Jesús dijo a sus apóstoles: "Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres"... Fue una revelación incomprensible en el momento para sus discípulos, pues "era tan oscuro, que no cogían el sentido". Y lo peor... les daba miedo preguntarle... Era evidente que para los apóstoles Jesús debía ser un triunfador, nunca un perdedor... No tenía sentido que el que había vencido a las fuerzas más poderosas del mal, como la muerte, la enfermedad, las posesiones, ¡el pecado!, terminara "en manos de los hombres". ¿Cómo dar sentido al sufrimiento de quien era el consuelo de tantos, el vencedor de todos los dolores, el milagroso resucitador de muertos? Quien venció siempre, no podía nunca ser vencido...
Y sin embargo, en Jesús ese camino había sido asumido como una realidad insoslayable. Desde el mismo momento en el que el Verbo se colocó delante del Padre y le dijo: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", estaba colocando en su futuro esta realidad de la Pasión, del sufrimiento, de la entrega hasta la muerte... El itinerario del amor redentor, de la salvación de la humanidad, del rescate de los hombres de su situación de oscuridad y de muerte, tenía una parada obligatoria en el dolor... ¿Era absolutamente necesario que así fuera? Tenemos que decir que no... No era necesario que Dios asumiera el sufrimiento en el hombre en el que se había encarnado. No estaba Dios "atado" a sólo una forma de redención. Él es Dios, y podía haberlo logrado de cualquier otra manera que hubiera decidido. Y había miles de otras formas en la que se ahorraba este trámite de sufrimiento... ¿Por qué, entonces, asume Jesús este camino de pasión? La respuesta es una sola: Para que los hombres entendiéramos de la manera más contundente, el inmenso amor que Dios nos tiene... Si hubiera caído del cielo un decreto de perdón, hubiéramos quedado perdonados... Si la voz de Dios hubiera retumbado desde las nubes anunciando el perdón de los pecados, hubiéramos quedado perdonados. Si en los periódicos Dios hubiera puesto un anuncio que informaba sobre el perdón de los pecados, hubiéramos quedado perdonados... Pero, lamentablemente -así somos los hombres-, eso no lo hubiéramos valorado en absoluto. Dios quería que quedara bien clara su motivación. Y no existe mejor motivación para comprender el amor que se nos tiene que cuando sufren por nosotros, en vez de nosotros... "Nadie tiene mayor amor que Aquél que da la vida por sus amigos", dice el Evangelio. Y Jesús es quien ha demostrado el mayor amor, el amor infinito, al dar su vida por todos los hombres, por los pecados de todos los hombres, por los pecados de toda la historia de la humanidad. Para perdonar más cantidad de pecados, se necesita más amor. Para perdonar todos los pecados, se necesita todo el amor. Y en Dios, todo el amor es infinito como Él, pues Él es amor...
Esto quiere decir que en Jesús, el sufrimiento fue una opción asumida con felicidad... ¿Con felicidad? ¿Cómo es posible asumir el sufrimiento con felicidad? ¿Es que acaso algún dolor puede dar felicidad? No confundamos felicidad con alegría, con risas, con superficialidad, con chistes... La felicidad es un estado del espíritu humano que tiene que ver con motivaciones profundas, con metas que se alcanzan, con logro pleno de sentido... No es simplemente la ocasión de pasarla bien en un momento, que es muy bueno, pero que se queda en el momento, hasta que se termina y se inicia otra realidad... La felicidad apunta a a la estabilidad, a la solidez, a la firmeza... Y en esto, la obra de Jesús es insuperable... Jesús se ofreció al Padre para alcanzar la meta más preciada para la humanidad: su rescate definitivo, su arranque de la realidad de la muerte, su iluminación para terminar con su oscuridad... Y lo logró... La felicidad de Jesús se basó en su satisfacción por haber logrado lo que se había propuesto... Es como el papá que sufre gastando el dinero, estirándolo al máximo, para asegurar para su familia lo que le hace falta: comida, vestidos, servicios, diversiones... Sufre, seguramente, para lograrlo. Pero interiormente siente la satisfacción, la felicidad de saber que está haciendo lo correcto, lo que hará a su familia feliz. Es feliz en el sufrimiento, en la preocupación, en la exigencia... porque sabe que la meta vale la pena...
Por eso, ante el sufrimiento todos los hombres tenemos dos opciones: O rechazarlo o asumirlo. No quiere decir, jamás, que el sufrimiento tenemos que verlo apesadumbradamente como algo que la fatalidad siempre hará presente en nuestras vidas... No es una realidad "segura" e inevitable. No nos dice Dios que nuestra vida se desarrollará en el sufrimiento. Si así fuera, no dudaría nadie en negar que Dios es un "dios malo". Pero sí debemos asumir al sufrimiento como una posibilidad que en algún momento se presentará en nuestras vidas... Y nuestro Dios de amor se hace "Dios bueno", cuando, sabiendo que ese momento llegará para cada uno, nos tiende la mano y nos ofrece su apoyo y su ejemplo... "Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré", "Sepan que yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo", "Los envío como corderos en medio de lobos, pero no teman, ¡Yo he vencido al mundo!"...
El sufrimiento para los cristianos, siendo una posibilidad real, se convierte, en este caso, en tesoro... "Completo en mi cuerpo la Pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia"... Al hacernos todos uno con Jesús, nuestro cuerpo sigue ofreciendo a Dios la satisfacción por todos los pecados. No porque faltara algo a la Pasión de Cristo, sino porque el mismo Cristo la enriquece con nuestro aporte... Cuando sufrimos, podemos hacernos redentores con Jesús. Y, recordemos, esa fue la obra más grande en favor de la humanidad que se ha realizado en todo su historia... ¡Y nosotros podemos hacernos protagonistas de ella!
El sufrimiento no es, por tanto, obligatorio. Pero sí es una posibilidad real en la vida de todos. Dios sale a nuestro encuentro para invitarnos a darle sentido, para que no perdamos su riqueza. Nosotros podemos optar: O lo asumimos como algo que puede enriquecernos, sacándole el mayor provecho, uniéndonos al Jesús que es alivio y consuelo, y haciéndonos, así, felices en medio de él... O nos quedamos sólo en el sufrimiento mismo, quejándonos y lamentándonos de nuestras suerte, dejando la mano de Jesús que se ofrece tendida inútilmente, perdiendo la posibilidad de darle sentido y, por tanto, quedándonos en la más absurda tristeza...
Seamos capaces de vivir valientemente la paradoja... Démosle al sufrimiento el sentido que tiene, y seamos felices en medio de él...
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