Una de las virtudes que hemos de vivir delante de Dios con más intensidad es la del agradecimiento. Hace ya unos años escuché una frase que jamás he olvidado: "Es de bien nacidos ser agradecidos". Es una norma de vida que debemos tener para cualquier circunstancia que vivamos. A cada momento, cada segundo de nuestra vida es ocasión para recibir un favor, para sentir que hemos sido favorecidos por un gesto o por una acción de alguien que tenemos a nuestro lado. O simplemente seguimos recibiendo naturalmente todos los dones que Dios nos regala gratuitamente, en el movimiento amoroso de su providencia en favor nuestro. El sol sigue saliendo iluminando el día y regalándonos su calor, la luna y las estrellas siguen presidiendo las noches regalándonos su belleza y su luz tenue, las nubes siguen derramando generosas sobre nosotros el agua que nos llena de vida, las plantas siguen siendo esos laboratorios geniales que producen el oxígeno que nos facilita la respiración. Cada segundo que vivimos es posible gracias a la continuidad eterna e interminable de regalos que Dios nos sigue dando a través de las personas que están a nuestro lado o a través de la naturaleza a la que Él le ha dado un orden concreto por el cual sigue siendo posible y se nos sigue facilitando la vida. Lamentablemente hemos ido perdiendo la capacidad de sorpresa ante esa cantidad ingente de dones que recibimos. Lo vemos con excesiva "normalidad", desnudándolo de ese vestido natural de donación que tiene. Inconscientemente caemos en la consideración de que no hay nada extraordinario en ello y casi lo vemos como un "derecho" del que no tenemos por qué estar agradecidos. La vida es, así, un eterno transcurrir de dones de los cuales tenemos un derecho natural de disfrutar. Hemos perdido esa capacidad de sorprendernos ante los milagros cotidianos que Dios desde su amor infinito por nosotros sigue permitiendo para facilitarnos la vida, y que harían de ella, si los hiciéramos conscientes, una eterna bendición de Dios por la cual estaríamos viviendo continuamente agradecidos. Esto daría también una constante sensación de felicidad, pues nos haría conscientes de que Dios está permanentemente ocupado de nuestro bienestar.
Si esto es verdad en lo natural, lo es aún más cuando vemos que Dios actúa directamente a favor de nosotros, realizando obras que nos favorecen positivamente, haciéndose evidentes en nuestra historia de salvación. Esta actitud de agradecimiento la vivió intensamente el Rey David cuando percibió la elección que Dios hacía sobre él y sobre su casa. "¿Quién soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre, para que me hayas engrandecido hasta tal punto? Y, por si esto fuera poco a los ojos de mi Dueño y Señor, has hecho también a la casa de tu siervo una promesa para el futuro. ¡Esta es la ley del hombre, Dueño mío y Señor mío! Constituiste a tu pueblo Israel pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios". La obra de Dios que favorece al mismo David y a su pueblo, es reconocida por éste, y por ello se rinde ante Dios. Lo reconoce bellamente como su Dueño y Señor, con lo cual, en cierto modo, además de mostrar su agradecimiento, es signo de un compromiso personal que asume con agrado. Se sabe infinitamente favorecido por la elección de su persona y de su casa y por ello es consciente también de que aquello lo compromete. Llamar a Dios Dueño y Señor es la asunción del compromiso de comportarse como propiedad de ese Dios de amor y como siervo suyo. La donación de estos regalos de amor de parte de Dios con David y su pueblo obtiene como respuesta de David el sentido de agradecimiento y de compromiso. Pero es también, sin duda alguna, la confirmación del compromiso del mismo Dios con David, su elegido, y con su pueblo Israel. Los regalos de Dios son, en cierta manera, un compromiso que Dios asume. Con ello, Él se compromete a seguir favoreciendo a David y a su pueblo desde ese momento y para siempre. "Los dones de Dios son irrevocables", dice San Pablo, por lo cual podemos entender que la elección de David y de su pueblo son un compromiso que Dios asume para siempre. Así, vemos cómo Dios cumple su palabra comprometida cuando de la misma casa de David surge el Mesías Redentor y cómo de ese pueblo elegido surge la Iglesia, el nuevo pueblo elegido de Dios. La oración que hace David delante del Dios que lo ha elegido es una confirmación de ese compromiso mutuo asumido para siempre: "Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo, para que permanezca para siempre ante ti. Pues tú, mi Dueño y Señor, has hablado, sea bendita la casa de tu siervo para siempre". Es un compromiso que no será roto por Dios ni siquiera por la infidelidad que luego veremos de parte de David, su elegido.
El sentido de agradecimiento, entonces, no es un acto pasivo. No se trata simplemente de agradecer y quedarse de brazos cruzados delante de Dios. El asumir la virtud del agradecimiento como algo necesario que debemos promover desde nosotros para ayudarnos a ser más sensibles ante los regalos que Dios nos da en todo momento, evitando así el sentirnos "con derecho" a ellos sin reconocerlos como dones del amor providente de Dios, debe llevarnos a dar un paso más adelante. Debe llevarnos a reconocer el doble compromiso que implican. Por un lado, el de Dios que se compromete a seguir llenándonos de sus dones, llegando incluso a la restauración completa de nuestra vida en su presencia por el sacrificio redentor de Jesús, siendo el mayor regalo de amor con el que nos ha podido bendecir. Y por el otro, el de cada uno de nosotros que, agradeciendo, se siente comprometido a hacerse digno de cada uno de esos dones recibidos. Es hacerse evidente ante el mundo. Es anunciar con la propia vida que hemos sido bendecidos con dones inefables de amor desde el corazón providente de Dios. Es hacernos luz para todos, de modo que cada uno asuma también el agradecimiento como virtud y se comprometa igualmente con ese Dios de amor providente. Así hay que entender esa invitación que nos hace Jesús: "¿Se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama?, ¿no es para ponerla en el candelero? No hay nada escondido, sino para que sea descubierto; no hay nada oculto, sino para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga". Nuestra vida bendecida por los continuos regalos de amor de Dios debe ser esa luz, un grito continuo para todos para que también ellos descubran en su vida la interminable lista de dones con los cuales son bendecidos por Dios. De esta manera, la virtud del agradecimiento nos hará signos del amor de Dios para todos y nos asegurará la continua recepción de sus bendiciones. E invitará a todos a abrir sus corazones a vivir en esa actitud de bendición y agradecimiento: "Atención a lo que están oyendo: la medida que usen la usarán con ustedes, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene". Agradecer las bendiciones de Dios me hace feliz, me hace consciente de ser bendecido, y me hace anunciador y multiplicador de todas las bendiciones para mis hermanos.
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