Pablo nos ofrece un excelente material para un buen examen de conciencia. Su invitación a combatir "el buen combate de la fe" es una llamada perentoria a mantener una actitud vigilante ante los embates que ofrecen "las fuerzas del mal" a los cristianos. Tristemente, nos hemos acostumbrado a no combatir. Vamos por la vida con los brazos bajos, en vez de ir con los brazos en guardia. Lejos de hacerlo, nos declaramos derrotados apenas sin iniciar el combate... Y resulta que, como dijo Job: "La vida del hombre en el mundo es milicia"... Los hombres de nuestro tiempo hemos decidido no combatir, hemos decidido plegarnos a quien nos combate, hemos decidido no enfrentar con valentía y gallardía a quien pretenda vencernos con sus argucias. Nos hemos "enredado" en la telaraña del mundo (de lo malo del mundo, pues no todo en el mundo es malo), y allí estamos, a punto de ser devorados...
Pablo afirma que el de la fe es un "buen combate"... ¡Claro que sí! ¿Qué mejor combate que el de esforzarse por no ser uno más del montón? ¿Qué mejor combate que el de procurar por todos los medios caminar la senda de la realización personal, la de la plenitud de la vida, la de la respuesta afirmativa a la voluntad divina de ser los "reyes de la creación"? ¿Qué mejor combate que el de siempre intentar ser cada día mejor, más hermano, más solidario, más honesto, más fiel a Dios y a sus exigencias? Ese es el verdadero camino de nuestra promoción humana. Seremos mejores hombres no en cuanto estemos más lejos de Dios, o en cuanto nos pleguemos más a lo que va en su contra..., sino en cuanto hagamos conciencia plena de que "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti"... La plenitud del hombre está en su vida de Gracia, no en la pérdida de ella. Seremos plenamente hombres sólo en la vivencia de la posesión total de la vida de Dios en nosotros. Lo que nos hace plenos no somos nosotros mismos, sino el Dios que viene a nosotros a habitar como en su templo... Para eso hemos sido creados y esa es nuestra plenitud. Empeñarnos, por lo tanto, en lo contrario, es procurar la destrucción de nuestra propia vida... Por eso es que vale la pena "combatir el buen combate de la fe". Es el combate que daremos para defender nuestra plenitud, para avanzar en la posesión de Dios, para dar el sentido verdadero que tiene que tener nuestra vida... No es lógico que bajemos la guardia cuando se nos llama a la plenitud...
¿En qué consiste ese "buen combate de la fe"? El mismo Pablo lo ha dicho antes: "Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza..." Estos son los componentes de ese combate... Cuando nos apertrechamos para ese "combate", debemos hacerlo con las armas que nos apoyarán en esa lucha por practicar esas realidades de la vida del cristiano...
Practica la justicia: El cristiano no puede estar contento cuando en el mundo reina la injusticia... Debemos ser los primeros en "dar a cada quien lo que le corresponde". Si hacemos así, esforzándonos siempre por ser verdaderamente justos, estaremos muy lejos de favorecer por caprichos a nuestros "amiguitos", los de nuestro grupo... Estaremos cuidándonos mucho de ser injustos contra quien no se lo merece.. Y a gran escala, estaremos asegurando un mundo en el que brille la armonía. ¿Cuánta tristeza hay sembrada en nuestro mundo a fuerza de haber sido injustos con los demás? ¡Cuántas guerras, cuántas muertes, cuántas esclavitudes, cuánta corrupción..., hemos permitido a fuerza de no practicar la justicia!
Practica la religión. Nos hemos dejado engañar con la famosa frase: "La religión es el opio del pueblo". Hemos desestimado la práctica religiosa, porque es supuestamente una práctica "pasada de moda", para "viejos". Decimos: "Los tempos actuales exigen otras cosas. No podemos perder el tiempo en esas tonterías". La religión, en cambio, nos asegura la unión con Dios. De allí viene, de "re-ligar" al hombre con Dios. Cuando tenemos referencia a Dios, nuestra vida es una muy distinta que cuando no está. Haber "expulsado" a Dios ha sido quizá el peor negocio que hemos hecho los hombres "modernos", pues hemos eliminado a quien nos daba la justa medida para establecer relaciones justas y armoniosas con todos. Y se ha establecido así la anarquía... Y así, pensamos que es una tontería la exigencia de ir a misa los domingos porque "yo me comunico directamente con Dios", confesarse porque "Yo no peco", o porque "Dios me perdona directamente y no necesito decirle mis pecados a un cura que es quizás más pecador que yo"... La banalización de las prácticas religiosas nos ha hecho un daño tremendo, pues nos ha hecho perder la conexión con lo misterioso que está siempre presente y es esencial en nuestra vida. Somos cuerpos espirituales o espíritus encarnados, y necesitamos siempre la conexión con lo trascendente, con lo superior, con lo infinito...
