Entre los recuerdos hermosos de mi juventud está uno que ocupa los primeros lugares. En el Templo Parroquial de María, Madre de la Iglesia, en El Marqués, Caracas, por los años 80, estuvo la Madre Teresa de Calcuta. Vino a visitar su primera fundación de las Hermanas de La Caridad fuera de Calcuta. Está en Cocorote, Estado Yaracuy. El P. Pedro Arribas, operario diocesano, gran colaborador de la obra de la Madre Terresa, logró que ella hiciera una visita casi fugaz a esta Parroquia... Estábamos muchísimas personas esperando la llegada de aquella mujer que se había hecho ya muy famosa por sus obras en el mundo en favor de los más pobres y humillados...
Cuando se anunció su llegada llegamos casi al paroxismo, intentado verla, sin querer perder un solo detalle de esos minutos que iba a pasar con nosotros... Para una mirada poco piadosa, la decepción tuvo que haber sido grande. Apareció la Madre con su figura pequeñita, casi escondiéndose para que nadie la viera, llena de vergüenza, pues no apreciaba para nada a las multitudes, menos cuando era ella el centro de todas las miradas. Casi era un grito de "trágame tierra", que imploraba, desde su humildad, que la liberaran de ese peso...
Era un Templo parroquial. Por lo tanto, estaba en él presente el Santísimo Sacramento, presidiendo todo el encuentro. La Madre, lo primero que hizo fue ponerse de rodillas delante de Él. Era su vida. Era el centro y la fuente de todos sus esfuerzos. Jesús era quien colmaba todas sus inquietudes. Delante de Él se colocó como quien pide que pase ese cáliz, el del reconocimiento, el de la tentación de la vanidad, el de no querer ser jamás el centro desplazándolo a Él. Recuerdo aquella frase de Jesús que, en las biografías que he leído de la Madre Tersa de Calcuta, fue la que motivó todas sus aventuras amorosas: "Tengo sed". Fue el grito de Jesús en la Cruz, instantes antes de su muerte. Jesús moría teniendo sed. La Madre Teresa entendió claramente que esa sed era sed de almas, de hombres, de amor por la humanidad. Y ella se apresuró, en toda su vida y en todas las cosas que hizo, en todas las empresas que inició, a procurar calmar en algo la sed de Jesús en la Cruz. Se entregó de lleno a buscar almas para Jesús, a dar mucho amor a Jesús en los pobres, en los más necesitados, en los menos favorecidos...
En las calles de Calcuta ella escuchó claramente el grito continuo de Jesús, "Tengo sed", en los hombres, las mujeres y los niños que morían sin ningún tipo de atención a la vista de todos. Dijo en una ocasión: "Mi primer interés es que no mueran como perros en la calle, sino que mueran sabiendo que alguien los amó". Tremenda la Madre Teresa, en su atención personalizada. Cuando llegó un gran ejecutivo a criticarla porque si no organizaba una ayuda a gran escala, mediante proyectos ambiciosos y bien planificados, no haría más bien del que hacía, ella simplemente le dijo que ese no era su interés. Que las grandes obras les correspondían a otros. Que ella había entendido de Jesús que le correspondía atender uno por uno, para que uno por uno sintiera que Jesús lo amaba...
En el encuentro de María, Madre de la Iglesia, se hizo el silencio reverente. El espectáculo de aquella mujer arrodillada delante del Santísimo nos dijo a todos quién era el verdaderamente importante. La Madre nos lo estaba enseñando. Aquella a la que habíamos venido a ver, se había postrado delante del Importante, del Actor principal, del que nos convocaba realmente a todos. Ella no era más que una trabajadora más de la viña de ese Señor. Una gran enseñanza para todos, sobre todo para los que tenemos la tentación continua de creer que somos importantes en las obras de la Iglesia. "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria", nos dice el salmista. Parecía el grito silencioso en esa oración de la Madre Teresa...
Se levantó la Madre de su oración, y se sentó en el puesto principal. Nos iba a hablar a todos, con la ayuda de un traductor, pues nos habló en inglés. Supongo que el traductor fue fiel a lo que dijo la Madre, aunque la tradición ha tildado malamente ese oficio: "Traductor, traidor". Lo cierto es que la Madre habló largo del amor, de la caridad, de su trabajo por los pobres, de lo que ella desea que todos hagan en favor de los más necesitados y oprimidos... Hizo un repaso del Evangelio y de todas las obras de Jesús: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron", fue el resumen. En el pobre está Jesús, en el más pequeño y humillado está Jesús. En los más pisoteados y desplazados de la sociedad está Jesús. Por eso, atenderlos a ellos, además de ser una obra que los favorece personalmente, es por encima de todo, la obra que realizamos directamente para que Jesús sea aliviado, sea consolado, sea curado, sea abrazado, sea enaltecido, sea dignificado... Sea amado. Esa es la caridad cristiana que surge de un corazón que no busca más compensación que la de dar amor sabiendo que se lo da al mismísimo Jesús. Recuerdo una anécdota de la Madre Teresa, cuando la visitó en Calcuta una famosa actriz de Hollywood, quien al verla abrazando y besando a los más sucios y despreciables, le dijo: "Madre, ¡eso no lo haría yo ni por un millón de dólares!" La Madre, sin pensarlo, le respondió sencillamente: "¡Yo tampoco!" ¡Qué claridad en su único fin: Dar amor a Jesús! Y eso, está por encima de cualquier otro interés, sea el que sea...
El final de la charla de la Madre fue único. Tiró una bomba en medio de todos nosotros: "A mí no me interesa que me den de lo que les sobra. A mí me interesa que me den lo que les duele. Ese es el verdadero amor". Todos nos quedamos callados masticando esa frase... Dar de lo que le sobra a uno es justicia. Puede estar revestido de amor, pero si te sobra, no es tuyo, es de quien lo necesita. Recuerdo la frase del Beato Juan Pablo II: "Sobre toda propiedad privada pesa una hipoteca social..." ¡Qué claros están los santos! ¡Cuánta claridad nos falta a los que estamos tan lejos de la santidad!
"A mí me interesa que me den lo que les duele..." Entonces, sí es amor. Dar de lo que te duele a ti, de lo que te hace falta, quitarte el pan de la boca para dárselo al que tiene hambre, quitarte la chaqueta para dársela al que tiene frío, dejar tu comodidad para que sea para el que está incómodo... Para eso hace falta mucho amor.... Es a Jesús a quien se los estás dando. Es al Jesús hambriento al que das tu comida, es al Jesús que pasa frío al que estás vistiendo, es al Jesús enfermo y preso al que estás visitando... Y a eso es a lo que nos invitó la Madre Teresa de Calcuta...
Hoy celebramos a la Beata Teresa de Calcuta. La recordamos triunfante. Sabemos que está en el cielo junto a Jesús y María y junto a todos los santos. Después de haberse entregado completamente a los pobres, el Señor la premió con lo mejor: la vida eterna feliz, en la felicidad plena, viviendo el amor que ella dio a todos. Ahora le corresponde a ella vivirlo eternamente. Es un amor que ya nadie le podrá arrebatar. Amó a Jesús en los pobres y en los más débiles, los más pequeños, los más humillados. Ahora está amando al Jesús glorioso, Resucitado, el que está a la derecha del Padre. Y está recibiendo su abrazo eterno de amor del que nunca jamás se alejará....
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