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lunes, 22 de febrero de 2021

San Pedro sigue siendo la piedra que sostiene a la Iglesia

 Resultado de imagen para tu eres pedro y sobre esta piedra edificare mi iglesia

La figura de San Pedro es una de las figuras emblemáticas de nuestra Iglesia, y se convierte así en prototipo del cristiano. Son muchísimas las consideraciones que podemos hacer sobre este elegido por Jesús parar llevar adelante la barca de la Iglesia. Es, en primer lugar, modelo del llamado, por cuanto es convocado por Jesús desde la total anonimia, pues era un simple pescador que estaba a las orillas del lago arreglando los aperos después de la jornada de labor. Es un personaje que, estrictamente hablando, no se diferenciaría de alguno de cualquiera de nosotros: Rudo, trabajador, desconocedor de Jesús, impetuoso, espontáneo, entusiasta, demostrando una valentía que luego desaparecerá cuando sea exigido. Su misma espontaneidad le hará entrar en situaciones en las que seguramente él mismo jamás se imaginó. Tan pronto dirá que defenderá a Jesús y se entregará dando su vida por Él, como saldrá luego a esconderse y lo negará cuando llegue ese momento de la entrega. Tan pronto lo confesará como el Hijo de Dios, como luego le reprochará cuando anuncie la obra redentora que tendrá que llevar adelante con su muerte. Son conductas y actitudes que surgen en San Pedro, pero que pueden también estar presentes en cualquiera de nosotros. No podemos criticar su conducta, pues nosotros mismos hubiéramos actuado de manera similar e incluso hasta peor. Y aún así, es el elegido por Jesús para ponerlo al frente de su Iglesia: "Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". Pedro es el primer Papa de la Iglesia y sobre él recae toda la responsabilidad de su guía, con la misma autoridad que tenía Jesús. Es el "Vicario de Cristo", es decir, el que hace las veces de Cristo cuando ya Él no está físicamente presente en el mundo.

El Papa ejerce su tarea, en obediencia a la indicación de Jesús a Pedro, desde ese momento hasta nuestros días. Desde el libro de los Hechos de los Apóstoles nos percatamos cómo los otros apóstoles se acercaban a Pedro en atención a su autoridad, respetando la decisión de Jesús. Él ejercía su autoridad y mantenía la unidad de esa Iglesia que estaba naciendo. Su palabra era indicadora del camino que se debía seguir y lo que se decidía era refrendado por su autoridad. Desde Jerusalén, y luego desde Roma, era escuchado y seguido por los cristianos. La mayor muestra de su fidelidad a la tarea que puso Jesús en sus manos fue su misma muerte, por la Verdad de Jesús que proclamaba la Iglesia bajo su guía. Su autoridad no fue la de un déspota, sino la del pastor que llevaba a cada cristiano sobre sus hombros y que daba testimonio de su amor a Jesús y a cada fiel de la Iglesia. Con su palabra quiso conducir a la Iglesia por el camino de la Verdad. Incluso se preocupa de animar a los presbíteros (que significa "ancianos", los que estaban al frente de las comunidades nombrados como guías) a que se pusieran al frente de sus fieles, animándoles en medio de las persecuciones y sufrimientos para que entendieran que el camino de la fe no era un lecho de rosas. Así animaba a los pastores de las comunidades: "Queridos hermanos: A los presbíteros entre ustedes, yo, presbítero con ellos, testigo de la pasión de Cristo y participe de la gloria que va a revelar, los exhorto: pastoreen el rebaño de Dios que tienen a su cargo, miren por él, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa; no como déspotas con quienes les ha tocado en suerte, sino convirtiéndose en modelos del rebaño. Y, cuando aparezca el Pastor supremo, recibirán la corona inmarcesible de la gloría". Con el cumplimiento de su tarea animaba en el camino de la santidad. En esa Iglesia que nacía buscaba que todos fueran unificando la práctica de la fe, mediante la organización de las estructuras necesarias y la celebración sobre todo de la Cena del Señor, recordando el último encuentro con Jesús en el que dejó el regalo de la Eucaristía. Aquel Pedro que negó a Jesús en el momento de la cobardía, asumió con la mayor responsabilidad la tarea que Jesús mismo le encomendó, hasta las últimas consecuencias.