Practica la fe. En sus componentes básicos: Creer en Dios y creerle a Dios. No basta con confesar la existencia de un Dios Creador, omnipotente, omnisciente, omnipresente... Todas esas cosas son verdaderas en Dios y hay que creerlas... Pero es necesario dar un paso ulterior. Dios es el ser que entra en comunicación conmigo, es un ser personal que basa su amor infinito hacia mí en su deseo entrañable de entrar en relación conmigo. Por eso me habla, me dice que me ama, me perdona... Y por eso me pide a cambio que lo ame, que le sea fiel, que lo siga con alegría e ilusión. Mi aporte en la relación con Dios no se basa, entonces, sólo en creer en su existencia, sino también en escuchar lo que me dice y obedecer a lo que me pide. En "creerle", pues eso que me pide es bueno para mí. Un Dios que me ama no puede pedirme cosas que sean malas para mí. Cuando me pide algo, eso es lo mejor, porque me ama...
Practica el amor. ¡Cuánta falta hace el amor en nuestro mundo! ¡Qué fácil odiamos, qué fácil guardamos rencores, qué fácil sospechamos de todos, qué fácil miramos para otro lado ante una necesidad de un hermano! El combate de la fe nos exige amar. En primer lugar a Dios. Y en segundo lugar a los hermanos, particularmente a los más necesitados... Por haber dado lugar al odio hemos permitido asesinatos, abortos, miseria, esclavitud, guerras, explotación de los débiles, opresión... Sin amor, los hombres somos las peores bestias de la creación. Pero con amor somos capaces de heroísmos portentosos, sorprendentes. Veamos en nuestra historia a los que se han dejado llevar por el amor (Madre Teresa, Padre Pío, Maximiliano Kolbe, Juan Pablo II...) y contemplemos las maravillas que puede hacer el amor...
Practica la paciencia. La "inmediatez" que caracteriza a nuestro mundo nos ha mediatizado a todos. Nuestras reacciones son inmediatas, sin pensarlas. Lo queremos todo "para ya", si alguien me dice algo que me disgusta, reacciono sin pensarlo, haciendo aún más daño... Somos más injustos en nuestras reacciones que la injusticia que estamos reclamando... Hemos perdido lo sabroso del tiempo gastado en buena compañía. Nos hemos olvidado de cómo es saborear una buena conversación, un buen café junto a alguien... Todo eso, para muchos en pérdida de tiempo... "No hay tiempo que perder"... Hemos perdido la posibilidad de enriquecernos con una buena conversación, larga y tendida, con Dios, a cuenta de que "estamos apurados"...
Practica la delicadeza. En nuestra vida de relación con los demás debemos poner mucho de delicadeza. No es posible que vayamos siempre con caras amargadas. Particularmente en la familia. Nos creemos con todo el derecho de ser "patanes" en nuestras casas. Nuestra "mejor cara" se la llevan quienes no tienen nada que ver con nosotros... Y a nuestra familia la tratamos con dureza, con mala educación... Es no es justo. Son ellos los que tienen más derecho, pues somos de ellos... Tratemos en general, de llevar simpatía a nuestro entorno. Saludemos a todos, tengamos siempre en la cara una sonrisa... Hacerlo, revertirá en beneficio para nosotros mismos, pues nos sentiremos mucho mejor así, lavando nuestras amarguras...
Todo esto tiene el mayor sentido... Pablo dice: "Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado"... ¿Qué mejor sentido darle a ese esfuerzo que el de procurar estar eternamente junto a Dios, después de ese "buen combate"? Vale la pena hacerlo. Y vale la pena porque es nuestro futuro, por el que estamos luchando al combatir. Y es el futuro de la eternidad feliz junto a Dios y en su amor y junto a los que conquistemos para Dios en nuestro combate...
Muchas gracias Monseñor por esta entrada de hoy, me aclara y enumera una a una las pautas que debo tener presente en mi día a día. Este será un excelente recordatorio en mi camino a la santidad y me servirá para el examen de conciencia diario. Bendición.
ResponderBorrarMe alegra que te sirva Ma. Auxiliadora. Eso es lo que se persigue. Si te ayuda a ser un poquito mejor, me doy por satisfecho. Un abrazo. Saludos a tu familia. Dios te bendiga
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