miércoles, 8 de enero de 2020

Si vivo en el amor, demuestro que soy Tuyo de verdad


Cinco panes y dos peces. Es todo lo que nos pide Jesús. Él se encarga de todo lo demás. En realidad no nos corresponde poner casi nada, por cuanto es lo que ya había entre la gente cuando Jesús pregunta. Al fin y al cabo, Jesús sabe que va a alimentar a más de cinco mil y que con lo que hay allí nunca será posible hacerlo. Hay una realidad que conviene siempre tener en cuenta. Hay en Jesús una empatía profunda por aquella multitud. Desde el mismo principio, Jesús los vio y se conmovió de ellos: “En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. Esa multitud estaba allí. No fue a buscarla Jesús. Ni tampoco fue ella a buscarlo a Él. Fue un encuentro mutuo. Ninguno había salido consciente ni voluntariamente en busca del otro. El encuentro se da sin más. En nuestras vidas tenemos que estar siempre bien dispuestos a esas posibilidades. Quizá hayamos salido nosotros al encuentro de Jesús. Quizá haya sido Jesús quien haya salido a nuestro encuentro. O quizás ninguno de las dos. Simplemente el encuentro con Jesús se da. Sin más. Sin búsqueda. Sin esfuerzo. Espontáneamente. Lo importante es tener en la mente que Jesús está naturalmente en el camino de nuestra historia. Y que un encuentro con Él puede darse después de diversos acontecimientos previos. No necesariamente son momentos de preparación. Sino simplemente momentos de historia que sirven de marco para el encuentro con Jesús... Es tener la sensibilidad necesaria para poder encontrar a Jesús en estos momentos, incluso los menos indicados. Podríamos decir que Jesús no necesita excusas para encontrarse con la humanidad pues su misma existencia como Dios que se hace hombre es sencillamente la razón última de su venida. Su existencia, divinidad encarnada, es, en sí misma, el encuentro de Dios con la humanidad

Cuando Marcos relata este encuentro de Jesús con la gente, se cuida mucho de poner bien el orden en el que se dan los acontecimientos. En primer lugar, encuentro y conmoción de Jesús. Ver Jesús a la gente es lo primordial. Y Él está siempre en esa buena actitud. Jesús es el Dios que ha venido al mundo, y no ha venido para pasar con los ojos cerrados. No estará ciego ante la gente. Descubre a cada uno y lo que tiene en su interior. Por eso se conmueve. Los ve sin guía, desangelados, necesitados de algo que a lo mejor ni ellos mismos saben lo que es. Y lo primero que descubre es su vacío espiritual. Cualquiera hubiera podido pensar en ofrecer ayuda material en primer lugar, pero no fue así en Jesús. “Se puso a enseñarles con calma”. Lo primero que Jesús asume como necesidad en ellos es la necesidad espiritual. Jesús alimenta el espíritu en primer lugar. No se va de bruces organizando en primer lugar el auxilio de las cosas materiales que necesiten. Ya el tiempo para eso vendrá. Pero no se puede descuidar lo espiritual. La prioridad, lo que está en el punto más alto, es la búsqueda de Dios, la búsqueda de lo que llena el espíritu, lo que satisface más que cualquier compensación material que imaginemos. Y después que sacia al espíritu, busca saciar el cuerpo. Es solo en ese momento cuando pregunta por lo que tiene en las manos para satisfacer. No quiere decir que eso queda a un lado, fuera de sus preocupaciones, pues la salvación que el Dios encarnado quiere hacer llegar al hombre es integral, espiritual y corporal. Por eso, al finalizar su discurso, se da este diálogo: "Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: -'Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.' Él les replicó: -'Denles ustedes de comer.' Ellos le preguntaron: '¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?' Él les dijo: '¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.' Cuando lo averiguaron le dijeron: -'Cinco, y dos peces." Finalmente, con esos panes y esos peces, Jesús hará el gran milagro de alimentar a esa inmensa cantidad de gente.

Ambas realidades son vistas por Jesús. "Les dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor". Y tocan su corazón. Y son las que lo hacen lanzarse a atenderlos. No pasa de largo indiferente. Jesús no hace otra cosa sino hacer realmente presente el amor de Dios en el mundo a través de su obrar: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados." Es esencial comprender que este accionar de Jesús se inscribe perfectamente en el amor que Dios viene a derramar en el mundo a través de Él. Con Jesús llega al mundo la satisfacción que el Hijo de Dios va a realizar por los pecados como tarea ante el Padre. Es todo un ciclo de amor que se convierte realmente en la mayor demostración que Dios quiere hacer. Así lo comprende perfectamente San Juan: "Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor." Jesús hace su obra. Es la obra que le encomienda el Padre y que Él asume naturalmente pues es su misión. Pero es una obra que nos pone a todos en la ruta de la comprensión de lo que debemos vivir todos. "Amémonos unos a otros... Todo el que ama ha nacido de Dios". El amor es nuestra marca de origen. Porque amamos podemos afirmar que somos de Dios. Un amor que se ocupa del hermano integralmente. Como lo hizo Jesús. No es sólo altruismo por ayudar a resolver sus problemas materiales, sus carencias. Siendo eso muy importante, es esencial el anuncio del amor y de la salvación. No se puede vaciar la obra del contenido. Amar como amó Jesús nos exige más. Y debemos estar dispuestos a dar más... No lo dejemos a un lado. Somos del amor y debemos responder a ese amor como nuestra esencia...

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