La predicación de Jesús apunta siempre a que los hombres pongan el acento donde debe ser puesto. Comprende Jesús que los hombres equivocan frecuentemente el camino cuando dan la mayor importancia a las cosas que no trascienden sino que son pasajeras, temporales. A las que están hoy, a lo mejor muy sólidamente, pero que mañana pueden haber desaparecido. La insistencia del mensaje de Cristo es que el hombre mire a lo que no desaparece, a lo que no es pasajero, a lo que permanece para siempre. Y eso es lo que tiene que ver con lo espiritual, con la parte invisible de la naturaleza humana, con lo que de "imagen y semejanza" de Dios hay en el hombre. Lo material está hoy y ya mañana no. El amor, la libertad, la inteligencia y la voluntad, la capacidad de ser apoyo y auxilio a los hermanos, son realidades que nos vienen por ser criaturas divinas y participar en cierto modo de la naturaleza de Dios. Por lo tanto, son realidades que permanecen y en su condición son inmutables. Puedo amar teniendo riquezas o no. Puedo ser libre siendo un gran empresario o un sencillo obrero. Puedo ser apoyo para el hermano siendo un gran político o un buen maestro de escuela. La capacidad de desarrollar las cualidades divinas en mí no depende ni de mi riqueza ni de mi estatus. Por eso Jesús echa en cara a los hombres la superficialidad en la que viven y que los lleva a colocar sus prioridades de manera errada: "Ustedes me buscan no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios". Buscar a Jesús no debe reducirse a una intención interesada solo en lo material. Estos hombres acaban de ser testigos del poder de Cristo al saciar a una ingente cantidad de hombres con apenas cinco panes y dos peces. Por eso se acercan a Él con la esperanza puesta en que todas sus necesidades serán resueltas por este que ha demostrado tanto poder. Han colocado su admiración hacia Jesús solo en el plano material, desechando cualquier otra opción. Y no es que esté mal esperar de Jesús también su acción en favor de la corporeidad humana. Para Él es también importante que el hombre en su vida cotidiana pueda vivir con comodidad, sin necesidades urgentes, sin miseria. Todas esas realidades son igualmente combatidas por Jesús. Por algo multiplicó los panes y los peces, realizando así uno de sus grandes milagros. Y por eso invita a todos a vivir la caridad como norma de vida que impulse a lanzarse en apoyo hacia los hermanos más necesitados, incluso en lo material.
No hay confrontación entre la preocupación por el bienestar material del hombre y la elevación de sus esperanzas en lograr una vida eterna feliz junto al Padre, disfrutando de la redención que logró Jesús con su entrega. Quien ponga esto como una contraposición excluyente, simplemente está reduciendo gravemente el mensaje de salvación de Jesús. Es el error que se ha cometido en la historia, injustamente atribuyendo a Jesús el acentuar una realidad en desmedro de la otra. Quienes afirman que Jesús se ocupa solo de lo material pretenden que el mensaje de Jesús sea un mensaje que se reduce a lo sociológico. El Salvador sería entonces como una especie de líder social que promueve el respeto al hombre y su promoción material. Exacerbar esta afirmación puede llegar incluso a justificar la violencia. En algún momento se llegó a ver figuras de un Cristo guerrillero con un fusil en sus manos. Nada más lejos de lo que en realidad es el Príncipe de la Paz. Pero en contraposición a esta postura está la de quienes presentan a un Jesús que se ocupa solo de la realidad espiritual del hombre. De esta manera, no tendría nada que ver con las injusticias sociales que se puedan estar cometiendo, pues lo único que importa es el futuro de eternidad en el cielo. El hombre no estaría en el mundo para disfrutar de beneficios materiales, sino para elevar su mirada al cielo. No importa el sufrimiento, la carencia de bienes, la explotación social de los más débiles. Importa el suspirar por la felicidad que viviremos en la eternidad. Por lo tanto estamos condenados a aceptar todo lo que nos venga encima sin mover un dedo en contra del mal en el mundo. La esperanza en la eternidad me paraliza, me hace pietista. Es como una especie de droga con la que se me anula totalmente la voluntad de buscar un mundo mejor. Razón tenían los propulsores del comunismo cuando en una época en la que se acentuaba esta espiritualidad, tildaron a la religión como "el opio del pueblo". Ninguna de las dos vertientes es correcta. Nuestra fe no nos invita a hacer prevalecer una idea sobre la otra. Sería una gran equivocación. Cristo nos invita, sí, a suspirar por la realidad futura, pero lo hace invitándonos a la vez a tener los pies bien puestos sobre la tierra. Su mandato: "Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio" es englobante, no excluyente. El mundo es el hombre y toda la realidad que lo circunda. Por eso el mandamiento del amor no apunta solo a lo eterno o celestial, sino también a la realidad concreta que vive cada uno. Y Jesús nos dice que al final de nuestras vidas, cuando nos corresponda rendir cuentas ante el Padre, la medida será la del amor que hayamos tenido con los hermanos, particularmente con los más necesitados. No en la cantidad de misas en las que hayamos participado, o en los padrenuestros o avemarías que hayamos rezado, aunque tengamos que hacerlo para estar más unidos espiritualmente a Dios.
