En el relato de la Pasión, nos encontramos con esta expresión de Pilato, presentándole a Jesús al pueblo, ya sometido a escarnios terribles: "Llevando la corona de espinas y el manto color púrpura, Pilato les dijo: 'He aquí al hombre'". Era Jesús, que ya había iniciado su etapa final, su camino de cruz, los últimos pasos de su obra de entrega para la liberación de los hombres. Ecce Homo, He aquí al Hombre, Éste es el hombre. Así ha querido Dios que sucedieran las cosas. Este Hombre en el que está habitando completamente la divinidad, es quien está llevando a cabo la obra magistral. En sus manos está la libertad de la humanidad entera. Aun cuando aparece como una piltrafa humana, burlado y escarnecido, un ser solo lleno de despojos -"Muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano"-, es quien está dominando la situación. Todo se está dando según lo pautado. Su sufrimiento, libremente aceptado y asumido -"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"-, con todo y la barbarie que significa, con toda la carga de dolor que tiene, había de darse para que se cumpliera lo anunciado desde el origen. La serpiente está mordiendo el talón del descendiente de la Mujer, de María. Y aparentemente está teniendo una victoria descomunal ante el Hijo de Dios. La verdad, sin embargo, es otra. Ciertamente el Hijo del Hombre está siendo herido y escarnecido, mordido en el talón, pero todo se trastocará portentosamente y lo que es aparente derrota devendrá en la mayor de las victorias. Este que sufre ahora realmente está pisando la cabeza de la serpiente, a la cual vencerá definitivamente resurgiendo triunfante y glorioso de la muerte que probará. Este es el Hombre que es Dios. Este es el Dios que asumió la humanidad para hacerse uno con ella, asumiendo además su culpa, su pecado, su muerte. Para satisfacer plenamente en sacrificio, debía asumir todo lo que correspondía al hombre. El inocente es aquel cordero sin mancha, perfecto, que se representaba en el Antiguo Testamento, sobre el cual se colocaban todos los pecados y era lanzado al desierto a morir por todos los pecadores. "Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron". El cordero inocente moría en vez de todos los culpables. "Este el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", anunció Juan Bautista al verlo acercarse al Bautismo. Y esa es la misión que le corresponde cumplir.
Este es el Hombre. Este es el Dios que ha querido probar el ser hombre, teniendo todas las experiencias humanas, menos la del pecado. No podía pecar pues era Dios, y en Dios no puede haber jamás mancha alguna. Este es el Hombre que ha asumido la carne del vientre de María, que sufre también su pasión personal, tal como se le había anunciado: "Una espada de dolor atravesará tu corazón". Esa carne que está siendo desgarrada y molida a palos es la carne que Ella le donó en su vientre, que Ella tuvo en sus brazos recién nacido, totalmente indefenso y completamente necesitado de sus cuidados. Es la carne del joven que se le había escapado y se le había perdido a sus padres en la visita a Jerusalén. Es carne de hombre, pero es carne del hombre que es Dios. Es carne santa, la más santa de todas las que han pasado por la tierra, pura, inmaculada. Es la carne que se ofrece en sacrificio, que ofrece el Padre con desgarro de amor, la carne que su Hijo Unigénito había querido tomar para poder ofrecerse en oblación agradable: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo". Es la entrega que hace el Padre, con lo cual también demuestra el amor infinito con el cual ama a los hombres y al mundo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". El misterio que está en la base de todo es misterio de entrega: El Padre entrega a su Hijo para la salvación del mundo; la Madre, María, entrega a su Hijo desgarrándose su propio corazón; Jesús se entrega a sí mismo cumpliendo las pautas establecidas por el designio eterno del Padre y por el mismo amor que Él profesa a la humanidad: "Nadie tiene amor más grande que Aquel que entrega su vida por sus amigos". Este es el Hombre que muere en la cruz y con ello hace que de la fuente de amor que es el corazón de Dios surja alegre la vida eterna que Él quiere donar a los hombres. Todo se reviste del mayor amor porque es expresión real del mayor amor. Es el momento sublime en el que Dios grita al mundo con su propia voz y con la voz del Hijo que muere en la cruz que en Él no hay otro sentimiento sino solo amor. Que cuando Él sabe del pecado del hombre, en vez de quedarse mirando al pecado, se mira a sí mismo, se mira a su corazón, y lo único que descubre es el amor por el cual lo creó, el amor por el cual lo sostiene en la existencia, el amor por el cual es obstinado en la misericordia perdonando una y otra vez y todas las veces que sean necesarias. Este es el Hombre. El que nos ama y nos regala el amor de Dios. El que nos hace decir convencidos: "Me amó a mí, y se entregó a la muerte a sí mismo por mí".
Este es el Hombre que es Dios, por lo tanto, es todopoderoso. Puede trocar totalmente la suerte de lo que está sucediendo, pues lo puede todo: "Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores". El sacrificio que ofrece este Hombre es de valor infinito, porque es el sacrificio del hombre que es Dios. Ya no serán necesarios más sacrificios de corderos ni más derramamiento de sangre. Este sacrificio es suficiente para siempre. Y no se repetirá ya más. "Todo sacerdote (del Antiguo Testamento) está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. Él (Jesús), por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre". Este es el Hombre que ha hecho que tengamos de nuevo la dignidad de hijos de Dios para siempre y que solo perderemos si nos empeñamos en mantenernos en la vida de pecado. Él nos ha liberado del yugo de la esclavitud, y por Él gozamos de la libertad absoluta de los hijos de Dios y de la posibilidad de entrar de nuevo en las moradas celestiales; pero no obstante, nosotros mismos somos los que decidimos nuestra suerte. Está en nuestras manos disfrutar de esa miel o de quedarnos con la hiel. La gracia es una realidad que tenemos a la mano, pero nosotros la acogemos o la rechazamos. "Comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno", es la invitación que recibimos para gozar de ese amor salvífico. Ese sacrificio le costó mucho a todos. La entrega que hicieron es muy valiosa. El Hijo vivió momentos desgarradores: "Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna". No es poco lo que ha debido poner de su parte, al contrario ha sido infinito. Este es el Hombre que lo ha dejado todo en las manos del dolor y de la muerte. Y eso ha tenido valor infinito. El cuerpo entregado y la sangre derramada son las de ese hombre que es Dios. Tienen valor infinito. Y salvan infinitamente. Su poder nunca se acaba. Y es cuerpo entregado y sangre derramada que lo han sido por amor. A ti y a mí. Este es el Hombre que te ama a ti y que me ama a mí infinitamente.
Señor mío por tu infinito amor he sido salvado Gracias por amarme aún cuando no lo merezco
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