El encuentro de Jesús con Nicodemo es toda una catequesis. Jesús accede a hablar con uno de sus supuestos adversarios, que era jefe de fariseos, dirigente de aquel grupo con el cual Jesús tuvo tantos enfrentamientos, y que luego por sus artimañas logrará que el Mesías sea condenado a muerte, pero en el cual Jesús intuye un resquicio de bondad, del cual se aprovecha enormemente. Es una manera didáctica con la cual nos dice a todos que no debemos dar a nadie ni a nada por perdido. De todo podemos sacar provecho y a todos podemos conquistarlos para Él. Nicodemo, lo sabemos, pasará luego a ser discípulo secreto de Jesús, al igual que José de Arimatea. Suponemos que su vida posterior fue de entrega a la causa de Cristo y que habrá dado testimonio de ese amor y de esa salvación que Él trajo. En esa catequesis que Jesús hace con Nicodemo destaca el misterio que representa la realidad espiritual. Jesús afirma claramente que estas realidades de fe no son comprensibles aplicando solo criterios humanos, por lo cual es necesaria una rendición del intelecto ante lo invisible. No será posible la comprobación científica de lo que está sobre el tapete, sino que hay que hacer asentir al corazón ante las verdades de la realidad espiritual no comprobables positivamente. Hay que dar paso a la fe, que se fundamenta en las certezas del amor, de lo afectivo, de la confianza en que no puede engañar quien solo quiere el bien del amado. Es necesario deponer prejuicios, actitudes negativas o revanchistas, para echar la vista a toda la obra que ha sido realizada por Aquel que nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos. Para Jesús no hay ganancia personal ninguna en todo lo que ha hecho. Su beneficio es el que logra para sus amados. Su entrega no es desprecio de su propia vida para obtener una ganancia personal. Todo lo que gana es para sus amados. Ciertamente Él recobra su gloria al finalizar su obra y regresar al seno del Padre. Estrictamente hablando no es ganancia sino retomar lo que ya tenía. Despreció por un tiempo esa gloria de eternidad que era natural en Él, para hacerse uno más de nosotros y desde nuestra realidad tomarnos a todos para elevarnos al Padre. "Y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte en la cruz". El repaso de este proceso que ha llevado a Jesús es lo que convence, lo que conquista. Solo el amor pudo haber sido la motivación de semejante grandeza. Comprender esto es permitir que la verdad rotunda del amor de Dios por mí me conquiste.
Jesús quiere convencer así a Nicodemo. Y es así como lo quiere conquistar: "¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no reciben nuestro testimonio. Si les hablo de las cosas terrenas y no me creen, ¿cómo creerán si les hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna". El lenguaje de Jesús es arcano, misterioso. Ni siquiera un maestro de la ley como Nicodemo es capaz de comprenderlo. Tendrá que rendirse a la evidencia del amor que se entrega. Por eso hace referencia a la cruz, altar en el cual se ofrecerá, cuando habla de la elevación de la serpiente. Él mismo será elevado en la cruz. Y esa elevación será el grito de amor eterno de Jesús por los suyos. Esa será la prueba más contundente. Contemplar en su momento a Jesús elevado en la cruz, como Moisés elevó a la serpiente para ser la salud del pueblo, será la demostración contundente del amor donado, lo cual fundamentará en la certeza de la fe en Jesús, que ha venido a salvar. No habrá más pruebas, pues todos los demás acontecimientos se irán desprendiendo de este que es determinante: Jesús muere en la cruz por amor a ti y a mí. No se necesita de más razonamientos, pues con ellos corremos el peligro de afear el acontecimiento más hermoso y más maravilloso de toda la historia de la humanidad. La pretensión humana de querer racionalizarlo todo ha logrado que se afee toda una realidad de fe que en sí misma es la más bella que podemos percibir y la más rica que podremos vivir jamás. Es necesario un corazón que se rinda ante una evidencia no tangible como es la del amor, que solo se experimenta dejándose amar sin mayores racionalizaciones. Cerrar los ojos y percibir cómo el corazón se va hinchando en la experiencia de amor que compensa absolutamente toda necesidad humana y que llena de la seguridad de que todo lo humano será elevado al máximo, que se recibirán todos los consuelos necesarios, que se tendrá toda la fortaleza y el alivio en cualquier experiencia que podamos tener, que se vivirá la mayor alegría que jamás podremos obtener con ningún logro humano. Eso es lo que Jesús quiere que le quede claro a Nicodemo. Y que nos quede claro a todos nosotros.
Vivir esa experiencia es sentir la absoluta novedad de lo que logra Jesús para cada uno. Y percibir que en cada uno de los que tienen la misma experiencia se logra una novedad radical similar. Es prácticamente experimentar que esa nueva vida nos hace uno, pues es la misma vida para todos. Jesús pasa a reinar en el corazón de cada hombre. Ha logrado con su obra arrancar de cuajo aquel corazón de piedra que cada uno había ido endureciendo a fuerza de alejarse de la vivencia del amor divino y encerrándose en sí mismo, buscando y dándose las respuestas racionalistas alejadas totalmente de la realidad afectiva y espiritual, y ha colocado en cada uno un corazón de carne que es capaz de sentir, de amar, de confiar, de abandonarse en las manos de Aquel que ha demostrado más amor que cualquiera. Es el mismo corazón para todos, pues es su mismo corazón, el corazón de Jesús que ama radicalmente, que se entrega por amor y que eleva a cada uno de los beneficiarios con su donación total. A todos los hace iguales y uno. Por eso, aquellas primeras comunidades de cristianos, que habían entendido esa entrega por amor, lograron vivir la experiencia cristiana en la unidad radical de intereses y de metas. Todos vivían lo mismo y estaban felices de que así fuera: "El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba". Lo material ya no era la riqueza por la que había que desvivirse, sino que era una cuestión complementaria, de la cual ciertamente había que servirse, pero que no pasó jamás a ser una razón de dominio o de superioridad de unos sobre otros. Lo importante era el espíritu de unidad. Jesús les había puesto el mismo corazón a todos, el suyo. Y lo verdaderamente esencial era conservar esa unidad, que se basaba en el corazón nuevo, henchido de amor por el Padre y por los hermanos. No hacerlo era correr el riesgo de hacerse nuevamente islas que competían unos contra otros. Aceptar a Jesús como el Salvador es ofrecer el pecho para dejarse arrancar el corazón viejo y dejarse colocar un corazón nuevo, lleno del amor de Cristo por el Padre y por los hombres. Y vivir la plenitud de la vida de gracia ya, aquí y ahora, anticipándose a la gloria eterna inmutable del futuro.
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