Los Reyes Magos somos tú y yo. Estos sabios orientales, de tierras lejanas, escudriñadores de los cielos para estudiar con acuciosidad como buenos meteorólogos el movimiento estelar, descubrieron en un momento de la historia el surgimiento de una nueva estrella que anunciaba, según ellos, el nacimiento del Rey de los judíos, y sin dudarlo un instante, dejándose guiar por esa misma estrella, llegan hasta la tierra del nuevo Rey para rendirle sus honores. Sin ser creyentes, reconocen la superior trascendencia de aquel a quien les ha anunciado la estrella. Han sido capaces de abandonar la comodidad de sus estancias reales para emprender un viaje exigente que los llevaría a conocer a ese importante personaje. La estrella de ese nuevo Rey recién nacido les hablaba de la importancia de primer orden que poseía. "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". El culto de adoración es un culto que se debe solo a Dios, y los Reyes no tienen ningún problema en reconocer que vienen a adorar a ese recién nacido, por lo cual para ellos era ciertamente una divinidad la que había venido al mundo. Para conocerlo y rendirle honores, valía la pena hacer ese esfuerzo. Si estos personajes (que, según la tradición eran tres, seguramente sugerido por la cantidad de regalos que le llevaron, pero de cuyo número no se nos habla en el Evangelio), sin ser creyentes como hemos dicho, se decidieron sin dudarlo a seguir a la estrella para conocerlo, pues era un signo seguro que lo revelaba como Rey y Dios de ese pueblo judío, nos están poniendo a la vista a cada de nosotros también una invitación a ser capaces de emprender un camino de búsqueda de Jesús como nuestro Rey y Señor. Seguramente en el transcurso de nuestras vidas hemos tenido innumerables señales de la presencia de Jesús, han surgido un sinfín de estrellas que nos anuncian la llegada del Mesías a nosotros, a través de personas o acontecimientos que nos lo han revelado, pero que hemos dejado pasar sin ponerles mucha atención. Los Reyes Magos nos invitan a tener una sensibilidad espiritual superior que nos ayude a descubrir el paso de Jesús, su llegada a nuestra vidas, para que nos decidamos a buscarlo y a seguirlo.
La visita de los Reyes Magos se da después de la adoración a Jesús que hacen los ángeles del cielo y los pastorcitos de Belén. Todo ha estado revestido de un humildad impresionante. Usando un establo por no tener una habitación como digna morada para la venida del Dios que se hacía hombre, Jesús nació en medio de bestias, en una cuna hecha de paja y de forraje que era el alimento de los animales. La entrada del Niño Dios se daba "por la puerta de atrás". Lo único hasta ese momento que había descubierto la inmensa dignidad de quien había nacido, era el canto maravilloso de los ángeles del cielo que entonaron el "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres a los que Dios ama". Fue un canto que resonó en la tierra y en el cielo con la mayor sublimidad. Del resto, todo nos habla y nos descubre la humildad de la cual se revestía el Redentor de la humanidad desde el inicio de su existencia como hombre. Este clima de humildad es "roto" por la presencia de estos gentiles hombres que llegan desde tan lejos para adorar al Rey recién nacido y que traen sus regalos para honrarlo como tal. Son personajes "extraños" en la tradición hebrea que colma la revelación de Dios desde el Antiguo Testamento. Sin embargo, en toda esa tradición anterior habían surgido personajes no pertenecientes al pueblo hebreo que también recibían los favores del Dios de Israel. Así, nos encontramos a la Reina de Saba, a la viuda de Sarepta, al eunuco de Candace. Incluso entre las ascendientes de Jesús encontramos a una no judía. Los Reyes Magos nos confirman en que aquella salvación que trae Jesús no es, no puede ser, excluyente de nadie. Todo el que esté dispuesto a aceptarlo en su corazón y a dejarse llenar de su amor redentor, será digno de esa salvación que Él viene a traer. Por eso nosotros también accedemos a ella si nos dejamos amar por Jesús y abrimos nuestro ser a su Redención.
Los Reyes Magos dejan a los pies de Jesús sus regalos. Oro, Incienso y Mirra. La tradición ha visto en ellos los signos de las cualidades de Jesús: Rey, Dios y Hombre. Al Rey, el oro. Al Dios, el incienso. Y al Hombre, la mirra. Con ello, hacen su reconocimiento de quién es ese personaje ante quien se postran y al que adoran. Es una tremenda revelación anticipada que hacen, y que complementa cada uno con su regalo, de cuán importante es ese Niño que ha venido al mundo. En los regalos que hacen los Reyes está representada en cierto modo la entrega que hace cada uno de ellos de su ser al que ha nacido. Es también una llamada de atención a cada uno de nosotros sobre lo que estamos dispuestos a poner como regalo a los pies del Niño Jesús. Nuestro reconocimiento de Jesús como nuestro Rey y como nuestro Dios que se ha hecho Hombre es el regalo principal que debemos hacerle. Eso nos exige colocar a sus pies todo nuestro ser, como lo hicieron los Reyes. No se trata simplemente de contemplarlo en esa imagen tierna que nos deja embelesados, que ciertamente lo es, de un niño recién nacido, sino de reconocerlo en todo lo que implica. Es nuestro Rey el que ha venido. Es el Dios que se ha hecho hombre en el vientre de María para nuestra salvación. Se muestra al mundo en esa imagen tierna de un recién nacido para hablarnos de su amor y para que nosotros reconozcamos el extremo al que está dispuesto a llegar con tal de lograr nuestra salvación, con tal de llevarnos de nuevo al Padre. Cada uno de nosotros somos los Reyes Magos. ¿Estamos dispuestos a reconocer a Jesús como ese Rey nuestro al que vamos a adorar felices, superando cualquier obstáculo? ¿Estamos dispuestos a abrir nuestro corazón como ellos para dejarnos llenar de su amor? ¿Qué regalo estamos dispuestos a dejar a los pies de Jesús para que nos transforme, nos haga hombres nuevos, nos lleve a nuestro Padre Dios? La única riqueza real que podemos esgrimir razonablemente delante del Niño Dios, de ese Dios que se ha hecho Niño, es nuestra propia vida. ¿Estamos dispuestos a dejarla a sus pies?
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