Echar una mirada a las Sagradas Escrituras, meditarlas, escudriñar en ellas con la intención de poder conocer a Dios, de profundizar en sus sentimientos y actitudes con toda objetividad, nos da una descripción básica de lo que es, evidentemente con la carga de intencionalidad que tiene cada uno de los autores de los distintos libros que componen la Biblia, que quieren destacar algún aspecto en particular. En algunas ocasiones nos encontramos con un Dios todopoderoso que, en atención a la elección que ha hecho de Israel como su pueblo exclusivo, hace gala de todo ese poder para favorecerlo y hacerlo vencer estruendosamente sobre los pueblos enemigos aledaños. Otras, nos encontramos con un Dios escarmentador que hace caer a Israel en la cuenta de su infidelidad, apartándole su favor y haciéndole sucumbir ante esos mismos pueblos. Pero en todos, invariablemente, destaca el aspecto de su amor incondicional, por encima de pecados e infidelidades, por lo cual una y otra vez demuestra su misericordia y da nuevas oportunidades a ese pueblo que muestra tantas veces tener un duro corazón. Desde el mismo inicio de la historia de la existencia del hombre, Dios se muestra misericordioso, paciente, "lento a la cólera, rico en piedad y leal". A Adán y Eva, que se apartan radicalmente de su amor y de su favor, a pesar del escarmiento del que los carga, les abre una perspectiva que les hace comprender esa realidad del Dios que está siempre dispuesto al perdón y a ofrecer una nueva oportunidad de retomar el camino de la fidelidad. Ninguna de las acciones de los hombres, de este manera y con esta respuesta inmutable de parte de Dios, podrá nunca apartarlos de su amor. Y es que Dios no puede nunca actuar en contra de lo que es su propia naturaleza, que es el amor. Antes de quedarse mirando fijamente al pecado del hombre o del pueblo, mira hacia su propio corazón y descubre en él una única composición: amor. Por ello, incluso los escarmientos a los que somete a Israel o al hombre infiel, los inflige con la intención de que reaccionen y se dejen vencer por ese amor infinito que Él les tiene. Puede Dios dolerse de la infidelidad del pueblo, pero su amor obstinado y perenne lo hará siempre tender la mano de nuevo para que ese mismo pueblo retome el camino.
Hemos visto, en efecto, cómo Dios se duele de que Israel pida tener un rey, con lo cual ciertamente, despreciaba el reinado exclusivo de Dios sobre él. Y cómo ese mismo Dios le dice a Samuel que le elija al rey que pide el pueblo, muy a su pesar. Su amor infinito no se opone al absurdo que quiere realizar Israel, pero en el diseño de su amor eterno y en su infinita sabiduría, se las arreglará para transformar ese desprecio en gracia para ese mismo pueblo infiel: "En cuanto Samuel vio a Saúl, el Señor le advirtió: 'Ese es el hombre de quien te hablé. Ese gobernará a mi pueblo'". Saúl será aquel primer rey de Israel, una especie de "sustituto" de Dios, pero del cual Él se valdrá como instrumento suyo para seguir gobernando y favoreciendo al pueblo. La institución del reinado que se inicia en Israel, por la sabiduría infinita de Dios, por su misericordia sin par, y sobre todo, por su paciencia sin fin, comienza a existir con la marca del amor. Es un amor sabio, paciente, misericordioso, inacabable. Israel es su pueblo y, a pesar de que tenga gestos de desprecio hacia su Creador, Él seguirá siendo siempre su rey. "Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios", había dicho Dios al establecer su alianza de amor infinito. En el pueblo de Dios pueden darse cambios, que se podrán traducir en desprecios e infidelidades hacia Dios, pero en Dios nunca se iba a dar una transformación, pues Él es inmutable y "los dones de Dios son irrevocables". Samuel unge a Saúl como ese primer rey de Israel y compromete su Palabra ante el inicio de la institución de la realeza israelita: "El Señor te unge como jefe sobre su heredad. Tú regirás al pueblo del Señor y lo librarás de la mano de los enemigos que lo rodean". De nuevo ese Dios demuestra su paciencia infinita, su piedad y su misericordia. Pero sobre todo, su amor comprometido por ese pueblo que Él se ha escogido, con el que ha empeñado su palabra de salvación y del cual saldrá el Salvador de toda la humanidad. No puede Dios nunca actuar contra lo que es: Amor. "Dios es amor" y todas sus acciones en favor de sus criaturas y de sus elegidos estarán regidas desde su naturaleza esencial que es el amor.
De esta manera, al seguir profundizando en las Escrituras, podemos entender porqué ese Dios que nunca ha actuado en contra de su propio amor, tiende a favorecer a quienes están aparentemente más lejos de Él. Es natural que así sea, pues su naturaleza amorosa quiere que todos los hombres estén cerca de Él, principalmente los que están más lejos. Él viene a traer la salvación para todos, pero principalmente quiere hacerla llegar a quienes más la necesitan, que son los que están más alejados. Su amor es infinito por todos, y "quiere que todos los hombres se salven". Pero está claro que con los más alejados es con quienes tiene que aplicar más esfuerzo. Su ternura se hace más evidente con aquellos que obstinadamente se colocan más lejos de su corazón, para hacerles entender su amor por ellos. No es que los ame más, sino que los quiere convencer más esforzadamente del amor que les tiene, a pesar de su desprecio. Él quiere convencerlos de que, a pesar de que se empeñen en caminar en sentido contrario al de su amor, en un absurdo intento de encontrar su felicidad lejos de Él, el único camino posible y verdadero para la felicidad y la plenitud es el que los conduce a su corazón de amor infinito, que es la añoranza de todo hombre y de toda mujer de la historia. Así lo demuestra Jesús, el amor de Dios que ha venido en carne a la humanidad. La sorpresa de los fariseos ante su preferencia por acercarse a los que supuestamente demostraban más desprecio hacia Dios es evidente. "¿Por qué come con publicanos y pecadores?", se preguntan cuando Jesús entra a la casa de Leví (Mateo), el cobrador de impuestos, pecador público según el criterio judío. Para la lógica farisaica aquellos no eran merecedores más que del desprecio de los "buenos", pues estaban opuestos a lo que establecía la ley. Para la lógica de Jesús era todo lo contrario. Es a ellos a los que más insistentemente había que tenderles la mano y demostrarles amor, para que entendieran que aunque ellos se colocaban lejos de Dios, Él nunca se colocaría lejos de ellos, pues su amor es infinito, piadoso y misericordioso, y sobre todo, paciente. Por ello jamás dejará de esperar su conversión para que emprendan el camino que los conduce hacia su corazón amoroso y encuentren la felicidad y la plenitud que añoran. La lógica del amor es muy diferente a la lógica de la ley. La ley llama al castigo y a la exclusión. El amor llama a la insistencia y a la paciencia. "El amor vence sobre la justicia". La frase de Jesús es determinante: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores". Los sanos y los justos ya están con Él. Ahora hay que insistir con los enfermos y los pecadores. También ellos deben acercarse. También Dios quiere que ellos se acerquen. Por eso jamás dejará de insistir en llamarlos, en demostrarles su amor, pues son ellos los más necesitados de la salvación que Él ha venido a traer.
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