Hoy, San Pedro es Francisco. No hubiera sido razonable que la figura del Pedro que quiso Jesús poner al frente de su Iglesia, desapareciera cuando éste muriera. La piedra sobre la que se construye la Iglesia -"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"-, no podía desaparecer, pues entonces se hubiera venido abajo toda la estructura. El Papa sigue ejerciendo su misión, exactamente con la misma autoridad que Jesús puso en las manos de Pedro. Se equivocan radicalmente quienes afirman que ya esa figura de Pedro no tiene importancia y que solo la tuvo en el momento histórico en que existió. Si así fuera, no existiría la posibilidad de la unidad, uno de los deseos más intensos de Jesús y que expresa claramente en su oración sacerdotal delante del Padre: "Que todos sean uno, como Tú y yo, Padre, somos uno". El Papa es hacia quien se anuda esa unidad deseada por Jesús, que se afinca en el amor y en la solidaridad humanas, y por supuesto en el amor y la fidelidad a Dios. El Papa anima a todos los fieles a vivir en la Verdad de Jesús y los impulsa a profundizar y conocer cada vez más en su conocimiento. Su palabra orientadora ilumina el camino de la Iglesia y de cada fiel cristiano. Basado en la Verdad del Evangelio, va extrayendo de él el tesoro de la Verdad y lo pone a nuestra vista para que lo vivamos con mayor conciencia. Nos anima a vivir la fraternidad cristiana echando luces sobre los problemas actuales y sobre las soluciones que pueden tener a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, en las cuales es experto. No impulsa una Iglesia separada del mundo o del hombre, sino profundamente comprometida, pues es a ese mundo y a ese hombre a los que sirve. Anima a los cristianos a una unión más profunda, consciente y madura con Dios, viviendo una vida en santidad que no desplaza la realidad, sino que invita a un compromiso de unión con Dios haciéndolo tangible en la unión con los hermanos. De esta manera, entendemos que Jesús no se ocupó solo de los discípulos en su momento histórico, sino que nos dejó bien resguardados bajo las alas del Papa, a quien debemos aceptar como el Pedro de todas las épocas.

domingo, 23 de agosto de 2020

Pedro es la piedra sobre la que Cristo funda su Iglesia, hoy y para siempre

 Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” – Arquidiócesis de Tijuana

La Cristología es la disciplina de la teología que estudia la figura de Jesús, su mensaje y sus obras. Puede ser hecha abarcando su ser desde la eternidad, partiendo por lo tanto de su existencia eterna, pasando por su encarnación y su vida terrena, contemplando su momento culminante en la pasión, muerte y resurrección, y finalizando con la mirada puesta en su gloria recuperada al ascender a los cielos. O puede hacerse tomando el camino inverso, retrocediendo desde su existencia pascual después de su resurrección y contemplando los pasos que dio hasta llegar a ella, influyendo por lo tanto en la vida de cada hombre con la mirada puesta en la finalidad que perseguía desde el principio, que es la liberación y la redención del hombre que había sido ganado por el pecado. De ese modo, la Cristología puede ser ascendente, la que apunta al final con la glorificación en la ascensión, o descendente, la que apunta al rebajamiento del Hijo de Dios para llevar consigo al final a los hombres. Un ejemplo típico de esta Cristología ascendente es la que tenemos en el cántico cristológico de la Carta a los Filipenses: "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el 'Nombre-sobre-todo-nombre'; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre". Es como el ciclo que dice la Sagrada Escritura que debe ser cumplido por la lluvia y la nieve: "Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí vacía, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié". Jesús es, en todo caso, el enviado por el Padre que ha descendido desde su trono de gloria infinita y eterna para realizar la misión de rescate del hombre perdido, que ha aceptado con sumisión y libertad plenas la tarea, y que se ha entregado totalmente por ella, hasta morir y recuperar su vida, volviendo a la gloria que le pertenecía desde el principio de los tiempos.

