viernes, 3 de enero de 2020

Jesús, pasas junto a mí y me haces hijo de Dios como Tú

Resultado de imagen de Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo

El primer paso que debemos dar los que queremos ser seguidores de Cristo es el de reconocerlo como Dios y Salvador. Naturalmente, es lícito que en algún momento de nuestra vida podamos llegar a tener alguna duda, por cuanto en ella suceden cosas que podrían desdecir del favor con el que supuestamente Dios, es de esperar, nos debería bendecir continuamente. Las experiencias negativas que llegamos a vivir en nuestro andar cotidiano podríamos esgrimirlas como razones para desconfiar de las promesas de felicidad y de bienestar eternos que Dios mismo nos ha hecho. Sin embargo,  debemos dar un paso previo, antes de sacar conclusiones apresuradas que, por lo mismo, serán erróneas. Lo primero, sería discernir delante de quién estamos cuando nos encontramos con Jesús. La misma Palabra de Dios nos lo describe sin ninguna duda como el mismísimo Dios. Desde el mismo principio el Arcángel Gabriel le anuncia a María que lo que llevará en su vientre es fruto del Espíritu Santo, es el Emmanuel, el "Dios con nosotros"; es Jesús, el "Dios que salva". Isabel lo reconoce como "mi Señor", en el vientre de su Madre María. Juan Bautista y todos los presentes escuchan la voz de Dios desde el cielo que dice: "Este es mi hijo amado, el predilecto, en quien tengo todas mis complacencias, escúchenlo", que son prácticamente las mismas palabras que escuchan los apóstoles Pedro, Santiago y Juan cuando Jesús se transfigura delante de ellos. En su trashumancia terrena hizo maravillas y portentos, curando, sanando, resucitando muertos, dominando la naturaleza, perdonando pecados, liberando de demonios, que son obras que solo Dios con su poder podía hacer. Jesús es el hombre-Dios que por su propia virtud recupera la vida en el sepulcro después de haber muerto ignominiosamente en la cruz, cadalso de su muerte cruenta. El Jesús con el que nos encontramos en nuestro caminar es ese mismo, pues nunca cambia. "Jesús es el mismo ayer que hoy y para siempre", nos dice San Pablo. No es el Dios hecho hombre que ha dejado de serlo. Lo es y lo seguirá siendo ya para toda la eternidad. Cuando nos encontramos con Él nos estamos encontrando con el mismo enviado por el Padre por amor a nosotros -"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo amado para que todo el que crea en Él tenga vida eterna"-, y que aceptó también amorosamente la misión que se le encomendaba -"Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad"... "Que no se cumpla mi voluntad sino la tuya"-. Y que lo hizo de manera perfecta, entregando su vida para darnos a nosotros la Vida eterna -"Todo está cumplido" ... "Me amó a mí y entregó su vida a la muerte por mí"-.

Con esta convicción de su identidad más profunda podremos hacer con más fuerza y convicción que ese Dios que se ha hecho hombre por amor a nosotros obre las maravillas de su poder y de su amor sobre nosotros. No se trata de que esté continuamente haciendo milagritos para resolvernos los problemas, sino de que nos asegure su presencia en nuestra vidas, llenándonos siempre de lo que nos dio desde el principio, como lo es nuestra propia inteligencia y nuestra propia voluntad, nuestra libertad y nuestro amor, para que por nosotros mismos alcancemos las metas naturales, sin que por ello se descarte que en alguna ocasión pueda obrar maravillosamente -"Haz, Señor, que no necesitemos milagros para tener fe, pero que tengamos tanta que merezcamos que nos los hagas..."- Jesús es el Dios que nos ha asegurado su presencia en medio de nosotros para siempre: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo", por lo cual nunca podremos desconfiar de que Él está a nuestro lado. Como con los apóstoles, cuando los manda a remar mar adentro, Él sube a la barca con nosotros. No se queda en la orilla como simple espectador. Y será nuestra fuerza para calmar las tempestades y dominar la fiereza de los vientos que harán embates contra nosotros. Él mismo se ofrece como Aquel que nos servirá de fortaleza, de auxilio y de consuelo. "Vengan a mí los que estén cansados y agobiados que yo los aliviaré". No nos asegura que no tendremos problemas, sino que en medio de los embates de la vida, Él está con su mano tendida y con su corazón amoroso abierto para servirnos de apoyo y de consuelo. Y ademas, en muchísimas ocasiones, nosotros seremos el milagro de Jesús que esperan nuestros hermanos. Seremos su apoyo, su consuelo, su consejo, su auxilio material, su brazo largo. Seremos la providencia de Dios para los hermanos necesitados, por lo cual tendremos que estar prestos a descubrir cuándo el Señor quiere que actuemos en favor de ellos desde el amor que Él quiera derramar.

Nuestro espíritu debe estar bien preparado para descubrir el paso de Jesús por nuestra vida. Así lo estuvo Juan Bautista: "Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: 'Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: 'Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.' Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel... Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios". Tenía la delicadeza espiritual necesaria para descubrirlo. Esa misma delicadeza debemos tenerla todos los que somos seguidores de Cristo. Descubrir su paso por nuestra vida y no permitir que pase desapercibido. "Temo que Jesús pase y que no vuelva", decía San Agustín. Un espíritu pronto no dejará de descubrir a Jesús que pasa. Esa buena disposición para reconocer y recibir a Jesús que pasa por nuestra vida, nos hará a nosotros buenos discípulos, al extremo de llegar ser verdaderos hijos de Dios, poseedores de su gracia y de su salvación: "Si ustedes saben que Él es justo, reconozcan que todo el que obra la justicia ha nacido de Él. Miren que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en Él se purifica a sí mismo, como Él es puro". Nuestro itinerario pasa, en primer lugar, por el reconocimiento de quién es ese Dios y hombre que logra maravillas en nosotros, sigue en dejarlo entrar en nosotros con todo su amor y su gracia, y termina en una identificación total, haciéndonos hijos del Padre como lo es Él mismo, para llegar al disfrute máximo de la felicidad y del amor plenos en su presencia eterna.

1 comentario:

  1. La reflexión de mons.Viloria me sirve para sacar puntos de meditación que resuelvan para mimi vida personal.
    Hoy me han llamado la atención sobremanera las siguientes: ":Nuestro espíritu debe estar bien preparado para descubrir el paso de Jesús por nuestra vida. Así lo estuvo Juan Bautista: "Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: 'Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: 'Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.' Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel... Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios". Tenía la delicadeza espiritual necesaria para descubrirlo. Esa misma delicadeza debemos tenerla todos los que somos seguidores de Cristo. Descubrir su paso por nuestra vida y no permitir que pase desapercibido.".
    Que bueno es descubrir al Señor que pasa por nuestro lado y advertir que nuestra intimidad con Él se nutre de la Palabra de Dios que leemos a diario.
    Quiera Dios que los que entren en este blog de mons. Viloria salgan fortalecidos de la intimidad con Jesucristo, que pasó haciendo siempre el bien aunque muchas veces no lo notemos. Pero Él permanece siempre con nosotros si no echamos fuera por el pecado. Franja.
    Que Dios nos bendiga y nos guarde.

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