Hablar de Dios es siempre complicado. Cuando aquello de lo que queremos hablar sobrepasa nuestro conocimiento, entramos en el terreno de la especulación. Ni siquiera si pudiéramos iniciar un itinerario de conocimiento mediante el estudio, al mantenerse siempre más allá de los confines y de las capacidades de nuestro intelecto hasta los cuales podemos llegar, se mantendrá una penumbra por encima de lo que pudiéramos ir descubriendo. Intentar adentrarse en lo infinito de Dios, nos lleva a descubrir que ese mismo infinito se hace aún más impenetrable. En términos matemáticamente absurdos, podríamos afirmar que entrar en lo infinito, hace que el mismo infinito se multiplique, complicando aún más el poder tenerlo y alejándose aún más de nosotros. Quien emprende con ilusión y energía suficiente este camino llegará, en el momento de descubrir la imposibilidad de avanzar, a un punto en el que esa ilusión y esa energía desaparecerán y tendrá que cejar en su empeño. El conocimiento solo racional de Dios, aun cuando es un camino que es lícito recorrer, producirá, si se mantiene en esa exclusividad, desilusión y frustración. Hay en el hombre esa capacidad de conocimiento natural, por cuanto el mismo Creador la ha puesto en él como don desde el principio. El "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" implica que en nosotros está la misma capacidad de pensar, la inteligencia y la voluntad divinas, por la cuales, por analogía, tendríamos una capacidad infinita de conocimientos. La mente del hombre es indetenible. Lo ha demostrado en la historia con los avances inéditos que ha alcanzado y que seguramente seguirá alcanzando cada vez más. Es una explosión de creatividad que al aparecer no conoce confines. El problema está en la cuestión fundamental. ¿Esa capacidad infinita de creatividad por el ejercicio de la inteligencia será capaz de llegar al mismo infinito? ¿El hecho de que el hombre pueda ir abriendo ventanas cada más elevadas, podrá hacerlo llegar al punto de abrir la ventana en la que se encuentra el mismísimo Creador, el Dios que lo ha hecho inteligente? La respuesta, al parecer, es negativa, pues si así fuera, al no haber nada que lo impidiera, ya se habría llegado a ese punto. El hombre no ha llegado al punto del conocimiento absoluto y perfecto de Dios. Y sus intentos han sido fallidos, como en Babel y muchas otras ocasiones. "Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido".
El caso es que Dios no es solo un "objeto de estudio". Los hombres podemos ponernos como meta el conocimiento del universo entero, podemos conocer cada vez más de él. Pero en ese conocimiento vamos percatándonos igualmente que a mayor conocimiento, más necesidad de profundización. La máxima socrática se cumple perfectamente: "Yo solo sé que no sé nada". Esto es una realidad más verdadera aún en Dios, pues Él es el Creador del infinito. Pero, ya lo hemos dicho, Él es más que una cosa que estudiamos. Él es el Creador, el Sustentador, el Providente. Es un ser vivo, causa y razón de toda vida. Por ello mismo, es el ser con el cual podemos establecer una relación de conocimiento mutuo. No se trata solo de emprender el camino de su conocimiento, sino de estar dispuestos a que ese camino se cruce con la misma intención en Él. Conoceré más a Dios en la medida en que estoy dispuesto a dejarme conocer más por Él, a abrir más mi corazón hacia el suyo. Aunque de su parte existe un conocimiento perfecto de quién soy, en la mayor profundidad de mi ser, más de lo que yo mismo me conozco, debe haber en mí una buena disposición de apertura a su corazón. Conoceré más a Dios en la medida en que abro más mi corazón para que Él entre en mí. Es, en definitiva, una relación de conocimiento en el amor. Fuera de esto, es imposible ese conocimiento de Dios. Por eso mismo, al conocer Él perfectamente que mi conocimiento de Él se dará solo en ese amor, ha decidido derramarlo en mí, y hacerlo aún más cuando estoy dispuesto a ser suyo. A más amor, más conocimiento de Dios. Y por ello se ofrece. No se queda en la distancia infinita y oscura de su infinitud, sino que se acerca y se hace asequible. Es la única manera en que yo pueda conocerlo. "El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: 'Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel'". Dios se pone a la mano. Viene a nosotros. Y lo conoceremos si nosotros vamos a Él.
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