Esta realidad de la vida de Jesús, de su existencia eterna, de su obra de redención, de su pasión y su muerte, de su resurrección y glorificación, estaba ya anunciada desde antiguo en la Palabra de Dios. Él es el "descendiente de la mujer que pisará la cabeza de la serpiente", es el hijo de "la joven que esté encinta y dará a luz un hijo al que pondrán por nombre Emmanuel", es aquel siervo sufriente de Yahvé que sufrirá lo indecible pero al que "no le partirán un hueso", por cuyas heridas "hemos sido curados". En el Antiguo Testamento se fue haciendo cada vez más clara la presencia futura de aquel Mesías redentor, enviado por Dios, para la liberación de Israel, por lo cual en las mentes y en los corazones de los israelitas se consolidaba cada vez más una actitud de expectativa y de esperanza en que la promesa de ese personaje se cumpliera plenamente. Y "llegada la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para liberar a los que estaban sometidos a la ley", Jesucristo, el Señor, el Mesías, el Redentor. En Él se cumplía perfectamente la promesa realizada por el Padre, y sus palabras y sus obras no hacían sino confirmar la presencia entre los hombres de aquel personaje que había sido anunciado. En su etapa terrena se hizo acompañar por ese grupo privilegiado de doce hombres que serían testigos de todo lo que decía y hacía. Y para ellos fue progresiva la revelación final de quién era Él, de modo que fueron aceptando, no sin dificultades, que este era el personaje por el que suspiraba tanto tiempo el pueblo. Avanzada en algo su estancia entre ellos, Jesús mismo quiso hacer una especie de balance de su gestión, averiguando lo que se pensaba sobre Él: "Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: '¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?'" Era importante saber hasta ese momento, mediante un sondeo entre sus más cercanos, cómo iba siendo aceptada su figura y quién pensaba la gente que fuera: "Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas". Podemos suponer la decepción de Jesús al escuchar esto, pues no era ninguno de ellos. Por ello, se va en barrena directamente preguntando a los mismos discípulos: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" La respuesta de Pedro es verdaderamente sorprendente por lo ajustada a la realidad: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo". Es una respuesta teológicamente perfecta. Y es sorprendente sobre todo viniendo de quien no tenía casi ninguna formación. Por ello no puede sino recibir de Jesús la mayor de las alabanzas: "¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Pedro ha sido tomado por el Padre como instrumento de revelación para todos sobre quién es Jesús en su identidad más profunda.

La respuesta de Pedro, que seguramente después de la alabanza de Jesús hicieron propia todos los demás discípulos, le atrajo no solo una alabanza sentida de Jesús, sino el anuncio de la responsabilidad mayor que tendrá en la obra de consolidación del rescate de la humanidad que deberá ser llevada adelante cuando Jesús sea glorificado: "Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". Pedro será la roca sobre la que descansará la Iglesia, que es el instrumento de salvación que instituirá Jesús para la salvación de los hombres de siempre, los contemporáneos y los futuros, por lo que se puede colegir que esa figura de piedra fundamental no terminaría con su muerte, sino que se mantendría sobre los nuevos "Pedros" que fueran encargados de esta tarea. De allí el carácter de fe que tiene la figura del Papado, que deberá existir mientras dure la Iglesia de Cristo. No puede ella quedar sin su fundamento rocoso. Cada Papa es Pedro, piedra sobre la que estará sustentada la Iglesia hasta el fin de los tiempos. La presencia de ese Pedro que trasciende lo temporal propio, de alguna manera estaba ya también anunciada anteriormente: "Le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá. Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá. Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro, será un trono de gloria para la estirpe de su padre". Es un elegido de Jesús que llevará adelante su misma obra. Por eso puede ser llamado con toda propiedad "Vicario de Cristo", es decir, el que hace las veces de Cristo. Muy bellamente lo llamó Santa Catalina de Siena: "El Dulce Cristo en la tierra". Esa figura de Jesús que hará la obra de la salvación y que se ocupa de la salvación de todos los hombres nos descubren a un Dios que sobrepasa cualquier expectativa de amor. Es un Dios que está más allá de la mayor bondad que podemos imaginar, más allá del mayor amor que podemos suponer, más allá del mayor poder que podemos presenciar. Ante Él, no podemos sino admirarnos: "¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? Porque de Él, por Él y para Él existe todo. A Él la gloria por los siglos. Amén". Es el sentimiento y la convicción que debemos tener todos los beneficiados de la obra redentora. Nuestro Dios es un Dios que nos ama con amor eterno, que se ocupa de nosotros, de cada hombre y de cada mujer de la historia, que no nos ha dejado a nuestra suerte sino que nos ha regalado todo su amor y se ha encargado muy bien de dejarnos una roca sólida en la que fundamentarnos para no caer en el vacío total. Es el Cristo que ha venido desde lo alto rebajándose al máximo para tomarnos y llevarnos a su gloria eterna.

lunes, 29 de junio de 2020

Tú eres Pedro, piedra de la Iglesia. El poder del infierno no vencerá

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: San Pedro ...

