El grupo de seguidores de Jesús era realmente variado. En su círculo más íntimo estaban los doce apóstoles, elegidos para que fueran sus compañeros inseparables, los testigos de todas las maravillas que Él realizaría, y los oyentes de todas las palabras que pronunciaría. Él los eligió "para que estuvieran con Él", lo que significaba más que una simple compañía de viajeros, pues los hacía espectadores privilegiados de todos los acontecimientos que sucedieran en torno suyo. Eran sus discípulos, y eso implicaba una relación Maestro-alumno muy profunda, según el entender del tiempo. Desde que decidieron seguirlo, para los apóstoles Jesús se convirtió en punto de referencia obligado e insoslayable...Era una relación realmente profunda, que exigió de ellos, "dejarlo todo" para seguir con fidelidad y radicalmente a Jesús. La demostración de esta relación profunda y de la huella que ella produjo en este grupo de íntimos, está en el desarrollo posterior de sus vidas. Fuera de Judas Iscariote, el traidor, absolutamente todos rindieron su vida en homenaje a la fidelidad que asumieron respecto a Jesús, a su obra y al anuncio de la salvación que Él procuró para todos los hombres...
Existía un segundo grupo, el de "los 72", que eran como un círculo más abierto que seguía a Jesús, con menos compromiso, pero también cercano. Tanto, que en un momento dado, Jesús los envió a anunciar el Reino, a curar enfermedades y a expulsar demonios. Fueron estos los que regresaron, luego de cumplido el envío, felices porque expulsaron demonios y todos se les sometían. Jesús, entendiendo su alegría, les dijo: "He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo". No eran, por lo tanto, simples acompañantes, sino que tenían sobre sus hombros responsabilidades importantes dentro de esos grupos de seguidores de Cristo. Se dice que algunos de los personajes que aparecen en algún episodio del Evangelio o de los Hechos de los Apóstoles pertenecieron a este grupo: Lucas, los discípulos de Emaús y otros...
Y por último están "algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas, que le ayudaban con sus bienes". Era un grupo importante, sobre todo teniendo en cuenta el trato que Jesús siempre dio a las mujeres, que sin duda, sobrepasaba lo normal de las relaciones con las mujeres en esa época. Particularmente, estos dos casos concretos de los que habla este texto, llaman la atención: Una, pecadora pública y por lo tanto despreciada al máximo por una "sociedad moralizante" como la hebrea; y la otra, "casada" con el poder, contra el cual bastante predicó Jesús...
La mujer en los tiempos de Jesús era poco más que un trasto. No contaba ni siquiera para las estadísticas. Al referir las cantidades de personas que se beneficiaban de los milagros de Jesús, como en la multiplicación de los panes y los peces, se decía que eran "tantos hombres, sin contar mujeres y niños". Un signo claro del lugar absolutamente secundario que ocupaba la mujer en la sociedad judía. En la sala comedor de las casas, hecho patente en los banquetes en los que fue invitado Jesús, la mujer no podía estar presente en la comida. Estaba vedada su presencia. La mujer estaba en la cocina cocinando y sirviendo la comida. Por eso es tan sorprendente la irrupción de la pecadora que se coloca a los pies de Jesús en el banquete que le ofreció Simón el Fariseo en su casa... Ni hablar si esa mujer era una viuda. La viuda era tratada casi como una leprosa, y era rechazada por todos...
Por eso, es tan significativo que a Jesús lo acompañara un grupo de mujeres tan considerable. Eso significaba que Jesús elevó la condición de la mujer y la colocó en puestos relevantes. Tanto, que formaban parte de ese grupo de "íntimos" que lo acompañaban a todas partes y eran testigos de primera línea. En toda la vida de Jesús esto quedó totalmente demostrado. Jesús vino a restablecer la dignidad igualitaria de todos los seres. No hay ya distinción, pues el amor de Dios es el mismo para todos, hombres y mujeres. Esa elevación de la mujer quedó bien clara en la elección de María como la Madre del Dios encarnado. El Verbo se hubiera podido hacer presente de cualquier manera. Es Dios y para Él nada hay imposible. Pero quiso nacer "de una mujer, bajo la ley", y escogió portentosamente a esta mujer para preservarla de toda mancha de pecado en atención a los méritos de su Hijo, porque sería la Madre del Redentor. María es el ser más elevado de toda la humanidad. Y con Ella, se eleva a la mujer a esa misma condición de elevación infinita. Desde María, para Jesús no hay razones absurdas para discriminar a la mujer...
