El inicio de la vida pública de Jesús no puede ser más elocuente. En su Bautismo se prefiguran prácticamente todas las acciones que va a realizar en su futuro inmediato, sus actitudes, su entrega, el abandono en la voluntad del Padre. El resumen perfecto de toda esa obra que va a realizar lo hace San Pedro al hablar a Cornelio y a los suyos: "Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él". Jesús "pasó haciendo el bien", e inició toda su obra colocándose ante el Padre demostrando que estaba rendido a su voluntad. Por eso, ante el cuestionamiento que hace Juan Bautista cuando Jesús aparece en el Jordán para ser bautizado, el diálogo descubre el sentido de abandono total: "Juan intentaba disuadirlo diciéndole: 'Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?' Jesús le contestó: 'Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia'". Jesús es el Hijo de Dios encarnado que ha venido a cumplir la obra concreta de rescate de la humanidad diseñada por el Padre. No tiene otra opción para cumplirla que simplemente "cumplir toda justicia". Y eso pasa por ese abandono radical: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad ... Que no se haga mi voluntad sino la tuya". Está claro que Jesús no necesitaba ser bautizado, y menos aún con ese bautismo de Juan que denotaba arrepentimiento y buena disposición para recibir al Mesías que venía. Él es ese Mesías que esperaba el pueblo y al que preparaba con vehemencia el Bautista. Jesús, así, demuestra que es ese siervo de Dios que no hace otra cosa que colocarse todo Él en las manos del Padre, aceptando la obra que su amor le encomienda para el rescate de la humanidad.
La obra de Jesús se inicia, en efecto, con la actitud que marcará todo su itinerario: "Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad". Desde el corazón amoroso de Dios no puede realizarse la obra de la Redención sino desde la ternura divina que se manifiesta en la donación total de Jesús. Y así lo veremos en esa rendición total. Ese "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" inicia su labor desde la suavidad de un corazón que quiere dar testimonio de esa misericordia y esa piedad del Padre. Jesús no hace otra cosa sino simplemente reflejar la suavidad del Padre y su amor infinito por los hombres a los que quiere rescatar de nuevo para sí. Su arma principal no será la fuerza ni el poder físicos. Será el amor en la verdad, que irá imponiendo Jesús con los pasos que dará en favor de cada hombre, principalmente de los más débiles y necesitados: "No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas". El Jesús que se acerca a ser bautizado por Juan es ese Jesús que se muestra débil, apoyado solo en la fuerza del Padre que es quien lo ha enviado y quien lo sostiene. Y Él, radicalmente colocado en las manos de ese Padre amoroso y dejando también que el amor que hay en todo su ser se manifieste, nos descubre a todos que esa obra suya no es otra cosa que la justicia de Dios, que se basa no en la imposición de una ley seca e impersonal, sino en la ley del amor. La mirada del Padre y la mirada de Jesús no estarán nunca puestas en los pecados que hayamos podido cometer, sino en sus propios corazones que están invadidos y secuestrados por un amor incondicional hacia el hombre alejado por el pecado. Dios no mira al pecado, sino a su corazón lleno de amor por nosotros. Así lo dice San Pedro: "Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos".
El Bautismo de Jesús es el preludio de su obra de amor y de justicia. Con él, se identifica plenamente con la voluntad del Dios que lo envía por amor: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco". Ese amor del Padre del cual es poseedor absoluto Jesús, es trasladado a cada hombre y a cada mujer de la historia que viene a ser rescatado. No es el Bautismo sacramento que conocemos los cristianos. El Bautismo de Cristo no es el Bautismo cristiano. Es, de alguna manera, su prefiguración. El Bautismo de Juan representaba el arrepentimiento y la disposición de corazón personales para recibir al Señor que venía a salvar. El sacramento del Bautismo, instituido por Cristo, es la vía por la cual cada redimido recibe el perdón y la vida nueva de gracia y plenitud que alcanza Jesús para cada uno con su muerte y resurrección. Aquél era el inicio del camino de reconciliación entre Dios y los hombres. Éste es el final del camino, por cuanto es la recepción de la nueva vida que se alcanza por la nueva creación que realiza Jesús. Jesús, con el baño que recibe de parte del Bautista, santifica todas las aguas para que ellas tengan el poder, en el sacramento del Bautismo, de darnos a todos los hombres esa nueva vida que nos regala amorosamente el Padre por intermedio de Jesús y de su obra de misericordia. Estamos, por lo tanto, ante el momento en el cual Jesús, iniciando su vida pública de anuncio y demostración por sus maravillas, confirma la llegada del Reino de Dios a los hombres. Se inicia con la declaración más clara posible de voluntad de entrega y abandono de Jesús en las manos del Padre para cumplir su tarea de rescate. En nuestras vidas, con el Bautismo de Jesús, se inicia un itinerario de acercamiento. Jesús, Dios que se ha hecho hombre, ya se ha acercado a cada uno con su encarnación. Se ha hecho uno más. Y ahora, como un hombre cualquiera, desde su Bautismo camina a nuestro encuentro, se pone ante nosotros, abandonándose totalmente en las manos del Dios de amor, para decirnos con cada palabra pronunciada y con cada portento realizado que la ternura de Dios es real, que su misericordia es infinita, que su amor quiere echar raíces en nuestros corazones.
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