La elección de Jesús sobre los apóstoles Pedro y Pablo trae para todos los cristianos pautas de reflexión interesantes y profundas. Pueden aclarar muy bien el fundamento del Papado como institución formal, pero más allá, además de su elección, también la inspiración de Dios particularmente presente y clara en su persona y en el ejercicio de su misión eclesial en el mundo y la necesidad del apoyo que debe dar la Iglesia, conformada por todos y cada uno de nosotros. En la elección de ambos, Jesús hace gala de los acontecimientos grandiosos que los rodean. Pedro, convocado desde el principio para ser miembro y jefe del grupo de los doce, es confirmado en su preeminencia sobre el grupo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", "- Pedro, ¿me amas más que éstos? -Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. -Apacienta a mis ovejas", "Confirma a tus hermanos en la fe". Son indicaciones más que claras para entender la misión de Pedro en la Iglesia que, evidentemente, no podía acabar con su muerte, por lo que la institución no es solo sobre la persona, sino que trasciende el tiempo como algo estable que debe perdurar en la historia. Pablo, pasando de perseguidor de Cristo y de los cristianos a ser su anunciador y perseguido por su nombre, se convierte en el apóstol de los gentiles, los que estaban más lejos de ni siquiera pensar en una salvación eterna por Jesús: "Pablo, ¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? -Soy Jesús, a quien tú persigues". "Resérvenme a Pablo". En ambos, la Gracia divina actúa portentosamente, como dando a entender que serán el sustento de la obra grandiosa que, llevará la Iglesia adelante en el futuro. Pedro es el primer Papa de la Iglesia. Ambos rinden sus vidas en Roma, la Iglesia que "preside en la fe", según San Agustín, por lo cual Roma pasa a ser la sede papal. Sobre la figura del Papa, por la misión esencial que cumplirá en la Iglesia, está la continua inspiración divina, tal como ocurrió con Pedro y fue alabado por Jesús: "¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos". En efecto, la fe nos dice muy claramente que en sus cuestiones siempre estará de por medio la inspiración directa de Dios sobre el Papa, pues es Él mismo el que lo ha elegido y lo ha colocado donde está.

Está claro que el Papa no es un aparato con control remoto desde el cielo. Es un hombre que ha sido elegido anteriormente para ser Sacerdote de Cristo y ha ido perfilando su fidelidad, su responsabilidad, su caridad, su sentido de servicio al mundo y a la Iglesia, su unión plena con Dios y con sus intereses. Y todo lo ha hecho manteniendo su propia personalidad, su identidad individual. Todo lo ha puesto al servicio de la unidad y de la vivencia sólida de la fe del pueblo que en las diversas tareas pastorales el mismo Jesús le ha ido confiando. Es un hombre que desde sus características propias ha sabido conjugar lo propio con lo de Cristo y lo de su Iglesia, y que ha sabido en su momento colocar por encima de lo que son los propios intereses, los intereses de Dios, de Jesús, de los hombres y de la Iglesia. Por eso, en algún momento, se le consideró digno y capaz de asumir la tarea de dirigir la nave de la Iglesia desde el Papado. Dios se compromete con la Iglesia que elige al sucesor de Pedro. Es una realidad de fe que debemos aceptar, por cuanto es una institución querida por Él dentro de la Iglesia, sostenida en toda la historia, y a la que Jesús mismo le prometió: "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". El Papado es la clave por la cual podemos comprender la solidez de la misma Iglesia. Aunque ella es mucho más que el Papado, éste le da solidez. Una institución del Papado sólida, da como resultado una Iglesia sólida. Cuando entendemos que el Papado se refiere al cuidado que debe sentir siempre la Iglesia por su parte, en el cumplimiento de la misión que le encomendó Jesús, debemos entender también que la solidez debemos sentirla siempre en ese campo de la fe. Y no siempre en otros campos que no corresponden a su tarea y que pudieran ser siempre opinables, aun cuando sea sin duda una opinión, la del Papa, siempre atendible por su conocimiento y experiencia humana y pastoral. Es decir, su campo propio, estando en el mundo, es el de la fe, el de la caridad, el de la fraternidad, el de la unidad. No se le pueden exigir, por lo tanto, actuaciones en las cosas que no le corresponden, aunque desde la fe pueda iluminarlas. Lo que sí le podemos exigir siempre es fidelidad a su tarea. Tal como lo entendió San Pablo al final de sus días que, haciendo retrospectiva de lo que había hecho en el cumplimiento de su misión, delante de Dios reconoce: "Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe". Es el esfuerzo que debe cumplir todo el que es puesto al frente de la Iglesia como Papa.

