La obra de Jesús, Dios que se ha hecho hombre para el rescate de la humanidad que había perdido el rumbo del encuentro con el Padre, llega a su culminación no solo con su entrega definitiva en la Cruz del sacrificio con el que manifiesta su intención última de ganar a los hombres de nuevo para Dios, sino que busca echar las bases definitivas para alcanzar el establecimiento de aquella situación idílica de plenitud que es el objetivo final del amor del Padre al crear al hombre y al mundo. La Redención de Jesús es, sin duda alguna, el punto más alto de demostración de amor de Dios por la humanidad, al enviar a su propio Hijo para que realizara el gesto de entrega que rescatara a ese hombre que en su soberbia había decidido emprender rutas, motivado por su soberbia y su egoísmo, que lejos de afianzarlo más en una verdadera humanidad, lo alejaba de ella, y lo hacía cada vez menos hombre. El hombre, lejos de Dios, se colocaba también cada vez más lejos de su propia humanidad. Es una historia que se ha repetido una y otra vez, y que ha tenido ejemplos clarísimos anteriormente. Mientras el hombre se aleja de Dios, su Creador, una y otra vez, ofrece la posibilidad de que la humanidad tome conciencia de su propia debacle y hace ver con su acción de amor el deseo de que el mismo hombre caiga en la cuenta de qué es lo que más le conviene. Incluso lo hace echando mano de pueblos paganos, opresores, a los que invita a la conversión y al cambio de conducta: "El Señor dirigió la palabra a Jonás: 'Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré'. Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando: 'Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada'. Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor. Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó". La invitación a la conversión tuvo su efecto en Nínive.
La llegada de Jesús da la impronta de urgencia a esa llamada a la conversión. Ya no hay más tiempo. El Antiguo Testamento era el tiempo de la preparación, de la espera. Todo hombre y toda mujer que viviera en esa espera tenía que disponer bien su corazón para convencerse de la necesidad de abrir espacio para la llegada de Aquel que estaba prometido y que venía. La llegada del Mesías Redentor no era solo la llegada del rescate prometido, sino que era la llegada del establecimiento de la novedad radical de vida que representaba el Reino de Dios que se venía a instaurar con la irrupción del amor divino hecho humano en Jesús. Los valores del Reino quedarían como ese legado definitivo, estable y eterno para los hombres y para el mundo: "Digo esto, hermanos, que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina". Hay una situación de absoluta novedad, inédita, por cuanto ya no es una promesa, sino un cumplimiento definitivo. La situación del mundo y del hombre es totalmente nueva y hay que esforzarse en vivirla en esa total novedad. Es el mundo nuevo que está irrumpiendo con el Hombre Nuevo, Jesús.
Por eso la llamada no es solo a la conversión, sino que da un paso más allá. Es una invitación a creer en el Evangelio. Esto significa no solo arrepentirse del camino equivocado que se ha tomado, sino a asumir el camino nuevo del Reino, en el que es rechazado todo lo que aleje del amor. Creer en el Evangelio significa asumir las bondades del Reino: el amor, la justicia, la paz, la fraternidad, la solidaridad. Es dejar a un lado todo lo que tenga sabor a egoísmo, a soberbia, a vanidad, a ventajismo. Es querer integrarse a esa comunidad que quiere vivir ya el Reino, aquí y ahora, y entrar a formar parte de ese grupo de discípulos que quiere integrarse a establecer el Reino en todo. No solo busca creer en Jesús, arrepentirse de los pecados, ser mejores, sino hacerse obreros en la causa del Reino: "Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: 'Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio'. Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: 'Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres'. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él". Cada uno de esos llamados somos nosotros mismos. Ya no buscamos solo el perdón de nuestros pecados, sino que queremos ser socios de Jesús en el establecimiento del Reino en el mundo.
Señor Jesús que tus palabras no se pierdan, ya que depende de nosotros que tú seas más conocido, más amado, mas seguido, danos la gracia de seguir tu llamado😌
ResponderBorrarLa llamada que nos hace Jesús no solo es a la conversion, sino tambien a creer en el evangelio con ese amor humano y divino que representaba pertenecer al reino de Dios...
ResponderBorrarLa llamada que nos hace Jesús no solo es a la conversion, sino tambien a creer en el evangelio con ese amor humano y divino que representaba pertenecer al reino de Dios...
ResponderBorrarLa llamada que nos hace Jesús no solo es a la conversion, sino tambien a creer en el evangelio con ese amor humano y divino que representaba pertenecer al reino de Dios...
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