Juan y Andrés son los discípulos más jóvenes de Jesús. Ambos habían sido discípulos de Juan Bautista, que preparaba el camino de Jesús hacia el corazón de los hombres, predicando la conversión y bautizando con el bautismo de arrepentimiento para que esos corazones estuvieran bien dispuestos para la llegada del Mesías. El Bautista era "la voz que clama en el desierto: Preparen el camino al Señor". Evidentemente, su corazón tenía la mejor disposición y la mejor preparación para descubrir la llegada de Aquel al que anunciaba. Por ello, cuando Jesús aparece en el Jordán, donde Juan bautizaba, es capaz de reconocerlo inmediatamente y de presentarlo a todos los que lo seguían: "Éste es el Cordero de Dios". Ese que aparecía en ese momento era el que tantas veces él mismo había anunciado. Por eso lo presenta sin problemas. Ese era el momento para el que él había preparado a todos los suyos. Y así lo asumieron sus seguidores. Entre ellos se encontraban estos dos jóvenes que luego fueron miembros del grupo de apóstoles elegidos por Jesús. Por eso, dejando a Juan Bautista, se van tras Jesús. Al emprender su seguimiento, se establece así un diálogo entre ellos y Jesús: "Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: '¿Qué buscan ustedes?' Ellos le contestaron: 'Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?' Él les dijo: 'Vengan y lo verán'." Jesús, al igual que Juan, que vivía a orillas del Jordán, por lo tanto, sin ningún tipo de comodidades, pues "tenía Juan su vestido de pelos de camellos, y una cinta de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre", tampoco les ofrecía grandes comodidades. La pregunta que hacen ambos jóvenes, podemos inferir, no apuntaba simplemente a una curiosidad sobre el sitio físico de la vivienda de Jesús, sino a algo más profundo y revelador. Tenía que ver con un estilo, con una objetivo, con una finalidad, con un testimonio vital. El estilo de Juan Bautista, con ser radical y exigente, era el estilo del preludio, del anuncio, de la preparación. Era el estilo del que indica las condiciones que deben irse adquiriendo para la recepción de Aquel que venía a realizar la obra de liberación. Para ellos, jóvenes inquietos que añoraban un cambio en sus vidas, que se habían propuesto metas más elevadas que perseguir, era absolutamente atrayente, y por eso se hicieron sus discípulos. Pero al descubrir a Aquel que les anunciaba su Maestro y pasar por sus vidas, no dudaron en ir tras Él.
Al escuchar la invitación de Jesús, "Vengan y lo verán", no dudaron un solo instante en hacerlo. Si era el que anunciaba el Bautista, era al que en definitiva ellos debían seguir. El ir y ver no era un simple "ensayo" que iban a hacer, una especie de prueba que tenían que pasar para ver si se quedaban o no. Era para ellos el camino que se abría para su futuro inmediato. El haber sido discípulos de Juan Bautista era algo temporal, algo que llegó a ser necesario para ellos, pero pasajero al fin. Juan no pretendía de ninguna manera "acaparar" discípulos, sino servir de trampolín para los discípulos de Jesús. Juan y Andrés se fueron con Jesús, pues ese era, en definitiva, su objetivo final. Ahora bien, ¿qué fue lo que vieron estos dos cuando se fueron con Jesús? Cuando estaban con el Bautista veían la exigencia, la necesidad de conversión, el gesto de arrepentimiento en el bautismo en el Jordán. Descubrían un temple maravilloso en aquel que los llamaba a preparar el camino del Señor a sus corazones. ¿Qué fue lo distinto que descubrieron en Jesús? Porque a la invitación que Él les hizo siguió su decisión de quedarse como sus seguidores. Pasaron de Juan a Jesús. En Jesús descubrieron seguramente la cualidad del cumplimiento. Ya no hablaba solo de preparación, de disposición, sino de cumplimiento. Con el mismo estilo de radicalidad, de sobriedad absoluta -"Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza"- que vivía Juan Bautista, lo de Jesús ya no apuntaba a un paso previo, sino al paso definitivo. Sus obras eran las que revelaban que el tiempo de espera había terminado y que ya había llegado el tiempo de la plenitud, del cumplimiento: "En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: 'Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy'" ... "Si yo por el dedo de Dios echo fuera los demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes". Jesús era el anunciado, el esperado. Juan era el precursor, el anunciador. Era a Jesús a quien ellos debían seguir. Era de Él de quien debían ser discípulos.
Todos, de alguna manera, somos Juan y Andrés. Esperamos que nos sea anunciado el Mesías, nuestro salvador. Nos embelesamos escuchando anuncios y proclamaciones de su venida a nuestras vidas. Nos gusta escuchar esos anuncios pues nos abren perspectivas de esperanzas inusitadas que nos llenan de ilusión. Pero en muchísimas ocasiones llegamos a confundir al anunciador con el anunciado. Nos "enamoramos" de quien nos anuncia al Salvador, pero cuando la presencia de aquel Salvador se hace real, preferimos muchas veces seguir los pasos de quien lo anunciaba y no nos atrevemos a seguir las huellas del anunciado. Cuando percibimos la exigencia que implica seguir los pasos del Salvador nos atemorizamos pues sentimos que esas exigencias pueden llegar a ser demasiado altas para nosotros y preferimos seguir esperando algo más suave... No queremos arriesgar nuestra comodidad como lo hicieron Juan y Andrés, y preferimos quedarnos gozando de las mieles de la espera y no de las del cumplimiento. Ese camino de seguimiento nos parece demasiado arduo y exigente. No miramos la meta de la felicidad y del amor eterno, y nos quedamos en la continua preparación. Preferimos al Padre fulano, al Señor zutano, a la Madre mengana, que al Jesús Salvador, que sí, nos exige mucho, incluso el abandono de muchas de nuestras comodidades, pero que nos promete una compensación infinitamente superior si lo seguimos con fidelidad. No era ese el objetivo de Juan Bautista. "Es necesario que Él crezca y que yo disminuya". Él estaba muy claro en su misión. También lo deben estar todos los anunciadores de Jesús. Y quienes reciben ese anuncio. El importante es a quien esperamos. No quien nos lo anuncia. Él es la meta a la que debemos apuntar, pues es en Él en el que encontraremos la plenitud del amor y de la alegría finales. Él ya está aquí entre nosotros. Ya ha pasado por nuestras vidas. A nosotros únicamente nos falta apuntar a su seguimiento, asumiendo todas las consecuencias que eso implica. Abandonar nuestra seguridad para perseguir la que Él nos ofrece, que es muchísimo más compensadora.
Exitos en este nuevo proyecto de anuncio del evangelio...
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