"Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó". San Juan nos pone la clave de las dos verdades esenciales que fundamentan la vida de los cristianos. La fe en Jesús y el amor mutuo. Ambas cosas deben ir juntas, son coesenciales, inclusivas. No valen nada separadas. Un verdadero cristiano, en primer lugar, cree en Jesús. La Verdad de Jesús tiene mucha amplitud y trae consigo muchas exigencias. Si recordamos el encuentro de Pilato con Jesús, en el cual le pregunta "¿Qué es la Verdad?", Jesús guarda silencio. No le responde nada. Y Pilato da la vuelta como despreciando la supuesta ignorancia de Cristo. No se percata que quien demuestra la ignorancia suma es él, pues la Verdad es el mismo Jesús que tiene frente a sí. Jesús guarda silencio como diciéndole con su gesto: "La tienes frente a ti y no eres capaz de reconocerla". Esa Verdad de Cristo ha sido revelada por el mismo Padre: "Este es mi hijo amado, escúchenlo". Él es el anunciado desde antiguo, el que pisará la cabeza de la serpiente, sufriendo los embates que esa misma serpiente infligirá mientras se defiende de su muerte segura. En Él se cumplen las Escrituras, pues todo lo que han ido anunciando los profetas se va verificando en su vida. Es quien lleva en su vientre la Virgen que está encinta y que "tendrá un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros". Naciendo en Belén cumple la profecía: "Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un Gobernante que pastoreará a mi pueblo Israel". Jesús es aquel sobre el que está el Espíritu del Señor, "porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Es el que con su mensaje de amor de Dios convence a los corazones más duros. Él mismo habla del inmenso amor de Dios al enviar a su Hijo al mundo: "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna". Jesús es quien carga sobre sus espaldas los pecados de toda la humanidad y se entrega totalmente sin dejarse nada para sí para satisfacer por los culpables hasta la muerte en Cruz, arrancando del soldado romano aquella expresión definitivamente clarificadora: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Creer en Jesús no es un ejercicio solo del intelecto. Tiene una componente esencial en el aspecto afectivo. La fe sin amor es incompleta. Para San Juan este creer en el nombre de Jesucristo comprende todo el contenido de lo que implica su persona, su obra, las maravillas de sus mensajes. No es simplemente la confesión de la fe en Él, sino el dejarse arrebatar de su amor por su entrega por cada uno. "Nadie tiene más amor que aquel que la da la vida por sus amigos". Es el escuchar la voz que nos dice: "El Maestro está aquí y te espera".
En segundo lugar, un verdadero cristiano cumple con la exigencia del amor mutuo. "Que nos amemos unos a otros tal como Él nos mandó". Creer en Jesús es "fácil". Basta con leer el Evangelio y dejarse integrar en esas verdades que vamos descubriendo en él y que son razonables en el Dios que nos va describiendo. Mientras lo vamos leyendo vamos siendo conquistados por ese Dios que se ha hecho hombre y que hace tales maravillas. Mas, cuando vamos siendo integrados en las exigencias que nos va poniendo el mismo Evangelio, vamos como poniendo distancia. Cuando comprendemos que creer en Cristo y que llamarse cristianos no es contentarnos con contemplar lejanamente aquella figura de Cristo, sino que es identificarse con Él, imitar sus actos, seguir sus mismas huellas, ya la cosa al parecer no nos resulta tan sencilla. Cuando leemos que un verdadero cristiano debe perdonar setenta veces siete, que debe colocar la otra mejilla, que debe devolver bien por mal, que debe dar sin esperar nada a cambio, que debe dejarlo todo para seguir a Jesús, que debe amar más a Dios que a sus padres o a sí mismo, que debe dar la vida por los hermanos... sentimos que esa medida es demasiado alta. Este segundo paso del mandamiento es realmente exigente. Y es el resumen que hace Jesús al maestro de la ley: "Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo". Él mismo eleva la categoría de la exigencia cuando nos dice "Ámense los unos a los otros como yo los he amado". El amor mutuo es exigencia cristiana. Y no es un amor romántico en el que basta con sentir una cierta empatía o una cierta ternura. Es un amor que exige lo más práctico posible. Que debe hacerse tangible en acciones concretas que no se queden en simples declaraciones de buenas intenciones. Es el amor que exige el amor hacia todos, pero principalmente hacia los más odiosos, hacia los que nadie quiere, hacia los más rechazados y despreciados. Esos son los que nos deja Dios encargados. Decía Santa Teresa de Calcuta: "Aquellos que nadie quiere, que todos desprecian y rechazan, esos son los nuestros, esos son los que nos deja Jesús encargados". Hay que tener mucho amor en el corazón para asumirlo de verdad...
Es el mensaje cristiano. Es el mensaje de la fe. Es la invitación a esa perfección que nos hace Jesús. "Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto". No existe otro camino para el hombre de fe. Pero también debemos tener cuidado con el pesimismo, pues podemos llegar a pensar que nunca llegaremos a llenar ese requisito. Es un camino que hay que emprender y en el que debemos esforzarnos en avanzar. La meta es esa perfección. El camino es el avance en él. Dar el primer paso es ya empezar a cumplirlo. "Ve tú y haz lo mismo", nos dice Jesús. Nuestra naturaleza humana no está siempre ganada a avanzar y se resistirá. Nuestra debilidad es extrema y debemos confesar que nos frenará en nuestra intención. Por eso debemos confesar que sin la Gracia de Dios, sin la fuerza que Él nos pueda dar y sin la ilusión con las que nos pueda llenar, jamás podremos hacerlo. Solos nunca. Con Él siempre. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta". Es su fuerza la que lo puede. Los grandes santos no fueron superhéroes. Fueron como tú y como yo, gentes normales, pero se pusieron en las manos de Jesús que sí puede. "Cuando soy débil, soy fuerte", se dijeron con San Pablo. La descripción del verdadero cristiano no es la descripción de un extraterrestre, sino la de un hombre normal, con condiciones normales de vida, con vida cotidiana absolutamente igual que la de cualquiera. Solo que le ha añadido a su ser la confianza en Dios, la desconfianza en sí mismo y en su únicas fuerzas, para vivir abandonado y confiado en Dios, en ese que le ofrece no dejarlo solo, en ese que le pide que lance la red a la derecha, que le dé sus cinco panes y sus dos peces, que le invita a caminar sobre las aguas confiado en su mano tendida, que Él hace el resto. El verdadero cristiano confía y ama. Confiesa a Jesús como su Dios y Señor y ama al extremo como lo invita Él a hacerlo. Y lo hace todo en su nombre. Nunca en el suyo propio...
Que Jesús nos conceda la gracia de confiar más en su amor y cercanía para saberlo reconocer en nuestro día a día. Bendiciones padre Ramón.
ResponderBorrarJesús en ti confío .
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