miércoles, 2 de julio de 2014

Amamos el mal y odiamos el bien...

Esto es el colmo... De ninguna manera pesa más el bien que se logra, sino las consecuencias en lo material que se corren para obtenerlo. Es preferible seguir en la debacle, con tal de no perder lo poco que se tiene. Los hombres nos conformamos con las migajas, con las limosnas que nos da una mínima cantidad de bien, en vez de apuntar al bien mayor. Nos obnubila algo de placer, algo de riquezas, algo de poder, algo de honores. No importa más nada, sino la limosna que podemos obtener ocasionalmente... El bien mayor queda supeditado a los poquitos bienes que podemos tener en el momento. Y a veces es aún peor. Preferimos el mal al bien, el poder al servicio, la riqueza a la solidaridad, al placer al dominio personal, el renombre a la honestidad...

El Evangelio de los endemoniados de Gerasa es una clara muestra de esto. Jesús expulsa una legión de demonios de un par de personajes y los envía a una piara de cerdos, que se desbarrancan y mueren... "Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua". Inmediatamente los porquerizos se encargaron de relatar lo sucedido a la gente del pueblo. Me imagino que estaban sorprendidos con lo que Jesús había hecho. Se supone que estos dos endemoniados ya se habían hechos famosos por la cantidad de tropelías que cometían a diario... "Eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino..." Es decir, que hacían de la vida de los gerasenos realmente un calvario... Lo que Jesús hace, en última instancia, representaba para ellos una liberación. No podía haber paz si estos dos personajes seguían en su misma condición. Lo que Jesús había hecho era un bien para todos... Los había liberado de los demonios que los afectaban no sólo a ellos, sino a todos los pobladores. Se había logrado con eso recuperar la tranquilidad del pueblo...

Pero no... Eso no era suficiente para convencerlos de lo bueno que había hecho Jesús. Al fin y al cabo ellos se habían visto afectados, pues habían perdido los cerdos que les pertenecían... La piara de cerdos había servido para "alojar" a los demonios que habían sido expulsados de las dos víctimas, pero tristemente se habían ahogado en el agua... Fue el tributo que hubo que pagar por su liberación. El beneficio era, en primer lugar, para los mismos endemoniados que habían sufrido la posesión por años. Hay que imaginarse el tormento que vivían estos dos hombres siendo poseídos por estos demonios. Habían perdido su libertad, no tenían esperanzas, vivían solos y alejados de sus familiares y amigos... Valía la pena intentar su liberación para que recuperaran todo lo bello que les podía dar la vida. Sólo eso hacía valer la pena el sacrificio de los cerdos. La vida de dos hombres es infinitamente más valiosa que la de los cerdos... Pero a esto hay que añadirle la paz que se ganaba con la expulsión de los demonios. Eran tan furiosos que todos evitaban pasar por la tierra donde se encontraban los endemoniados. Podemos imaginarnos la cantidad de situaciones graves en las que se encontraron algunos de los pobladores por culpa de ellos... Nada de esto tiene peso, ante la pérdida de los cerdos. Ni siquiera el bien logrado, que era tan alto, muy superior a lo que vivían todos, logró cambiar su corazón. Llegan al extremo de pedir a Jesús que se vaya de allí... "Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país..." Es impresionante...

Muchos hombres preferimos el mal, con tal de mantener algo de nuestras prerrogativas menores... Vivimos en sentido contrario la invitación que nos hace Dios: "Busquen el bien y no el mal, y vivirán, y así estará con ustedes el Señor Dios de los ejércitos, como desean. Odien el mal, amen el bien, defiendan la justicia en el tribunal". Hemos trastocado la jerarquía del bien y del mal. Es como si hubiéramos dado la vuelta al deseo de Dios: "Busquen el mal y no el bien.... Odien el bien, amen el mal... Defiendan la injusticia..." Un mundo en el que los hombres lo han trastocado todo de tal manera, jamás podrá ser feliz, jamás podrá tener a Dios a su favor. Mientras amemos el mal, lo defendamos, nos pongamos a su servicio, con tal de tener alguna prebenda, aunque sea mínima e irrisoria, estaremos mal... ¡Cuántas injusticias se cometen con tal de no perder poder, prestigio, riquezas, placeres...! Preferimos que se vaya quien nos puede liberar de todos los males, con tal de no perder las tonterías a las que nos apegamos... El bien mayor está a nuestra vista: Es el amor de Dios, el amor a los hermanos, la solidaridad, la justicia, el servicio, la paz... Pero lo hacemos morir, pues no nos atrevemos a dar el paso hacia el sacrificio de lo propio. Nuestras cosas son más importantes que el bien de todos. El bien común no es tan importante como el bien mínimo, casi inútil, que disfrutamos individualmente... Mientras pensemos así, todos viviremos la debacle de nuestra tristeza y de nuestra destrucción...

Es urgente que escuchemos el llamado del Señor: "Retiren de mi presencia el estruendo del canto, no quiero escuchar el son de la cítara; fluya como el agua el juicio, la justicia como arroyo perenne". Dios no quiere apariencias, quiere realidades. Quiere corazones sinceros y honestos en los que habitar. Detesta la hipocresía, la esclavitud, la injusticia. Y nos invita a todos a amar el bien, a amarlo a Él, a desearlo, y a odiar con todas nuestras fuerzas al mal, a todo lo que nos puede separar de Él, aun cuando sean bienes menores que se interpongan en el camino de ser sólo suyos...

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