La vida cristiana es un vida radicalmente nueva, que exige de cada cristiano la asunción de esa novedad radical. Todas las actitudes, todos los pensamientos, todas las conductas, todos los criterios, deben ser renovados a la luz de lo que da ese tinte de novedad, que es el amor. No es que el amor sea algo nuevo, pues es tan antiguo como el mismísimo Dios. "Dios es amor", nos dice San Juan, por lo que el amor es tan eterno como el mismo Dios. Por eso, desde toda esa eternidad, Dios no ha hecho otra cosa que dejarse llevar de su propia esencia amorosa. La creación, lo sabemos bien, tiene su razón de ser en la acción de Dios, que ha dejado que ese amor que es Él mismo, se expresara hacia fuera de sí. Y la ley principal que rige el orden de lo creado es la ley del amor. Desde el mismo principio, cuando Dios transmite los mandamientos de la ley al pueblo, queda claro que todo se resume en el cumplimento del amor. Ese orden que Dios establece tiene su resumen perfecto en lo que dice Jesús al maestro de la ley que le pregunta sobre el mandamiento más importante de la ley: "‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a este; dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas". Es el amor la señal indicativa de que todo fluye según la voluntad divina. Pudiéramos decir, entonces, que no hay novedad en la exigencia de vivir en el amor, pues esta exigencia existe desde el principio. Sin embargo, al ser una "novedad antigua", igualmente podemos afirmar que por ser de Dios, que está y estará siempre presente en la historia de la humanidad, no solo no es antigua, sino que es eternamente nueva. Esta es la condición esencial y sorprendente del amor: que él en sí mismo siempre es nuevo, como es siempre nuevo el mismo Dios. Día a día sigue existiendo y seguirá existiendo eternamente el amor como condición nueva de quien es seguidor del Dios del amor. Por eso tiene mucho sentido lo que dice Jesús casi al final de su periplo terreno: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros". Es un mandamiento nuevo porque el amor es eternamente nuevo, además de que la medida de ese amor es también radicalmente nueva. Ya no es "como a ti mismo", sino "como yo los he amado". El amor se ha renovado pues ha sido coloreado con la exigencia máxima de la entrega de la vida en favor de los demás.
Esa novedad que pone el amor en la vida de quien se deja conquistar por Dios hace que sean superadas todas las cosas que hablan solo de un cumplimiento externo, no comprometido, de la voluntad de Dios, de aquel "compromiso" de aparecer como bueno, cuando realmente no está implicado el ser, cuando no está comprometido el corazón. Quien no deja sucumbir su ser ante las exigencias del amor sino que se contenta con un cumplimento superficial, sin compromiso del propio ser, de aquellas cosas que exige el amor, realmente no se ha dejado renovar por el amor. Piensa más en sí mismo, en sus propias conveniencias, egoístamente, más que en dejarse arrebatar por el amor que Dios derrama en cada uno. La renovación en el amor hace que el propio ser pase a segundo plano y deje que siempre el primer plano lo ocupen Dios y los hermanos. Ese es el verdadero amor y esa es la verdadera novedad radical del amor. No se trata, por lo tanto, de "aparecer" como bueno, sino de serlo de verdad. De hacer que sea la voluntad de Dios la primera norma que se debe tener como medida, pues es la medida del amor. Es la rendición total del ser a la voluntad divina. "Quien me ama guardará mis mandamientos", es la bandera de acción de quien se ha renovado en el amor. Y eso no representará para él absolutamente ningún peso. Una experiencia de vida personal bajo la novedad del amor es evidente delante de Dios. Es imposible que Dios no descubra a quien "pretende" vivir en el amor, cuando lo que está haciendo en realidad es dar un "baño de bondad" a sus acciones. Le ocurrió a Saúl, rey de Israel, quien quiso aparentar fidelidad a Dios, cuando en realidad quería bañarse de honor en su orgullo y vanidad: "¿Le complacen al Señor los sacrificios y holocaustos tanto como obedecer su voz? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad, más que la grasa de carneros. Pues pecado de adivinación es la rebeldía y la obstinación, mentira de los terafim. Por haber rechazado la palabra del Señor, te ha rechazado como rey". El engaño de Saúl tuvo un escarmiento terrible, que le llevó incluso a perder su condición de rey de Israel a los ojos de Dios.
Es en este sentido que Jesús pone en alto la exigencia del amor: es la coherencia de vida con esa novedad que él exige. Quien quiere ser auténtico discípulo suyo debe renovarse interiormente, excluir todo lo que lo hace "antiguo", para hacerse receptáculo nuevo de todo lo nuevo que representa el amor. En Jesús el amor se hace, si cabe, más nuevo. Él ya no deja ese amor en la distancia infinita que representaba la absoluta transcendencia del Dios creador, sino que lo hace sorprendentemente cercano, al punto que se ha encarnado para ser uno más entre nosotros. Ese amor ya no es una condición "externa" que puede ser añadida al ser del hombre, sino que por su acción de gracia en su entrega amorosa en favor nuestro, pasa a ser también esencia en el hombre. Aquel que lo había rechazado con el pecado y había perdido esa condición natural de ser amor esencialmente por el expreso deseo del Dios Creador -"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"- , ahora puede vivir de nuevo en su esencia más profunda, esa vida natural del amor: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Es una esencia que se transforma y se renueva radicalmente en el amor. El amor pasa a ser connatural en él, cuando recibe la salvación, abre su corazón a la obra de rescate de Jesús y se deja hacer hombre radicalmente nuevo en el amor. Todas las actitudes con las cuales el hombre había contaminado su ser y lo habían hecho hombre antiguo, quedan excluidas. El odio, el rencor, la vanidad, el egoísmo, la mentira, la venganza, el hedonismo, la avaricia, el materialismo, que son las características que rigen al hombre antiguo, quedan desplazadas por las actitudes del hombre renovado por el amor. Se ha hecho así, hombre realmente nuevo. Se ha construido a sí mismo como un odre nuevo, capaz de ser receptor del amor y de su novedad radical. "Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos". Es quien ha entendido que necesita ser odre nuevo para recibir el vino nuevo. El odre nuevo es el hombre renovado. Y el vino nuevo es el amor, que necesita de la condición de novedad en el hombre para poder manifestarse en toda su plenitud y llenarlo todo. Hacia allí debemos apuntar todos. Hombres nuevos, que han dejado todas las actitudes de los hombres antiguos atrás, se han hecho a sí mismos odres nuevos, para sucumbir ante la novedad del amor que derrama Jesús con su obra de rescate y de salvación, haciéndose instrumentos de esa novedad del amor en un mundo que lo necesita cada vez más.
