jueves, 16 de abril de 2020

Debo dejar mis dudas y confiar en tu amor que me salva

Jesus y apostoles resucitado - MVC

San Pablo define a la fe como "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". Está claro que quien vive solo de seguridades comprobadas mediante el método científico jamás podrá rendirse a una evidencia que no pueda ser demostrada. La seguridad no es lo mismo que la certeza. La seguridad se basa en lo material, lo científico, lo experimental. La certeza está basada en la autoridad, en la confianza, en el amor; no tiene luz propia, sino que le viene de quien es su fuente. Esta realidad es superior a la cotidianidad de lo que vivimos los hombres. Nuestras experiencias cotidianas nos hablan de lo corpóreo, de lo material, de lo temporal. Para muchos de nosotros solo existe lo que es evidente a nuestra vista y a todos nuestros sentidos. Somos deudores de un positivismo que se ha ido arraigando cada vez más en nuestra vida, afincándonos, incluso inconscientemente, en una exigencia de evidencias para poder tener la seguridad que exige una actitud de ese calibre. De esta manera, afirmamos que es bueno solo lo que nos es instrumentalmente útil, lo que nos produce placer, lo que nos coloca por encima de los otros, lo que aumenta nuestro prestigio. La actitud positivista nos lleva casi imperceptiblemente a rastras hacia un egocentrismo destructivo en el que cada uno se va constituyendo a sí mismo como un ser insuperable. Es el "superhombre" del que hablan algunas corrientes filosóficas. Esto tiene como consecuencia el absurdo y la inutilidad de un ser que esté por encima de nosotros, pues somos autosuficientes. La conclusión lógica es que Dios no es necesario, por lo cual la realidad no tangible es también innecesaria. El mundo espiritual es totalmente nulo y, por tanto, inexistente. Es el ateísmo teórico que desemboca en el ateísmo práctico, que es la vivencia de la propia vida extraña totalmente a la realidad espiritual, invisible. Totalmente extraña a Dios. La soberbia se erige, entonces, como la norma de vida. En el centro de todo estamos nosotros mismos y solo tendrá sentido lo que podamos explicar y razonar con nuestra propia capacidad intelectual. Lo que no se pueda explicar no tiene entrada en nuestras consideraciones, llegando incluso a considerar a los que sí le den cabida, como a inferiores intelectuales. No es esta una actitud nueva. Existe desde que todos existimos, por lo cual hemos cometido equivocaciones, algunas veces incluso inmensas y abominables.

Los apóstoles, en sus primeras peripecias misionales, de alguna manera fueron causa, y algunas veces víctimas, de estas actitudes de los hombres. Cuando curaron al paralítico de la puerta del templo fueron considerados los "hacedores" del milagro. "Israelitas, ¿por qué se admiran de esto? ¿Por qué nos miran como si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o virtud?" En su razonamiento los israelitas no consideraron nunca la posibilidad de la acción de Dios en ese pobre hombre, sino que pensaron que era alguna acción que habían realizado los apóstoles maravillosamente para que aquel recuperara su capacidad de andar. Fue necesario que Pedro y Juan, instrumentos del poder sanador de Dios, les explicaran lo que había sucedido y cómo había sucedido: "Por la fe en su nombre (el de Jesús), este, que ustedes ven aquí y que conocen, ha recobrado el vigor por medio de su nombre; la fe que viene por medio de él le ha restituido completamente la salud, a la vista de todos ustedes". El no haber considerado la fe como una actitud posible y necesaria para recibir el favor de Dios los hace enfocar erradamente la conclusión. Siendo víctimas de ese positivismo larvado, se hacen incapaces de reconocer la obra de Dios, por lo tanto de reconocerlo en sí mismo, haciéndose a la vez imposibilitados de reconocer su gloria y de alabarlo por las buenas obras en favor de los hombres. Incluso, esa actitud los hizo anteriormente cometer el error más abultado de toda la historia: "El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron y de quien renegaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello". La soberbia, el egocentrismo, la autosuficiencia, habían hecho la peor jugada de la historia al mismo hombre, pagado de sí mismo. Echar a Jesús a un lado era quedarse satisfechos en el propio estiércol, del cual venía a liberarlos quien sería el Salvador del mundo. No obstante, ese mismo que es objeto del desprecio entiende que ese hombre es víctima de sí mismo, de su debilidad por lo material, de su dificultad de elevar su mirada y de dirigirla también a su propio corazón para no quedarse solo con lo evidente. Por eso llega incluso a justificarlo, a través de sus apóstoles: "Ahora bien, hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia, al igual que sus autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer". El Dios que es infinitamente amor, no busca condenar sino justificar y salvar .

Ese Dios viene a salvar, no a condenar. Viene a implantar el amor y la justicia, no el odio o la destrucción. Por eso la invitación es a la conversión: "Arrepiéntanse y conviértanse, para que se borren sus pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que les estaba destinado, al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas ... Ustedes son los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con sus padres, cuando le dijo a Abrahán: 'En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra'. Dios resucitó a su Siervo y se lo envía en primer lugar a ustedes para que les traiga la bendición, apartándolos a cada uno de sus maldades". Ese es Jesús, el traedor del amor y de la salvación para todos, incluso para quienes lo rechazaron y llegaron a asesinarlo. Por supuesto, más aún para quienes fueron sus compañeros, quienes llegaron a dudar también ellos, a pesar de su cercanía, de las cosas maravillosas que estaban sucediendo, las que podían explicar solo por razones de fe: "¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Pálpenme y dense cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo". No son suficientes demostraciones de evidencias. Se hace necesario el rendirse a la fe para comprender realmente todo el misterio de lo que estaba sucediendo. Es necesario abrir el corazón y dejarse arrebatar por el amor, dar cabida a la razón de autoridad del Dios todopoderoso y confiar en que el amor es el que realiza estas maravillas de las que están siendo testigos: "Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: 'Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto'". Es el mismo itinerario que debemos seguir todos. Deudores de nuestro razonamiento que quiere imperar, dar siempre espacio a las razones de fe, basadas en el amor. Rendirnos a las evidencias no materiales de las obras de amor que realiza Dios en nosotros, abrir el corazón para dar espacio al amor y dejar que se derrame en nosotros para obtener esa salvación añorada por la confianza en el Dios que es todo amor y misericordia.

2 comentarios:

  1. El Dios que es infinitamente amor, no busca condenar sino justificar y salvar. Hermanos y harmanas no reneguemos de nuestro Señor. Dios nos bendiga siempre. Gracias padre Ramon Viloria por compartirnos y hacernos entender día a día la palabra de Dios.

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  2. Abrenis el entendimiento y el.corazon Señor para aceptar tus designios. Gracias por tu infinito Amor que no me condena...que sepa retribuirte con mi pequeñez ese Amor.

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