Una máxima cristiana es la afirmación de que para Dios no hay nada imposible. Esta expresión la usó el Arcángel Gabriel en su visita a María para solicitar su aquiescencia para ser la Madre de Dios, ante su pregunta de cómo se iba a dar tal suceso sin conocer varón: "Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios". Podríamos decir que para muchos hombres y mujeres en la historia ha sido también experiencia personal, pues han tenido la vivencia de hechos maravillosos que, por extraordinarios, dejan la convicción de haber sido intervenciones claras de Dios. Por un lado, existen lo que conocemos comúnmente como "milagros", en los que las leyes naturales y ordinarias quedan como en suspenso, pues no tienen explicación racional, y por el otro, hechos asombrosos que, sin llegar a considerarse milagros, sí entran dentro de la categoría de portentosos por lo extraordinarios, convenientes y oportunos que pueden resultar en una situación de necesidad extrema, y en cuya esperanza de cumplimiento de parte de Dios se ha colocado una expectativa única. Se podría decir que el mismo Jesús ha empeñado su palabra en que estas cosas puedan llegar a suceder cuando afirma rotundamente: "Les aseguro que, si tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá. Si le dijeran a esta montaña: 'Quítate de aquí y échate en el mar', así sucedería. Sólo deben creer que ya está hecho lo que han pedido". Así lo ratifica Juan: "Y esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, Él nos oye". En todo caso, Santiago nos pone la advertencia: "Piden y no reciben, porque piden mal". Esa confianza en Dios debe estar puesta sobre la base de asumir que Él sabe mejor que nosotros mismos lo que nos conviene y cuál es el momento más oportuno para concedérnoslo. Esto es concorde con lo que sabemos de Dios, en cuanto a su amor todopoderoso que actúa siempre en favor del hombre, su criatura predilecta. De nuevo, brillan como elementos esenciales en esto, la confianza en Dios y en su amor y la humildad necesaria ante Él, al que no podemos exigirle sino solo implorarle para que tenga en cuenta la necesidad en la que nos encontramos.
Un caso claro de esto que llevamos dicho es el de Ana, la mujer de Elcaná, estéril, humillada y burlada, y añorante de darle descendencia a su esposo. Ella pone su confianza radicalmente en el Dios que todo lo puede y con la mayor humildad se coloca ante Él y le plantea su necesidad: "Señor del universo, si miras la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí y no olvidas a tu sierva, y concedes a tu sierva un retoño varón, lo ofreceré al Señor por todos los días de su vida, y la navaja no pasará por su cabeza". Es una mujer necesitada que se pone con total transparencia delante de Dios, confiada y humildemente. Su petición no fue desechada por Dios y le fue concedido lo que pedía: "Elcaná se unió a Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. Al cabo de los días Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, diciendo: 'Se lo pedí al Señor'". Su abandono en Dios tuvo su recompensa. Se cumplió en ella perfectamente lo que ofreció Jesús con posterioridad: "Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre". Se debe producir en nosotros una convicción profunda de que el amor de Dios todopoderoso jamás dejará de actuar convenientemente en nuestro favor, pues es ese Dios de amor y de misericordia que nos ha creado y se mantiene en su providencia eternamente en favor nuestro. No puede ese Dios de ternura infinita desentenderse de quienes han salido de sus manos.
Es tan radicalmente cierto esto que ni siquiera el demonio, que se ha puesto frontalmente en contra de Dios, lo pone en duda. En el encuentro de Jesús con los presentes en la sinagoga de Cafarnaún, a quienes ya había sorprendido con su enseñanza y su manera de hacerlo, "porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas", se da también un encuentro con el demonio que tenía poseído a un hombre de los presentes, y que lo reconoce inmediatamente: "¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios". Hasta el mismo demonio, evidentemente muy a su pesar, demuestra que sabe bien quién es Jesús, el Dios humanado. Satanás y sus ángeles han surgido también de las manos del Dios todopoderoso, y en el uso de la libertad absoluta con la cual fueron creados se atrevieron a oponerse a su Creador y a proponer una vía de rebeldía y de destrucción del orden creado con la pretensión de hacerse ellos mismos los nuevos dioses. Pero tenían la plena conciencia de que ese Dios estaba muy por encima de todo, en poder y en amor por su creación, principalmente del hombre, la criatura que ocupa su corazón de amor y su providencia infinita. No tiene otra opción sino simplemente que la de probar su derrota una y otra vez, a pesar de sus repetidas andanadas contra Dios y su poder. La voz estruendosamente poderosa de Jesús resuena y lo domina totalmente: "¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él", con lo cual este pobre hombre es liberado de la cadena diabólica que lo esclavizaba. Jesús demuestra que es ese Dios del origen que nunca ha dejado de dejar claro que no hay nada imposible para Él. El poder más grande que se le enfrenta, el del diablo en rebeldía, que en su momento fue el ángel predilecto surgido de su mano creadora, es vencido totalmente. Incluso en aquellos momentos en los que obtiene aparentes victorias, realmente está obteniendo sus mayores derrotas. Es el caso de la muerte en cruz de Cristo, aparente victoria demoníaca, pero que muta en su más estruendosa derrota. En efecto, ante este acto portentoso que acaban de presenciar, en el que Jesús muestra su poder y su autoridad, los presentes no tienen más remedio que reconocer: "¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen". Es el poder de Dios que actuó en ese momento y que sigue presente hoy en el mundo. Es el mismo Dios que no ha cambiado, pues Él es eterno e inmutable. Y es el Dios que nos sigue acompañando. Es el Dios que sigue hoy en el mundo y que sigue y seguirá demostrando eternamente su amor por nosotros. Y es ese Dios todopoderoso, para el cual nada hay imposible, que sigue y seguirá actuando a nuestro favor. Es nuestro Dios de amor. Y su omnipotencia es nuestra, pues Él la coloca siempre providencialmente en nuestras manos porque nos ama con amor eterno e infinito.