Esa novedad que pone el amor en la vida de quien se deja conquistar por Dios hace que sean superadas todas las cosas que hablan solo de un cumplimiento externo, no comprometido, de la voluntad de Dios, de aquel "compromiso" de aparecer como bueno, cuando realmente no está implicado el ser, cuando no está comprometido el corazón. Quien no deja sucumbir su ser ante las exigencias del amor sino que se contenta con un cumplimento superficial, sin compromiso del propio ser, de aquellas cosas que exige el amor, realmente no se ha dejado renovar por el amor. Piensa más en sí mismo, en sus propias conveniencias, egoístamente, más que en dejarse arrebatar por el amor que Dios derrama en cada uno. La renovación en el amor hace que el propio ser pase a segundo plano y deje que siempre el primer plano lo ocupen Dios y los hermanos. Ese es el verdadero amor y esa es la verdadera novedad radical del amor. No se trata, por lo tanto, de "aparecer" como bueno, sino de serlo de verdad. De hacer que sea la voluntad de Dios la primera norma que se debe tener como medida, pues es la medida del amor. Es la rendición total del ser a la voluntad divina. "Quien me ama guardará mis mandamientos", es la bandera de acción de quien se ha renovado en el amor. Y eso no representará para él absolutamente ningún peso. Una experiencia de vida personal bajo la novedad del amor es evidente delante de Dios. Es imposible que Dios no descubra a quien "pretende" vivir en el amor, cuando lo que está haciendo en realidad es dar un "baño de bondad" a sus acciones. Le ocurrió a Saúl, rey de Israel, quien quiso aparentar fidelidad a Dios, cuando en realidad quería bañarse de honor en su orgullo y vanidad: "¿Le complacen al Señor los sacrificios y holocaustos tanto como obedecer su voz? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad, más que la grasa de carneros. Pues pecado de adivinación es la rebeldía y la obstinación, mentira de los terafim. Por haber rechazado la palabra del Señor, te ha rechazado como rey". El engaño de Saúl tuvo un escarmiento terrible, que le llevó incluso a perder su condición de rey de Israel a los ojos de Dios.
Es en este sentido que Jesús pone en alto la exigencia del amor: es la coherencia de vida con esa novedad que él exige. Quien quiere ser auténtico discípulo suyo debe renovarse interiormente, excluir todo lo que lo hace "antiguo", para hacerse receptáculo nuevo de todo lo nuevo que representa el amor. En Jesús el amor se hace, si cabe, más nuevo. Él ya no deja ese amor en la distancia infinita que representaba la absoluta transcendencia del Dios creador, sino que lo hace sorprendentemente cercano, al punto que se ha encarnado para ser uno más entre nosotros. Ese amor ya no es una condición "externa" que puede ser añadida al ser del hombre, sino que por su acción de gracia en su entrega amorosa en favor nuestro, pasa a ser también esencia en el hombre. Aquel que lo había rechazado con el pecado y había perdido esa condición natural de ser amor esencialmente por el expreso deseo del Dios Creador -"Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"- , ahora puede vivir de nuevo en su esencia más profunda, esa vida natural del amor: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Es una esencia que se transforma y se renueva radicalmente en el amor. El amor pasa a ser connatural en él, cuando recibe la salvación, abre su corazón a la obra de rescate de Jesús y se deja hacer hombre radicalmente nuevo en el amor. Todas las actitudes con las cuales el hombre había contaminado su ser y lo habían hecho hombre antiguo, quedan excluidas. El odio, el rencor, la vanidad, el egoísmo, la mentira, la venganza, el hedonismo, la avaricia, el materialismo, que son las características que rigen al hombre antiguo, quedan desplazadas por las actitudes del hombre renovado por el amor. Se ha hecho así, hombre realmente nuevo. Se ha construido a sí mismo como un odre nuevo, capaz de ser receptor del amor y de su novedad radical. "Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos". Es quien ha entendido que necesita ser odre nuevo para recibir el vino nuevo. El odre nuevo es el hombre renovado. Y el vino nuevo es el amor, que necesita de la condición de novedad en el hombre para poder manifestarse en toda su plenitud y llenarlo todo. Hacia allí debemos apuntar todos. Hombres nuevos, que han dejado todas las actitudes de los hombres antiguos atrás, se han hecho a sí mismos odres nuevos, para sucumbir ante la novedad del amor que derrama Jesús con su obra de rescate y de salvación, haciéndose instrumentos de esa novedad del amor en un mundo que lo necesita cada vez más.
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