Los escribas y los fariseos estaban en continuo acecho de Jesús. Lo seguían no porque quisieran aprender de la nueva doctrina que impartía en sus discursos o porque quisieran admirar los portentos que realizaba, sino para descubrir alguna cosa con la cual pudieran acusarlo y quitarlo de en medio. Veían peligrar el poder religioso que ejercían sobre el pueblo, con el cual lo manipulaban y lo sometían a su total arbitrio. Eran los señores que tiranizaban al pueblo de la manera más bastarda, pues sus motivaciones eran de dominio total, basándose en la implantación del temor por el cumplimiento estricto de la ley, de la cual no podían apartarse un ápice, a riesgo de que si lo llegaran a hacer, se ganaban una condenación eterna y el castigo terrible de Dios. Evidentemente, esta exigencia del cumplimiento de la ley aplicaba solo a los miembros humildes de la población, pues ellos estaban como "exentos". Eran los "vigilantes" de ese cumplimiento, pero se cuidaban muy bien de no estar sometidos a ella y de liberarse de esa terrible carga que imponían sobre los hombros de la gente. Era lo que más molestaba a Jesús y por eso no perdía oportunidad de echárselo en cara: "Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas". Era el colmo de la tiranía, pues con ello vaciaban totalmente de sentido el cumplimiento de la misma ley. Por eso, Jesús habla claro a la gente: "De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen". Este enfrentamiento de Jesús con esta forma de actuar, y el agrado que de alguna manera producía en la gente el que los pusieran en evidencia, los hacía ver y concluir la conveniencia de quitar a Jesús de en medio. Por eso, cualquier acción de Jesús era criticada por ellos y desautorizada totalmente, al extremo de caer en el absurdo de acusarlo de ser ficha de Satanás: "Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios". Ya no tenían más argumentos con los cuales enfrentarse a Jesús y por ello se sacan de la manga este absurdo.
Jesús, en su sabiduría divina, aprovecha la ocasión y la crítica para dar una enseñanza muy valiosa acerca de la unidad necesaria para vencer: "¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido". Es una explicación fabulosa de la famosa frase popular: "En la unión está la fuerza". La acechanza del demonio apunta precisamente a esto: a lograr la separación, a dividir, pues eso debilita y hace que el campo sea ideal para sembrar su semilla de odio y de mal. El diablo es el maestro de la división. La misma etimología de la palabra "diablo", lo explica perfectamente. Es una palabra compuesta de origen griego: "dia-bolos", que traducido literalmente significa "el que separa". Esa es la tarea del diablo: separar, dividir. Su objetivo es separar al hombre de Dios y a los hombres entre sí. Sabe muy bien que esa separación alcanzará la debilidad extrema. No hay fuerza en la división. "Una familia dividida no puede subsistir", sentencia el mismo Jesús. Por ello, la división es el campo propicio para la acción del demonio. Mientras exista unidad, existirá solidez, habrá fuerza para enfrentar cualquier situación contraria. Cuando se unen esfuerzos y se tira con una única fuerza hacia un mismo objetivo, la meta se alcanzará con mayor facilidad. Por el contrario, cuando hay obcecación en las ideas personales, individualismo, egoísmo, imposición de uno sobre los otros, nunca se podrá llegar a acuerdos y las metas resultarán inalcanzables. Es lo que persigue el demonio. Por eso separó a Adán y Eva del Dios Creador, por eso los separó entre ellos (recordemos que Eva pasó de ser "carne de mi carne y hueso de mis huesos" a "esa que me diste por compañera"), por eso separó a Caín de Abel... El triunfo del demonio está en lograr que los hombres estemos siempre divididos.
Evidentemente, Jesús sabe muy bien que esta es la estrategia preferida del demonio. Por ello, en su oración sacerdotal ante el Padre, su principal petición fue en la línea de la conservación de la unidad: "No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado". La unidad es necesaria para poder vencer al demonio. Y va más allá, por cuanto es también testimonio que sirve para convencer al mundo del envío de Jesús por parte del Padre para cumplir la misión de rescate de la humanidad. Esta unidad vivida en profundidad da la fortaleza necesaria para enfrentar a los enemigos. Así lo entendió el Rey David, que buscó y logró unificar a Israel en un solo reinado para vencer a los pueblos enemigos: "David tenía treinta años cuando comenzó a reinar. Y reinó cuarenta años; siete años y seis meses sobre Judá en Hebrón, y treinta y tres años en Jerusalén sobre todo Israel y Judá ... David iba engrandeciéndose, pues el Señor, Dios del universo, estaba con él". La unidad, en definitiva, es el tesoro que debemos conservar con mayor celo los cristianos. Jesús nos ha hecho uno con su redención. Nos ha unido a Él para conformar la Iglesia como comunidad de salvados. La unidad que mostremos los creyentes será nuestra mejor defensa contra las insidias del diablo y servirá de testimonio para que otros hombres crean en Jesús. Somos uno en Jesús, confesamos una misma fe, hemos recibido un mismo bautismo. Pertenecemos a la única Iglesia fundada por Cristo, y nos encaminamos todos esperanzados al encuentro de nuestro único Dios y Padre en la eternidad feliz que viviremos en Él. Esta es nuestra fuerza. Y debemos luchar por mantener esta unidad que no solo nos hará vencer al demonio, sino que además nos hará convencernos de la excelencia de la vida en el amor que es lo único que logrará esa unidad sólida e inquebrantable.
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