Un caso claro de esto que llevamos dicho es el de Ana, la mujer de Elcaná, estéril, humillada y burlada, y añorante de darle descendencia a su esposo. Ella pone su confianza radicalmente en el Dios que todo lo puede y con la mayor humildad se coloca ante Él y le plantea su necesidad: "Señor del universo, si miras la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí y no olvidas a tu sierva, y concedes a tu sierva un retoño varón, lo ofreceré al Señor por todos los días de su vida, y la navaja no pasará por su cabeza". Es una mujer necesitada que se pone con total transparencia delante de Dios, confiada y humildemente. Su petición no fue desechada por Dios y le fue concedido lo que pedía: "Elcaná se unió a Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. Al cabo de los días Ana concibió y dio a luz un hijo, al que puso por nombre Samuel, diciendo: 'Se lo pedí al Señor'". Su abandono en Dios tuvo su recompensa. Se cumplió en ella perfectamente lo que ofreció Jesús con posterioridad: "Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre". Se debe producir en nosotros una convicción profunda de que el amor de Dios todopoderoso jamás dejará de actuar convenientemente en nuestro favor, pues es ese Dios de amor y de misericordia que nos ha creado y se mantiene en su providencia eternamente en favor nuestro. No puede ese Dios de ternura infinita desentenderse de quienes han salido de sus manos.
Es tan radicalmente cierto esto que ni siquiera el demonio, que se ha puesto frontalmente en contra de Dios, lo pone en duda. En el encuentro de Jesús con los presentes en la sinagoga de Cafarnaún, a quienes ya había sorprendido con su enseñanza y su manera de hacerlo, "porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas", se da también un encuentro con el demonio que tenía poseído a un hombre de los presentes, y que lo reconoce inmediatamente: "¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios". Hasta el mismo demonio, evidentemente muy a su pesar, demuestra que sabe bien quién es Jesús, el Dios humanado. Satanás y sus ángeles han surgido también de las manos del Dios todopoderoso, y en el uso de la libertad absoluta con la cual fueron creados se atrevieron a oponerse a su Creador y a proponer una vía de rebeldía y de destrucción del orden creado con la pretensión de hacerse ellos mismos los nuevos dioses. Pero tenían la plena conciencia de que ese Dios estaba muy por encima de todo, en poder y en amor por su creación, principalmente del hombre, la criatura que ocupa su corazón de amor y su providencia infinita. No tiene otra opción sino simplemente que la de probar su derrota una y otra vez, a pesar de sus repetidas andanadas contra Dios y su poder. La voz estruendosamente poderosa de Jesús resuena y lo domina totalmente: "¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él", con lo cual este pobre hombre es liberado de la cadena diabólica que lo esclavizaba. Jesús demuestra que es ese Dios del origen que nunca ha dejado de dejar claro que no hay nada imposible para Él. El poder más grande que se le enfrenta, el del diablo en rebeldía, que en su momento fue el ángel predilecto surgido de su mano creadora, es vencido totalmente. Incluso en aquellos momentos en los que obtiene aparentes victorias, realmente está obteniendo sus mayores derrotas. Es el caso de la muerte en cruz de Cristo, aparente victoria demoníaca, pero que muta en su más estruendosa derrota. En efecto, ante este acto portentoso que acaban de presenciar, en el que Jesús muestra su poder y su autoridad, los presentes no tienen más remedio que reconocer: "¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen". Es el poder de Dios que actuó en ese momento y que sigue presente hoy en el mundo. Es el mismo Dios que no ha cambiado, pues Él es eterno e inmutable. Y es el Dios que nos sigue acompañando. Es el Dios que sigue hoy en el mundo y que sigue y seguirá demostrando eternamente su amor por nosotros. Y es ese Dios todopoderoso, para el cual nada hay imposible, que sigue y seguirá actuando a nuestro favor. Es nuestro Dios de amor. Y su omnipotencia es nuestra, pues Él la coloca siempre providencialmente en nuestras manos porque nos ama con amor eterno e infinito.
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