Herodes tenía miedo. Era un supersticioso de primera. Su gran temor era de que ese de quien hablaban tanto fuera alguno de los que ya habían muerto que había "reaparecido", como para cobrarle algunas deudas que tenía... Se decía que no era posible que fuera Juan, pues él mismo lo había mandado a decapitar... Tampoco podía ser una "reencarnación" de Elías o algún profeta de los famosos... Pero, de todas maneras, tenía miedo de ese personaje famoso...
Ya sabemos cómo era la personalidad de Herodes. Voluble como él solo, pendiente de lo que dijeran los demás, vanidoso al extremo, dándole importancia sólo a los vientos de opiniones, buscando únicamente lo que complacía a sus pasiones... Era un verdadero muñeco de las circunstancias exteriores, satisfecho sólo cuando complacía sus caprichos...
Se podría llegar a pensar que su empeño en conocer a Jesús podía basarse también simplemente en el deseo de "codearse" con alguien que era famoso y adquirir con ese contacto una fama a su costa... Sea el miedo o las ansias de ser famoso, las motivaciones de Herodes eran de lo más rastreras posibles. No se sentía motivado por conocer en profundidad a Jesús, por escuchar su mensaje, por dejarse interpelar por sus cuestionamientos a los hombres. Eso era lo que menos importaba...
Pero, a pesar de que sus motivaciones no eran las más puras, a pesar de que quizá eran extraordinariamente superficiales, de todas maneras "tenía ganas de ver a Jesús"... Quería tenerlo cerca para verlo, para tocarlo, para escuchar aquello de lo que tanto se hablaba, a ver si de verdad valía la pena tanto revuelo que causaba...
¡Cuántos Herodes tenemos hoy! ¡Cuántos hombres y mujeres solo ven en Jesús a un personaje llamativo, casi como un showman, al cual se quieren acercar únicamente para presenciar sus grandes milagros, para escuchar sus lindísimos mensajes, para percibir su grandeza...! Pero no pasan de allí... Jesús sería un gran personaje, un gran actor, merecedor de gran admiración, pero más nada... Los hombres de hoy también tenemos ganas de ver a Jesús, pero como en una película, como en un teatro, como en una representación a la que asisto, en la que me emociono, en la que presencio sus alegrías, sus dolores, sus sufrimientos, su pasión y su muerte, en la que oigo el mensaje novedoso del amor y la invitación a seguirlo, en la que incluso puedo llegar a llorar al ver que su humillación fue extrema..., pero que, al terminar, termina también mi empatía con el personaje y me voy a tomar una cervecita o a comer una hamburguesita con los amigos, para completar la velada...
Jesús se ha llegado a convertir, no por Él mismo, sino por lo que hemos hecho de Él, en alguien al que vemos de lejos. En alguien al que, sí, admiramos, pero al que consideramos tan lejano que no nos implica ni nos compromete. Su mensaje y su exigencia quedó para el pasado, para los hombres y mujeres que lo escucharon en vivo, para ser admirado en lo maravilloso y portentoso de los milagros que hizo, pero rechazado en lo que vivió como servicio y entrega final hasta la muerte, que nos exigiría a todos lo mismo... Los hombres exigimos a un Jesús que multiplique los panes, que produzca la pesca milagrosa, que resucite al hijo de la viuda de Naím y a Lázaro, que cure enfermos, que devuelva la vista a los ciegos, que perdone los pecados a los publicanos y a las prostitutas... Pero al mismo tiempo rechazamos al Jesús que nos pide que perdonemos a quien nos ha hecho daño, que amemos a los enemigos, que enfrenta a los poderes políticos y religiosos del momento, que se opone valientemente con su Verdad a la mentira que vive el mundo, que carga con su Cruz hasta el extremo del desfallecimiento, que perdona en la Cruz a quienes lo están asesinando, que muere prestando el mejor servicio a la humanidad entera, haciendo morir con Él a la misma muerte.... ¡Esto último es inaceptable! ¡Cómo es posible que quien vive en la gloria y tiene el poder infinito, se muestre tan complaciente y tan débil cuando se necesitaba más contundentemente la demostración de su poder...!
Es muy simple la explicación... Nos pasa como a Herodes... Sufrimos todos el "Síndrome Herodes"... Queremos conocer al Jesús triunfante, al Jesús espectacular, al Jesús showman. Queremos ver al Cristo glorioso, resucitado... Pero que no nos muestren más... No queremos saber nada de dolores, de sufrimientos, de exigencias, de entrega, de perdones. Eso no va con nosotros. Queremos al Jesús que perdona, pero no quedemos perdonar. Queremos al Jesús que cura enfermedades, pero no colaborar nosotros en eso. Queremos al Jesús que habla bellezas del amor, pero no queremos amar. Queremos ser testigos de la gloria de Jesús, pero no ver su muerte en Cruz...
Y resulta que a Jesús no lo podemos parcelar. A Jesús, o lo aceptamos integralmente, o no lo estamos aceptando. No podemos decir que tenemos a Jesús, si solo queremos una parte de Él. El mismo Jesús que hace caminar al paralítico y libera de los demonios, es el que nos dice que debemos poner la otra mejilla. El mismo Jesús que se transfigura delante de los apóstoles, es el que les dice que el que quiera ser el primero que sea el servidor de todos. El mismo Jesús que camina sobre las aguas, es el mismo que le dice a Pedro que es un hombre de poca fe. El mismo Jesús que se muestra en su gloria resucitado a los apóstoles y a los demás discípulos, es el mismo que antes había muerto ignominiosamente en la Cruz... Es más, necesitaba morir para poder resucitar. No hubiera sido posible resucitar sin antes morir... Ese es Jesús. No hay otro. No nos enfermemos del "Síndrome Herodes". No queramos tener al Jesús maravilloso sin el Jesús exigente y sufriente. Ese primero no existe. Sólo existe el integral...
Paradójicamente, porque no queremos asumir al Jesús integral, los hombres nos hemos quedado con la mitad de la alegría que podemos experimentar. La plenitud únicamente se dará cuando aceptemos y respondamos afirmativamente al compromiso de seguir al Jesús total, que es el que nos ha salvado, el que ha alcanzado nuestra Redención actuando integralmente... No nos quedemos en la mitad del camino, llegando a la mitad de la exigencia, viviendo la mitad de Jesús. Vayamos a la plenitud. Aceptemos al Jesús integral, respondamos al compromiso al que nos invita, y lleguemos a la meta, que es la felicidad plena...
Tengamos ganas de ver a Jesús... Al Jesús pleno, al Jesús integral, al Jesús total... No nos quedemos a mitad de camino...
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