sábado, 3 de julio de 2021

Jesús nos libera del mal porque es poderoso y porque nos ama

 Catholic.net -

De entre las escenas más dramáticas que nos encontramos en los evangelios de Jesús, están las de sus choques con el demonio. La generalidad de los encuentros de Cristo con los diversos personajes que se cruzan en su camino, extraen de Él su amor, su ternura, su deseo de bienestar para ellos. Por ello cura, perdona, sana enfermedades, limpia lepras, se empeña por dar a entender que ha venido a hacer el bien y a procurar el mayor bienestar entre todos. Pero surgen también los desencuentros con el mal y con el poder del demonio, el maestro y poseedor del mal y de la mentira, que pretende arrebatar de las manos de la bondad suprema al hombre, creado naturalmente bueno, para arrastrarlo consigo. Habiendo obtenido un gran triunfo al haber conquistado a Adán y a Eva de las manos del amor, logrando en ellos unirlos a Dios, quería seguir obteniendo triunfos, a expensas del engaño sobre el hombre, prometiéndole un "paraíso" engañoso, en el que supuestamente llegaría a la altura del mismísimo Dios, haciéndose a sí mismo dios -"Ustedes será como dioses"-, con lo cual el hombre, incapaz de resistirse a esa argucias, pues nunca estará a la altura de la insidias de satanás, sucumbe inocentemente. El engaño del demonio nunca dejará de ser tal. Y por ello, los grandes santos de la historia nos alertan continuamente que nos alejemos de ello, manteniéndonos lo más lejos posible de esa treta siempre engañosa. Lo más lejos posible. "Mejor lejos que mal acompañado", sabiamente sentencia el decir popular.

En medio de todas las incertidumbres que se pueden presentar en nuestra vida, la seguridad de asentarnos en Dios es con mucho lo mejor. Nuestra seguridad no está en nosotros mismos, pues nuestra marca es la debilidad. Somos criaturas y jamás estaremos a la altura del poder omnímodo del demonio. Ese solo lo posee Dios. Él nos hace partícipes de su amor y de su poder. Pero, aún así, siendo dádiva de su amor y por ello lo poseemos, jamás podremos atribuirnos esa capacidad absoluta. Lo nuestro es la participación por concesión de amor suya. Y es allí donde está la clave de nuestra seguridad. La mayor es que no dependerá de lo que hagamos, pues siempre será muy poco, aunque estemos siempre obligados a realizar el esfuerzo que nos corresponda. Nuestra seguridad es dejarlo en las manos de Dios, que nunca permitirá que haya una fuerza mayor que la suya, la del Todopoderoso, que toma el mando, pues nosotros solo aportaremos debilidad. La experiencia de Agar, concubina esclava de Abraham es una muestra de que la debilidad del hombre se resuelve en la fuerza de Dios. Ismael es hijo también de la promesa de bendición sobre Abraham, por lo cual Dios no se desentiende de él. Asume su responsabilidad sobre quien es también su elegido y quien será igualmente padre de naciones: "Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, lo cargó a hombros de Agar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco, diciendo: 'No puedo ver morir a mi hijo'. Se sentó aparte y, alzando la voz, rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, le dijo: '¿Qué te pasa, Agar? No temas, que Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande'. Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua; ella fue, llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero". Dios no deja jamás solos a sus hijos, y tendrá siempre su mano tendida para salvarlos.

Y ante la lucha contra el mal, contra el poder del demonio, ya no deja que brille solo su poder misericordioso y de restablecedor del orden justo de las cosas, sino que lo enfrenta poderosamente, demostrando claramente quién es el verdaderamente poderoso. Su actitud es de gravedad hostil, pues tiene bien identificado cuál es el adversario, y sabe bien que de él no puede venir sino solo el mal y la muerte del hombre, lo cual es lo que ha venido a combatir con su entrega y su sacrificio de entrega a la muerte por amor del hombre. Nada lo va a distraer de ese fin, pues para eso se ha encarnado como Hijo de Dios Redentor. Aún así, sorprende una actitud casi misericordiosa con el mismo demonio, que al fin y al cabo es también criatura suya, pues ha surgido de sus mismas manos de amor creador. Accede a su petición de invadir la piara de cerdos para sobrevivir. Un gesto extraordinario, por encima de la retaliación extrema que podía haber invocado. Los paisanos del agraviado se cerraron en sí mismos y reaccionaron de la manera más natural, pensando solo en su conveniencia. No tuvieron en cuenta el beneficio obtenido por los endemoniados, sino que vieron la herida a sus intereses crematísticos. Por ello, ruegan al Señor que se marchara de allí. Todo un relato con las aristas más sorprendentes, pero que describen perfectamente la psicología humana más pura, cuando se deja llevar solo por el egoísmo y la búsqueda del propio bienestar, sin importar el bienestar de los hermanos: "En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: '¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?' A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: 'Si nos echas, mándanos a la piara'. Jesús les dijo: 'Vayan'. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país". El Señor da la señal clara de su poder. Nada está por encima de él. Él es quien tiene el poder, el dominio. Ningún otro poder está sobre el que Él tiene. Y no dudará jamás en usarlo en favor de su criatura amada. Lo hará además con decisión y seriedad. Nada lo distraerá de ello. Porque ha venido para salvarnos y entregará su vida en función de eso. Somos todos beneficiarios de ello, convencidos de que esa finalidad será cumplida eternamente.

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