Y esto nos hace entrar en un campo mucho más propio, que es el de la responsabilidad de la Iglesia, de todos y cada uno de sus fieles, en el sostenimiento del Papa y de su misión en la Iglesia y en el mundo. No pueden los fieles cristianos desentenderse de esa responsabilidad. Así como se le exige a cada uno de los que elige Dios para ponerlos al frente de la barca de la Iglesia, así mismo también lanza su mirada sobre todos los fieles. La mirada de Jesús no es una mirada que se queda solo en la contemplación, sino que apunta a la asunción de compromisos. Aquella Iglesia que daba sus primeros pasos experimentó la persecución cruda, la violencia contra ella, incluso la muerte. Los apóstoles fueron los primeros que llegaron a sufrir de estos momentos de dolor en los cuales debían mantener su confesión de fe. Pero los cristianos, además de que también sufrían persecución y muerte, habían entendido que la suerte de los apóstoles los afectaba más que ninguna otra suerte, por lo cual se sintieron particularmente comprometidos a sostenerlos con su oración y su apoyo espiritual. Nunca como en esos momentos de persecución estuvo tan clara para ellos esta exigencia. Nunca para la Iglesia estuvo tan claro que la suerte de los apóstoles era la suerte de todos, pues eran los que estaban al frente. Y no dudaron un ápice en asumirlo como tarea propia. Cuando Pedro es hecho preso por Herodes, entusiasmado éste por la satisfacción que sintieron los judíos cuando asesinó a Santiago, para hacerlo correr la misma suerte y seguir complaciéndolos, la Iglesia entera entendió que no podían dejar de hacer su parte: "Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él". Esta oración humilde, dolorosa y confiada delante de Dios hizo su efecto. Cuando es liberado por el ángel de Dios, Pedro "salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel. Pedro volvió en sí y dijo: 'Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos'". Es la oración de la Iglesia la que logra que Dios realice el portento. Ese es nuestro compromiso como Iglesia. Jamás debemos dejar solo al Papa. Está en nuestras manos pues es nuestro guía, puesto allí por Dios para nosotros. Él lo ha elegido, lo inspira en la fe para que nos ilumine a nosotros, y nos lo da como compromiso. Nuestra oración por él lo hará mejor guía para nosotros y lo liberará de las cadenas del mal que pretendan encarcelar su espíritu. Nos podrá gustar más o menos cada uno de ellos, pero es el que Dios ha querido para cada momento de la historia del mundo y de la Iglesia, y que nos ha puesto en las manos como compromiso.

viernes, 29 de mayo de 2020

"Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo"