Esta unión con Dios marcará definitivamente nuestras vidas. Ante la pregunta que hacen aquellos que seguían a Jesús, a los que criticaba la búsqueda solo del pan material, Jesús les responde claramente: "Ellos le preguntaron: 'Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?' Respondió Jesús: 'La obra de Dios es esta: que crean en el que Él ha enviado'". Creer en el enviado es creer en Jesús. La fe es fundamental para entender a Cristo, su mensaje y su obra. No se trata de hacer un estudio biográfico de lo que fue Jesús y el contenido y significación de sus mensajes y de sus obras. Se trata de llenar el corazón de ese mensaje de salvación y de descubrir en sus obras su determinación por favorecer al hombre y llevarlo a la presencia de Dios. Se trata de hacer de todo ello parte de nuestra vida, dejar que la transforme, experimentar la conversión, hacer que nuestro corazón se llene del mismo amor que vivió Jesús por los hermanos y procurar siempre el bien para todos. Es apuntar a ganar el cielo, haciendo que ese cielo se adelante aquí y ahora por las acciones que yo emprenda en función de enfrentar el mal y establecer el bien en el mundo. No escudarse en estar enfrentando el mal en la propia vida para no procurar el bien del otro. Hacerse uno con Jesús, sabiendo que habrá oposición, por cuanto el mal no descansa. Hacer que tampoco el bien descanse haciéndose su propulsor, a pesar de las oposiciones que se puedan encontrar en el camino. El discípulo de Cristo, consciente de su tarea en el mundo, sabe que su suerte no puede ser mejor que la del Maestro: "Acuérdense de la palabra que Yo les dije: 'Un siervo no es mayor que su señor.' Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes". Fue la experiencia de aquellos primeros discípulos de Cristo, que, habiéndose hecho uno con Él, sufrieron también su misma suerte. Un ejemplo claro fue Esteban, uno de los siete diáconos, cuyo paralelismo en su sufrimiento con el sufrimiento de Jesús es impresionante. Se hizo uno con Jesús, anunció su Evangelio de amor, y corrió con su misma suerte. El juicio que se le hace es idéntico al de Jesús, es acusado por testigos falsos del mismo delito por el que fue condenado Jesús, Y es condenado a muerte como Cristo. Pero él ya había asumido que hacerse uno con Jesús conllevaba también la posibilidad terminar como Él. Por eso, lo vemos asumiéndolo con responsabilidad y alegría: "Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y su rostro les pareció el de un ángel". Para todos nosotros ese debe ser nuestro itinerario: Hacernos uno con Jesús siendo sus auténticos discípulos, ocuparnos de sembrar el bien en el mundo enfrentando el mal con determinación, no reducirnos solo a lo material o solo a lo espiritual en nuestra lucha por sembrar el Evangelio del amor, asumir que el mal reaccionará y nos querrá hacer daño, saber que el sufrimiento es una posibilidad muy cercana al cumplir nuestra misión, y mirar con esperanza hacia la eternidad a la que somos llamados y en la que tenemos el lugar que Cristo nos ha ganado.
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