Por si esto fuera poco, podemos notar en la relación de Jesús con la mujer un sesgo de preferencia, de prevalencia, de amor entrañable... No hay en todo el Evangelio un pasaje en el que Jesús deje mal a una mujer, la rechace, la humille, la veje. En la que pudiera pensarse que ocurrió algo de esto, en la Cananea que se acerca con la máxima humildad, los estudiosos concluyen que el trato que recibe de Jesús es sencillamente con un fin pedagógico, pues Jesús estaba seguro de que esta mujer daría con su actitud una cachetada a todos los soberbios y engreídos y les iba a enseñar cuál era la actitud correcta para dirigirse a Dios: "-También los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los señores... -Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla como has pedido!"
Jesús fue especial con la Magdalena, a la que rescató de su vida de oscuridad y la colocó en la luz de la cual nunca más quiso separarse... Jesús fue especial con la mujer adúltera, a la que salvó de morir apedreada, echando en cara a los que la acusaban su propia vida de pecado, lo que los hacía indignos de condenar a nadie... Jesús fue especial con Marta y con María, a las que visitaba con frecuencia y consideraba casi su familia, junto a su hermano Lázaro, y a las que regaló y consoló con el mejor don que podían recibir, resucitando a su hermano fallecido... Jesús fue especial con la viuda de Naím, a la que dio el consuelo mayor ante el dolor que la traspasaba, resucitando a su hijo único muerto que llevaba a enterrar.. Jesús fue más que especial con su Madre María, a la que, después de haberle hecho el mejor regalo, preservándola del pecado, no la dejó sola al morir Él, sino que dejó a Juan encargado de su custodia, y en él, a todos nosotros, regalándonosla como Madre amorosa y entrañable... No existe ninguna duda del trato especial que Jesús siempre dio a la mujer en general, y en particular...
Hoy, en una sociedad en la que todo se ha instrumentalizado, debemos volver nuestra mirada a Jesús y aprender de Él y de su trato a la mujer. No es justo que hayamos hecho de la mujer "una cosa". Y que hayamos llegado al extremo de que la misma mujer haya entendido mal su rol, haciéndose ella misma "un objeto de placer", quizás bajo la inaguantable presión de la opinión pública. Es cierto que se debe reivindicar en todo la igual dignidad de la mujer, pero esto está muy lejos de gritar a los cuatro vientos el reclamo de una igualdad para hacer las mismas barbaridades que han realizado los hombres por siglos, en autodestrucción continua. Es tiempo de que, como Jesús, demos el lugar que le corresponde a la mujer, hecha ella también, al igual que Adán, "imagen y semejanza de Dios". Que la veamos como el rostro tierno del Creador, como su socia perfecta al procurar vida humana en el templo sagrado de su vientre. Que la veamos como la "ayuda adecuada" que Dios ha procurado al hombre para transformar la sociedad. Que la veamos en sus plenas capacidades intelectuales, en algunos campos mayores que las de los hombres, para llevar adelante el progreso de nuestro mundo. Que aprovechemos de ella su agudeza que muchas veces va más allá de lo simplemente visible y que descubre para el hombre un mundo distinto, sorprendente, afectivo, intuitivo, que complementa perfectamente lo tangible y experimentable, a lo cual el hombre se rinde casi exclusivamente...
Si Jesús lo entendió así, no debe ser difícil que nosotros lo entendamos y los aceptemos. Que lo vivamos con intensidad. Somos un mundo que tiene su plenitud en la complementación. No está la plenitud en el desbalance. Está en el equilibrio perfecto, dando cabida al claroscuro, a la diversidad, a la complementación...
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