Hace algunos años, un amigo me dijo un refrán que me quedó dando vueltas en la cabeza: "En comunidad, nunca muestres tu habilidad". Y me lo dijo ante un comentario que le hice de que alguna vez yo había hecho algo que, objetivamente y sin jactancia, había quedado muy bien, y desde ese momento, cada vez que había que hacerlo, me lo encomendaban a mí... No lo dije con ninguna molestia, sino como un comentario neutro sobre el comportamiento de un grupo de personas ante las habilidades que puede mostrar alguien entre ellos...
Yo, sinceramente, disfrutaba haciendo lo que se me encomendaba. Porque, además del bien que representaba para todos, me gustaba hacerlo. Pero el comentario me llevó a profundizar en una meditación ulterior. Pensaba que es realmente una lástima que los hombres intentemos esconder nuestras capacidades para que no se "aprovechen" de nosotros. Que nos molestemos al poner nuestra habilidad al servicio de todos, cuando realmente, si es una habilidad, es un absurdo pensar que esté destinada para el disfrute de nadie, más allá que el portador...
Por eso tiene mucho sentido lo que nos dice Jesús: "Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entren tengan luz". Esto tiene conexión directa con la parábola de los talentos... Esos talentos los hemos recibido para ponerlos a producir, no para enterrarlos. Así mismo, la luz que hemos recibido la debemos poner a alumbrar a todos, no podemos ocultarla... Una luz que no ilumine es un absurdo...
En una sociedad que promueve el egoísmo y el materialismo, se nos anima a esconder las habilidades. O a demostrarlas sólo en el caso en que produzcan réditos para nosotros mismos. Si no nos van a dejar alguna ganancia, para esta sociedad egoísta y mercantilista, sería absurdo demostrarlas... Esa economía de mercado, ese capitalismo sin corazón que tanto criticamos, nos ha hecho daño no sólo en lo económico o lo social... También ha perjudicado hasta nuestra relaciones humanas y el compromiso que tenemos todos de aportar lo que nos corresponde para hacer nuestra sociedad, nuestro mundo, mejor, más humano, más fraterno, más solidario...
Y lo cierto es que todos tenemos una inmensa cantidad de habilidades... No pensemos sólo en las grandes cosas o en las grandes empresas. No confundamos talento con ampulosidad o magnificencia... De esas cosas, más bien, podríamos decir que muchísimos carecemos... Cuando hablamos de poner a la disposición de los demás las habilidades, estamos hablando de lo cotidiano, de lo "normalito", de lo que todos tenemos a la mano y podemos poner a la mano de los demás. Son las cosas más sencillas que poseemos, no por voluntad propia, sino por iniciativa divina, con las cuales el mismo Dios nos ha enriquecido para que podamos a nuestra vez enriquecer a nuestro entorno, empezando por los más cercanos, nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo... Y que podemos, incluso, extender a un grupo mucho más amplio, al que pertenecerían aquellos que circunstancialmente nos cruzamos en nuestro camino... En el ascensor, en el bus, en el metro, en la acera, en el cine, en el estadio... En tantos lugares...
No intentemos cavar tan profundo que perdamos lo que está ahí mismo, muy cerca... Esa habilidad tiene que ver mucho con la afabilidad, que podemos demostrar siempre con un saludo cariñoso de buenos días, con una sonrisa simpática que rompe cualquier hielo, con un buen apretón de manos que denota confianza, con una palabra que comente las condiciones del día... Esa luz la escondemos debajo del celemín cuando ponemos caras largas, de mal humor, cuando negamos el saludo o el beso cariñoso incluso al cónyuge o a los hijos y les ponemos delante el glaciar de nuestra cara desencajada... ¡Es impresionante lo que puede cambiarle el día a alguien el iniciarlo con encuentro afectivo, cariñoso, con alguien en sus primeras horas!
La luz la ponemos al servicio de los que están a nuestro alrededor cuando ofrecemos el apoyo a quien está pasando por un momento malo, a quien se le ha fallecido algún ser querido, a quien está pasando por una crisis afectiva importante, a quien sin decir nada deja traslucir una preocupación grande... No nos estamos quedando con nuestra luz escondida, sino que procuramos iluminar con ella a quien está cerca de nosotros...
No podemos permitir que nuestro mundo se despersonalice tanto que las cosas de los demás no nos llamen a compromiso. No se trata de entrometernos en la vida de ellos, sino de iluminarlos, de hacerles sentir que no están solos en sus circunstancias, que estamos a su lado no para invadir su privacidad, sino para respetarla al máximo y queriéndola hacer más llevadera cuando se comparte la carga aunque no sepamos cuál es...
Una sociedad que quiere hacernos mónadas, burbujas individuales, lucha contra ese intercambio. Te invita a tener tu luz debajo de la cama. Te convence de que debes enterrar tu talento para no perderlo... La sociedad a la que te quiere integrar Jesús, ese mundo nuevo que Él propone, te invita a colocar la luz sobre la mesa, a multiplicar tus talentos, para que todos se enriquezcan de ellos. Los que tienen grandes llamaradas o inmensas habilidades y talentos, que hagan su parte. Nosotros, que los poseemos en calidad mucho más humilde, hagamos la nuestra, la sencilla, la que construye desde la base, la que hace que, trabajando cada uno como células, nuestra sociedad se vaya enriqueciendo casi imperceptiblemente y vaya transformándose en una sociedad verdaderamente humana y divina, según la voluntad de Dios...
Definitivamente la frase que me dijo mi amigo, no es cristiana. Debemos transformarla a: "En comunidad, pon a disposición tu habilidad". Sólo así sentiremos que hacemos algo que vale la pena. De lo contrario, estaremos yendo contra nuestra naturaleza, que es comunitaria, y contra la voluntad de Dios, que nos ha hecho a todos hermanos y nos ha comprometido a unos en favor de los otros...
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