III DOMINGO DE PASCUA: “Pedro, ¿me amas más que éstos?” - MVC

San Pedro es el primer Papa de la Iglesia. Sobre él se constituye la primera institución de algún puesto "oficial" que hace Jesús. En la mente de Cristo hay un programa muy claro de todo lo que vendrá a realizar como obra específica para el rescate de la humanidad. Es una obra fundamentalmente espiritual, pues se trata de la mancha original que había colocado el hombre en su ser cuando pecó, dándole al espalda a Dios y a su amor, y que había de ser satisfecha mediante el sacrificio de su entrega. Evidentemente, esa obra de rescate no quedaba estrictamente circunscrita al ámbito espiritual, pues así como había tenido consecuencias externas, debía también tener manifestaciones externas, como la vida en comunidad, la solidaridad, el amor mutuo, el compartir bienes, el progreso logrado en el consenso de todos. La elevación espiritual de la humanidad que lograba el Redentor tenía, por supuesto, manifestaciones visibles que hablaban de una vida renovada en el amor mutuo que se alcanzaba al dejar atrás el odio, el egoísmo y la soberbia que significaban el servicio al pecado. Esa obra de Jesús era trascendente en el tiempo y en la geografía, es decir, no quedaba reducida o confinada al tiempo y al espacio que Él vivía. No eran los beneficiarios de su rescate solo sus contemporáneos. Hubiera sido un sinsentido que una obra de tal envergadura, la más grande que personaje alguno hubiera emprendido en toda la historia de la humanidad, beneficiara exclusivamente apenas a un puñado de hombres que fueran los que estaban al lado de Jesús en el momento de su entrega. El cuerpo entregado por Cristo y su sangre derramada, al tener valor infinito, debían poder llegar a todos los hombres de toda la historia, en todos los tiempos y en todos los espacios. Era lo más lógico. En ese programa de Jesús esto estaba establecido desde el principio. En ese plan estaba claro que debía existir un instrumento que asegurara que ese sacrificio redentor fuera un beneficio para todos. Y para ello, para asegurar que esa redención llegara a todos, en la mente eterna e infinita del Redentor, empezó a existir la Iglesia, a la cual iba a encomendar que los efectos de esa salvación alcanzada por Él, llegara a cada hombre y a cada mujer de la historia, sin importar tiempo ni lugar. Ese instrumento tenía que tener la suficiente libertad y el suficiente juego para poder moverse en la historia y en el mundo entero. Es una institución con estructura humana, pero de origen divino. Es una institución visible, construida con un esquema material y humano, pero que contiene una realidad absolutamente superior por ser divina. Es el canal de la gracia que Dios utilizará para hacer llegar su vida a todos los hombres.

Esa es la Iglesia. Sin duda, el instrumento que hace estable la presencia de Jesús en la historia, pues es su continuación, al ser, como lo comprendió perfectamente San Pablo, su cuerpo místico, cuando tuvo su experiencia en el camino de Damasco: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues", cuando perseguía a los cristianos. Es una realidad mística real, auténtica, verdadera, que hace presente a Jesús en la historia, y que se hace presente a sí misma a la vista de todos mediante su estructura material, humana, visible, que posee un ordenamiento como el de toda institución humana. Es natural, como lo es natural en toda estructura humana, que haya alguien al frente de ella, para evitar la anarquía. Jesús ya lo tenía en su mente al iniciar su labor pública. Ese era San Pedro. Los gestos de Jesús hacia San Pedro son reveladores de una primacía sobre los otros elegidos. A él es al único de los doce al que le cambia el nombre: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Recordemos que Dios cambia el nombre a los personajes sobre los que reclama especial propiedad. Pedro, así, es especial propiedad de Jesús. Es Pedro siempre el primero de los nombrados en las listas de apóstoles. A Pedro es a quien Jesús alaba por ser inspirado por el Padre: "Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo". A Pedro es al que invita a caminar sobre las aguas como lo había hecho Él, y al que echa en cara su falta de fe al empezar a hundirse, cuando empezó a confiar más en sí mismo que en el poder del Salvador, con lo cual le enseñó a poner siempre su confianza exclusivamente en Aquel que lo invitaba a lo imposible. A él es a quien invita a lanzar las redes al otro lado de la barca, a pesar de haber estado toda la noche pescando inútilmente, y es él quien confiando en la palabra de Jesús las lanza y por ello obtiene una pesca súper abundante, entendiendo así que lo absurdo, en Dios se convierte en posible. Es Pedro quien en el colmo de la humildad le pide a Jesús que se aparte de él, pues es un pecador, y a quien Jesús le anuncia su futuro: "No digas más que eres un pecador, pues yo te haré pescador de hombres". Son innumerables las experiencias personales de Pedro ante Jesús, con las que denota que sobre él hay una elección particular, distinta que la de los otros apóstoles, por lo cual se sugiere claramente que esa figura no podía simplemente pasar con él, sino que era necesario que tuviera una continuidad. Si Jesús instituía a su Iglesia como instrumento de salvación, que debía ser además una institución humana con una estructura específica, al frente de la cual colocaba a Pedro, lo lógico es que esa misma figura de Pedro fuera una figura estable que se mantuviera en la historia. La Iglesia no podía quedarse sin su "piedra". Es la única figura individual humana que mantiene su existencia en la historia por expresa voluntad divina. "Confirma a tus hermanos en la fe", es el mandato expreso a Pedro y a todos los que vinieran en su cargo después de él.

