La filosofía desde antiguo ha proclamado las cualidades o atributos del Ser. El Ser es el principio de todo, la razón última de la existencia de todo lo creado, la causa por la cual existe el universo entero y todo lo conocido por el hombre. Y es el que da el orden al mundo, la razón de que todo siga un fin establecido. Ha dado el primer empujón a todo para que el mundo se mantenga en un continuo movimiento. La filosofía, como ciencia del saber, ha intentado profundizar siempre en aquel Ser que está en el origen del universo. Entre todas sus inquietudes ha querido describir cómo es ese Ser primero, entrando en su conocimiento a través de todo lo que ha surgido de su mano poderosa. San Pablo afirma que sí es posible hacerlo, por cuanto lo creado no es otra cosa que reflejo del Creador, de ese Ser supremo, razón primera y última: "Desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado". En efecto, todo lo creado no es otra cosa sino reflejo de quien lo ha hecho existir, pues Él ha dejado la impronta de su huella en cada criatura. De esta manera, profundizando en las cualidades que tiene cada criatura existente y aplicándolas al que es la causa última, se pueden obtener las cualidades que describen a ese Ser superior. Así, los filósofos han concluido que el Ser posee las cualidades supremas: El Ser es Uno, es Bueno, es Verdadero y es Bello. Quiere decir que esas cualidades, que están presentes en toda la creación, lo están porque están originalmente en quien lo ha creado. La Unidad, la Bondad, la Verdad y la Belleza describen perfectamente al Ser original y Él ha dejado su "marca de fábrica" en cada criatura surgida de su mano. Y lo definen de tal manera que la armonía radical y original del universo se mantendrá siempre y cuando cada criatura mantenga cada una de estas cualidades en su ser. La desaparición de alguna de ellas en la criatura representará, en la práctica, la desaparición de la misma criatura en el orden original deseado por el Ser.
Para nuestra religión, en la confesión de nuestra fe, ha existido una ventaja insuperable. Si la filosofía ha llegado a esas conclusiones de manera natural, aplicando solo la fuerza del razonamiento humano, nuestra fe nos enriquece infinitamente por cuanto Dios mismo, en un arrebato de condescendencia ante nuestras limitaciones frente a su infinitud, se ha revelado a sí mismo. Ha hecho que ese Ser filosófico tenga un rostro y una personalidad concreta. El Ser es Dios. Dios es el Creador todopoderoso. Y nos ha dicho en cierta manera, que no estaban errados los grandes pensadores de la filosofía, pues ciertamente Él es Uno, Bueno, Verdadero y Bello. Más aún, que su esencia es exactamente así como concluyeron los filósofos y que ha dejado esa esencia en cada una de las criaturas surgidas de su mano. La revelación, al dar un rostro y una personalidad al Ser, diciéndonos que es Dios, agregó algo sustancial que no puede faltar jamás en Él. Dios es amor. Los filósofos no pudieron llegar a esta conclusión por cuanto para ellos el Ser era absolutamente superior, estaba fuera del universo, por encima de él, y por lo tanto nunca podría entrar en relación con lo creado. La revelación que Dios ha hecho de sí mismo nos ha confirmado en la doctrina exclusivamente racional de la filosofía y la ha enriquecido con lo afectivo, revelándonos a un Dios de amor, que tiene corazón y es misericordioso con la criatura. Esta criatura ha cometido el gravísimo error de oponerse a Dios, a su razón de amor, a la relación afectiva que lo enriquecía. Y lo ha hecho destruyendo en sí mismo las cualidades con las cuales Dios lo había enriquecido. El Dios Uno, Bueno, Verdadero y Bello, había creado al hombre exactamente con las mismas cualidades. La armonía, es decir, la vida de gracia, la relación filial estrecha y amorosa entre Dios y el hombre consistía en el esfuerzo por mantener siempre esas cualidades en sí mismo. El pecado consistió en la rotura del hombre en sí mismo, atentando contra las cualidades que lo definían como criatura surgida de las manos de Dios. El pecado es la destrucción de la Unidad, de la Bondad, de la Verdad y de la Belleza en el hombre. Por el pecado el hombre se hace rotura, maldad, mentira y fealdad. Pierde los atributos de Dios que poseía.
La obra de Jesús, que es obra de rescate, apuntará a obtener para la criatura predilecta y amada infinitamente por Dios, la posesión renovada de esas cualidades y atributos que poseía originalmente y había perdido por el pecado. Ese será el verdadero gozo de la humanidad: la presencia de Aquel que viene a restablecer el orden antiguo que significaba la armonía absoluta: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín". Es la luz del Dios que envía a su Hijo para restablecer ese orden perdido. Y Él será el único origen de aquella recuperación de la armonía. Aunque Dios utilice mediaciones humanas que llegarán incluso a ser imprescindibles en el momento del establecimiento de su Reino de amor y de misericordia, se deberá reconocer una única fuente de restablecimiento: Jesús. Se debe mantener la unidad en el seguimiento del único que logra reparar el daño que infligió el hombre con su pecado al orden original: "Cada cual anda diciendo: 'Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo'. ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por ustedes? ¿Fueron bautizados en nombre de Pablo? Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo". Nunca se debe confundir la mediación con Jesús. Cada uno es enviado por Cristo para realizar su obra de rescate. Pero es su obra, no la del mediador. La armonía la restituye Jesús, el Dios creador que busca reponer la impronta de sus cualidades en la criatura. Elige para que hagan su obra: "Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres". A todos nos llama para que seamos colaboradores en la restitución de esa armonía. Que rescatemos para nosotros mismos y para nuestros hermanos la Unidad, la Bondad, la Verdad y la Belleza que son de Dios y que nos ha dejado como marca de su pertenencia. De nuestra parte está que respondamos con alegría e ilusión a esa llamada, para hacernos colaboradores de Jesús en el restablecimiento de aquella armonía original: "Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo". Que acompañemos a Jesús y nos convirtamos en mediaciones humanas para que le llegue a cada vez más hermanos rescatados y restablecidos en sus atributos originarios.
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