El mandato universal de Jesús a los apóstoles es muy claro: "Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado". La formulación que utiliza Jesús al pronunciar esta frase es de obligatoriedad. No es una simple solicitud o una invitación la que está haciendo Jesús. Es un mandamiento. Para el cristiano no hay opción de negarse a hacerlo, pues correría el riesgo de ponerse en contra de la voluntad divina. Podríamos decir que lo coloca a la misma altura de los diez mandamientos que confía a Moisés o del mandato del amor que revela a los apóstoles. Incluso, en el cumplimiento de este mandamiento estaría una forma de identificar al que es cristiano y al que no lo es. Ser cristiano es vivir un encuentro personal y esencial con Jesús, recibir de Él la nueva vida que ha alcanzado para todos con su muerte y resurrección, vivir en el ámbito del amor y de la misericordia de Dios, elevar la vista con añoranza de las moradas celestiales y anunciar con gozo a todos el Evangelio del amor de Dios. Si falta una sola de estas cualidades podríamos decir que no se llega a la identidad plena del cristiano. Por ello, quien no siente el compromiso personal de hablar de Dios, de anunciar el perdón de los pecados, de hacerle llegar el gozo del amor y de la misericordia a los hermanos, realmente podríamos decir que no es cristiano. El ser apóstol es connatural con el ser cristiano. Así como sabemos que un cuerpo humano está vivo porque respira, un cristiano estará vivo porque es apóstol. El apostolado para el cristiano es como la respiración para el cuerpo humano. Un cristiano que no anuncia el Evangelio del amor a los hermanos está muerto. El gozo de quien es verdaderamente cristiano está, en primer lugar, en vivir ese amor de Dios en su propia vida, y en segundo lugar, en hacer que otros vivan su misma alegría. De esa manera, su gozo será mayor. Compartir la alegría del amor de Dios hace que la propia alegría sea mayor y más sólida. Dar alegría significa vivir más sólidamente la alegría personal.
Evidentemente, el primer actor de esta misión que Jesús le encomienda a los apóstoles es Él mismo. Su presencia está asegurada en la vida de cada hombre y mujer que lo acepta como su Señor y como su Dios. "Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos", es una promesa que se cumple a rajatabla. Jesús no es un irresponsable que envía y deja a la deriva a los suyos. Cuando Él invita a remar mar adentro no se baja de la barca, sino que se monta en ella y acompaña a los apóstoles, animándoles a seguir con valentía, enfrentando tormentas con ellos, siendo su inspiración, dándoles fuerzas para sobreponerse a las dificultades. Sabe Jesús que la tarea no dejará de tener obstáculos y oposición. Él es muy realista y no busca engañar. "Miren que los envío como corderos en medio de lobos", les dice. Los apóstoles no dejarán de encontrar estas dificultades que el mundo les va a ofrecer. Por ello, con mayor razón necesitan saber que Jesús está con ellos fortaleciéndolos y llenándolos de valentía. La fuerza que tendrán los apóstoles en el cumplimiento de su tarea, no será solo la propia, aunque también será necesaria. Se necesitará una fuerza superior, por cuanto quien se opondrá es suficientemente poderoso, no porque tenga mucha fuerza pues ya ha sido vencido en la cruz, sino porque es muy astuto. El demonio buscará siempre la manera de debilitar, inyectando desasosiego, desilusión, frustración, pérdida de sentido, confusión, rotura de la unidad. Solo una unión muy sólida con Jesús en el camino del apostolado hará posible sentir un ánimo continuo para seguir adelante. De esa manera, se tendrá la convicción de que no es en la debilidad de sí mismo en la que hay que confiar, sino en la fuerza infinita de Jesús que va con uno. "Residirá en mí la fuerza de Cristo. Cuando soy débil, soy fuerte", dice San Pablo, experto en encontrar oposición en el anuncio del mensaje de salvación de la humanidad. El cristiano cuenta con la promesa cumplida de Jesús: el Espíritu Santo que dará fuerzas, mantendrá en la ilusión, pondrá las palabras necesarias en los labios, levantará y sostendrá en las caídas. Será el mejor apoyo que luchará a nuestro favor contra el demonio. El mismo San Pedro da la clave para mantenerse en primera línea en la misión: "Sean sobrios, velen. Su adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resístanle, firmes en la fe, sabiendo que su comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos. Y el Dios de toda gracia que los ha llamado a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo los restablecerá, los afianzará, los robustecerá y los consolidará. Suyo es el poder por los siglos. Amén".
En esta tarea nuestra lucha debe apuntar a conquistar. Sobre todo en la percepción de nuestra propia felicidad que puedan tener nuestros oyentes. Presentar un mensaje atractivo no consiste solo en la presentación de la Verdad, sino en que esa presentación sea atractiva. A los no creyentes no los conquistaremos solo por convencimiento de la solidez de lo que creemos, sino por el atractivo que represente para ellos nuestro estilo de vida, que les hable de gozo, de paz, de solidez interior. Lo primero que atrae no es la Verdad sino la Vida. Se conquista antes el corazón que la mente. El amor conquista más que la verdad. Por eso, en cierto modo, tiene sentido la oración que hacía Santa Teresa de Ávila: "Señor, haz a los malos buenos, y a los buenos, simpáticos". Una verdad presentada rudamente, con sequedad y violencia, jamás será atractiva, por muy cierta que sea. Puede llegar incluso a producir rechazo en los oyentes, no tanto porque crean que sea mentira, sino porque el testimonio de quien la está presentando la destruye. Muchísimas personas se alejan de Dios no por Dios, sino por nosotros, que hacemos de la figura de Dios una figura muy poco atractiva. El antitestimonio es más dañino que la mentira. Más en nuestros tiempos, en los que la afectividad tiene tanto peso. Un acercamiento cariñoso, una sonrisa, un apoyo en la necesidad, un hombro ofrecido para recostarse, un pañuelo alargado para secar las lágrimas, son mejores argumentos que un largo sermón sobre el Credo perfectamente hilvanado. Los hombres necesitamos saber que somos amados, y solo lo haremos sintiendo ese amor, no por conceptos perfectamente pronunciados. La verdad vivida, de ese modo, pasará más fácilmente a ser una verdad conocida y profundizada. Lo experimentaron también desde un mismo principio los apóstoles en el cumplimiento de su misión: "Revístanse todos de la humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes. Así pues, sean humildes bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los ensalce en su momento. Descarguen en Él todo su agobio, porque Él cuida de ustedes". Lo justo es, entonces, que presentemos a un Dios atractivo. Que nadie se aleje de Él por culpa nuestra, porque presentamos a un Dios que en vez de ser Padre es Juez tiránico. Lo que mueve y siempre ha movido a Dios en referencia a los hombres es el amor. Y el apóstol es instrumento de ese amor. Debe vivirlo en profundidad y transparentarlo tal como es delante de todos, para que ellos añoren vivir ese mismo amor y sean salvados.
En estos momentos de aislamiento social y enfermedad de algunos hermanos que importante es transmitir ese Evangelio como nos lo mandó el Señor, cuánto necesitamos a ese Dios Amor, el que se carga nuestros agobios,el que nos acompañará hasta el fin de mundo. Permítenos Señor tener a mano esa palabra cálida cuando la necesite un hermano y entregarte nuestra miseria,nuestros agobios, para ser cada vez mejores testigos tuyos..amén amén y amén
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