Se comprende así el que Jesús tuviera con Pedro una conducta especial. Cuando Pedro, en uso de una valentía que luego demostrará que no es tal, le dice a Jesús que nunca lo dejará solo: "Aunque todos te abandonen, yo no", Jesús le vaticina que lo negará tres veces: "Jesús le dijo: 'En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces'". Y en efecto, llegado el momento, Pedro negó por tres veces conocer a Jesús. Y al recordar lo que le había anunciado Jesús, "salió fuera y lloró amargamente". Había negado por cobardía a Aquel al que amaba profundamente. La tradición dice que las lágrimas de San Pedro fueran tan profusas que le hicieron dos surcos en sus mejillas. Incluso hay un famoso cuadro de El Greco, "Las lágrimas de San Pedro", que muestran el rostro de un hombre con esos surcos. Sin duda, Pedro sintió en su corazón el peso de la culpa por su negación. Pero en el corazón y en la mente de Jesús él seguía siendo el elegido para dirigir la nave de la Iglesia. Por ello, es hermoso el gesto de Jesús. Él es detallista, y para que en el corazón de San Pedro y en el recuerdo de todos los seguidores de Jesús no quedara el peso de la triple negación, después de la resurrección se les aparece a los apóstoles y por tres veces le pregunta a Pedro si lo ama. Y por tres veces Pedro le afirma su amor. "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero". Aquella triple negación en la pasión quedó sobrepasada por esta triple afirmación de la resurrección. "Tú sabes que te amo". Las tres afirmaciones cancelan la triple negación. Aquel que iba a ser el primer Papa de la Iglesia no podía quedar con la carga negativa, manchado por la traición, sino que quedaba realmente marcado por el signo del amor a Jesús. Y así tenía que quedar también en la mente de todos los que serán discípulos de Cristo en el futuro. Los dirige quien ama a Jesús profundamente. Todos los Papas están marcados por su vivencia de amor profundo a Jesús y a su obra, por aquel amor que Él demostró a cada hombre y a cada mujer de la historia, de lo cual cada uno de ellos será instrumento en la historia, pues será el "Vicario de Cristo", quien hará sus veces en la Iglesia, el "Dulce Cristo en la tierra", al decir de Santa Catalina de Siena. Ese gesto nos habla de lo profundamente humano que puede llegar a ser cada Papa, como lo fue Pedro, pero también de lo radicalmente abandonados que deben vivir en las manos de Jesús, el Maestro y el Señor, que es quien elige a cada uno para que esté al frente de la Iglesia, la barca que Él mismo conduce en la historia a través de ellos, para que le llegue su amor y su salvación a todos. 

sábado, 22 de febrero de 2020

Das la vida por las ovejas y quieres que tus pastores hagan lo mismo

Resultado de imagen de tu eres pedro y sobre esta piedra edificare mi iglesia

Jesús es el Buen Pastor. Así se identificaba Él mismo, dando una descripción que, quizás, era la que consideraba más entrañable y la que para Él tenía mayor sentido y lo identificaba más plenamente: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas". La imagen cercana para el pueblo de Israel, familiarizado con esta imagen del pastor, podía entender perfectamente esta descripción que daba Jesús de sí mismo, y todo lo que ella implicaba. Jesús es cercano, no se queda alejado de sus ovejas, se preocupa por cada una de ellas, al extremo de que es capaz de dar la vida por ellas si es la única forma de defenderlas. De tal manera era acertada esta descripción de sí mismo que daba Jesús, que quedó totalmente confirmada por los acontecimientos de su Pascua. Como Buen Pastor entregó su vida por las ovejas, en vez de ellas, las rescató de una muerte segura, muriendo en su lugar. Hizo la obra total de amor que había prometido Dios desde que el hombre había pecado. Con ello, el Buen Pastor alcanzó la salvación de su rebaño y logró la restauración del orden perdido. Sin embargo, debía asegurar que esa obra de rescate, que esa entrega por todos, fuera beneficio para toda la humanidad, en todo tiempo y lugar. Había que asegurar de alguna manera que los efectos de salvación pudieran ser distribuidos a todos los que formarían parte de ese rebaño que Él sabía que trascendía su momento y su lugar. Él mismo decía que había otras ovejas a las que era necesario llegar también: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor". Por ello, para asegurar que su salvación llegara a todos los hombres, era necesario que hubiera quienes asumieran la tarea de llevar adelante esta obra en el gran instrumento de salvación que instituyó Jesús, la Iglesia. Al frente de esta tarea ponía a sus pastores, a los que encomendaba la obra de distribución de la gracia. Así se cumplía también la promesa del Padre: "Les daré pastores según mi corazón". 

