto, después de haber sido tentado por el demonio, Jesús empezó el anuncio del Evangelio. Se templó en la experiencia del desierto como para fortalecerse para los tiempos duros que le venían en sus andanzas interminables, sobre todo, para el fin de sus días, cuando tendrá que sufrir la Pasión y la Muerte afrentosa a las que será sometido...
El mensaje de Jesús es la Buena Nueva que viene a anunciar a todos: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor." Es un mensaje de esperanza pura, de salvación, de liberación. Es lo que resume la misión que le ha sido encomendada al Redentor. Es verdaderamente la Buena Nueva para los afligidos.
Jesús es el "Cristo", el Ungido por el Espíritu con el óleo de alegría, para derramar su unción sobre el mundo, particularmente sobre los más necesitados. Es el Enviado por el Padre para rescatar al que se había perdido en su soberbia y en su autosuficiencia. Es quien cumple la promesa que había hecho el Padre desde el mismo pecado de Adán y Eva, cuando dijo a la serpiente: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya. Ella te pisará la cabeza, mientras tú le muerdes el talón". Aun cuando fue el hombre el que decidió colocarse de espaldas a Dios, Él, que lo había creado por amor, no se iba a quedar de brazos cruzados si el objeto de su amor estaba lejos. Salía a su rescate. Y para ello enviaba a su propio Hijo, al Verbo, que se encarnaba asumiendo nuestra naturaleza caída, para, desde dentro mismo de nuestra penumbra, levantarnos... El Verbo "se anonadó", se hizo nada, para llevarnos a ser algo... Y fue ungido por el Espíritu para llevar adelante la misión encomendada por el Padre.
Cristo ha sido enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, a los necesitados. Es decir, a todos los hombres, pues todos somos pobres, indigentes... Desde que pecamos, nos hemos convertido en los seres más pobres de la creación, pues hemos perdido lo más enriquecedor que teníamos, que era la misma Vida de Dios en nosotros, la Gracia. Por eso, somos también cautivos, ciegos, oprimidos... A nosotros los hombres es enviado el Redentor para sacarlos de la terrible tragedia en la que nosotros mismos nos habíamos sumido.
La Redención es el acto más gratuito de amor que podemos imaginarnos. El único inocente, el que menos tenía culpa en toda la obra, es quien se ofrece para satisfacer. En eso consiste el rescate. En que quien no tuvo culpa, se hizo culpa total, para lavar a los que sí eran culpables, mediante su entrega al sacrificio supremo de la muerte en Cruz... El anuncio de Jesús no fue hecho sólo con su Palabra, sino que fue gritado y refrendado por la potente voz de sus actos, de su vida, de sus gestos y de su conducta. Sobretodo por el gesto sacrificial en la Cruz. No hubo grito de amor más fuerte en Jesús que el que lanzó cuando ya no tenía voz, cuando ya estaba muerto, inerme, clavado en la Cruz...
Con ello, la Buena Nueva se hizo realidad. Ya no era un anuncio de algo que vendrá, sino que se hizo ya efectivo entre nosotros. La salvación es ya un hecho consumado por Jesús. Somos seres salvados, no por los méritos que haya hecho ninguno de nosotros, sino por el gesto sublime de amor y de entrega que realizó Jesús. Es la salvación que debe hacerse plena, que debe llegar a todos, que debe hacerse realidad para cada hombre y para cada mujer de la historia...
Cristo ya hizo su parte, y la hizo perfectamente. Su salvación es ya un hecho que pende sobre la humanidad. Ahora toca al hombre, al redimido, llevar a plenitud esa obra. Debe ser instrumento en la salvación de todos los hombres, sus hermanos. Cada cristiano, en su bautizo, ha sido también ungido, como lo fue Jesús, para ser enviado a sus hermanos. Y, como Jesús, debe sentir que tiene la misión de llevar la Buena Nueva a los demás, a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos. Ninguno debe quedar fuera de la gesta salvadora y redentora de Jesús. Todos los hombres, particularmente los más necesitados, son destinatarios de la salvación de Cristo...
Es una salvación que no apunta sólo a lo espiritual. Apunta a su condición humana general. La pobreza, la miseria, la opresión, la cautividad, deben ser objetos de evangelización. No hay realidad más antievangélica que la miseria, la esclavitud, la humillación del hombre por el mismo hombre. Es una realidad que debe ser redimida y colocada en la línea de la voluntad divina de liberación, de promoción humana, de fraternidad y solidaridad liberadoras... Y por supuesto, en la línea de la integralidad humana que quiere Jesús, debemos también anunciar a los hombres la necesidad de la cercanía a Dios, de la fidelidad a su voluntad, de huir de cualquier ocasión que nos aleje de Él y de su amor.
El Evangelio es una realidad englobante, que nos coloca ante lo más profundo e íntimo de nuestro ser. Nos llama a ser verdaderamente hombres, perteneciendo por completo a Dios y haciéndonos cada vez más hermanos de los demás en el amor. No podemos truncar nada de ese mensaje de Jesús. Él ha sido enviado a los hombres para liberarlos. Nosotros somos los continuadores de su obra liberadora. Y como cristianos, como bautizados no podemos negarnos a ser instrumentos dóciles en sus manos...
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