Cuando inició su obra de predicación y anuncio de la llegada del Reino de Dios, Jesús eligió a doce hombres para que estuvieran con Él. Fueron esos que iniciaron una formación para ser los continuadores de esa obra de pastoreo. Ellos fueron los testigos primordiales de la obra de Cristo. Escucharon cada una de sus palabras y presenciaron cada uno de sus portentos. Convivieron con Él en lo cotidiano y en lo extraordinario. El día a día con Jesús fue su mejor formación. Esta formación no se trataba de un conocimiento intelectual adquirido en el repaso de ideas. Fue, sobre todo, la experiencia viva de lo que era Jesús. Era el contacto con Él lo que les sirvió más para luego ser esos buenos pastores que continuarían su obra. Tener la vivencia de Jesús era lo importante. Experimentar su amor en sus corazones, ver su trato con la gente, su cercanía, su estilo de pastoreo. Fue un tiempo de asimiliación en el que apuntaban a ser "otros Cristos", reflejos de ese Buen Pastor que Él era. Por eso, San Pablo es capaz de atreverse a decir: "Vivo yo, mas ya no soy yo; es Cristo quien vive en mí". Ese grupo de doce tenían esa primera tarea: adherirse de corazón y asimilarse cada vez más al Buen Pastor. San Pedro era el primero de ellos, pues quedaría encargado de dirigir la nave de la Iglesia, una vez que Cristo ya no estuviera físicamente presente. "Simón Pedro tomó la palabra y dijo: 'Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo'. Jesús le respondió: '¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos'". Jesús iba asegurando la existencia de ese grupo de pastores que estarían al frente de la Iglesia, al servicio de las ovejas en todos los confines del mundo y en todos los tiempos. Y al frente colocaba al primer Papa, a Pedro, como Vicario suyo.

La labor de los pastores es, entonces, la misma de Jesús. Se trata de que a todas las ovejas, por su intermedio, les llegue ese efecto de salvación que logró el Buen Pastor con su obra redentora. Los pastores deben procurar que ninguna de las ovejas por las cuales entregó su vida Jesús se quede sin disfrutar de la gracia que Jesús quiere derramar sobre cada una. La salvación de Jesús es para todos los hombres: "Dios quiere que todos los hombres se salven". Y acercarles esa salvación es la tarea de los pastores, de los ministros a los que el Señor se la ha encomendado. El pastor que deja Jesús al frente de la comunidad no se presenta a sí mismo. Presenta a Jesús para que sea a Él a quien se decidan a seguir las ovejas: "Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor". Y debe hacerlo, además con el estilo de Jesús. Presta sus labios, su corazón, su personalidad, pero en todo debe reflejar al Buen Pastor. Por eso Pedro insistía a los pastores de su época, y a los de todas las épocas, a cumplir fielmente con su tarea: "A los presbíteros entre ustedes, yo, presbítero con ellos, testigo de la pasión de Cristo y participe de la gloria que va a revelar, les exhorto: pastoreen el rebaño de Dios que tienen a su cargo, miren por él, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa; no como déspotas con quienes les ha tocado en suerte, sino convirtiéndose en modelos del rebaño". Modelos del rebaño... No porque sean muy buenos, sino porque reflejan a Jesús, el Buen Pastor, a quien es en última instancia a quien debemos seguir todos, incluso los mismos pastores. San Pablo lo entendió muy bien: "Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Sería una osadía presentarse a sí mismo como modelo, por sí mismo. Si se atreve a hacerlo es porque él sigue el modelo de Jesús, el Buen Pastor que da su vida por todos. Así deben ser los pastores hoy y siempre: los que viven con Jesús cotidianamente, los que asumen sus criterios y actitudes, los que viven su mismo amor por las ovejas, los que les llevan la gracia salvadora de la redención, los que no se presentan así mismos sino a Jesús, los que están dispuestos incluso a dar su vida por sus ovejas, como lo hizo Jesús.