viernes, 15 de enero de 2021

Temamos no hacer lo que debemos hacer para descansar contemplando las obras del amor

 Catholic.net

Hay temores de temores. Y hay descansos de descansos. El autor de la Carta a los Hebreos, haciendo retrospectiva de lo que ha sido la historia de la relación de Israel con Dios, habla de ambos, como queriendo poner los diversos temores y descansos posibles uno frente al otro, de manera que se entienda bien lo que Yahvé ha querido que el pueblo asuma de lo que Él quiere. En algún momento, ante la rebeldía del pueblo de dejarse dirigir por Dios, por esa voluntad amorosa de mantenerlo junto a Él, en un aparente hartazgo de su conducta, lo rechaza y le asegura que le cerrará las puertas a ese descanso, que no es otra cosa que la plenitud de la felicidad al contemplar eternamente a Dios, su obra de amor, disfrutando de ese intercambio de amor. Por ello, el predicador insiste a los discípulos de Cristo en la necesidad de un temor sano, que sería ese temor de no estar en la línea del camino que conduce a esa plenitud. El temor no debe ser un temor paralizante, que deje perplejo sin ver las opciones que se pueden asumir. Debe ser un temor activo, creativo, que impulse a realizar las obras que se necesitan para que no se cierren nunca las puertas del descanso añorado. Es el temor que eleva y no paraliza y que, por el contrario, hace valientes, asumiendo la responsabilidad propia en la construcción del propio mundo futuro de bienestar eterno y el de los suyos. Quien asume ese temor positivamente, será un constructor. Nunca será un destructor de un futuro mejor, como lo sería quien se mueve por el temor de perder prerrogativas o ventajas que quiera obtener alejándose de Dios, con lo cual se enrumba hacia el precipicio de una vida perdida en la nada de una eternidad sin Dios. Por eso, el temor que mueve a la búsqueda del descanso añorado, será siempre un temor sano, que hay que procurar no perder jamás.

La insistencia de la Carta a los Hebreos tiene sentido ante un pueblo que no terminaba de asumir que tenía una tarea que cumplir, abriendo su corazón a la presencia activa de la salvación por amor que vino a traer Jesús. Su obra de rescate de la humanidad, además del perdón de los pecados y de mantener su deseo de beneficiar continuamente al hombre, implicaba para todos el alinearse en la misma ruta de procura de beneficios para todos. No se trataba simplemente de ser receptores de beneficios, sino de convertirse en multiplicadores de ellos para todos. El cristiano es quien ha sido beneficiado con todos los dones que Jesús derrama, pero que los recibe sabiendo que no puede quedarse en un disfrute individual de ellos, y además que ese disfrute se asegura solo en la medida en que quiera ser distribuidor de los mismos para todos. Por eso, el descanso del que habla el autor no es un descanso pasivo, en el que no haya más nada que hacer. Por el contrario, es el descanso del que contempla la obra del Redentor en el mundo y cómo, también por su concurso, llega a los más que se pueda. El descanso del guerrero no será, entonces, el del que no ha luchado, sino el del que contempla todo lo que se ha avanzado en la lucha: "Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de ustedes crea haber perdido la oportunidad. También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les sirvió de nada a quienes no se adhirieron por la fe a los que lo habían escuchado. Así pues, los creyentes entremos en el descanso, de acuerdo con lo dicho: 'He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso', y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo. Acerca del día séptimo se dijo: 'Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho'. En nuestro pasaje añade: 'No entrarán en mi descanso'. Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia". Es el temor de no entrar en el descanso de la plenitud final por no haber hecho lo que se debía hacer.

Nuestra vida debe convertirse, entonces, en una continua muestra del deseo de entrar en esa plenitud del amor que nos promete Jesús para la eternidad. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante la posibilidad que se presenta a nuestra vista: o luchamos por entrar en esa felicidad eterna prometida, o nos quedamos de brazos cruzados pasivamente viendo cómo esa posibilidad de felicidad eterna se nos va de las manos. El final de ese camino hacia la eternidad que se nos presenta es muy distinto para quienes deciden ponerse en la línea de la vida eterna feliz. La contemplación de lo que se vivirá en ese momento nos debe mover a asumir con seriedad la responsabilidad con lo que tenemos entre manos y que Dios mismo ha puesto en nuestras manos. Podríamos decir que somos responsables de algo que no nos pertenece, que es nuestra propia vida, pues ella ha sido una donación amorosa de Dios. Asumir nuestra responsabilidad es querer devolver a Dios lo que es de Él. Así se entiende que hay que asumir que todos los beneficios tienen su origen en Él y que es necesario recurrir a Él para seguirlos recibiendo. Lo entendieron perfectamente aquel paralítico y sus amigos, que se acercaron a Jesús para confirmar que sus vidas estaban en sus manos amorosas y que solo de Él podían seguir obteniendo los beneficios que querían: "Cuando a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra. Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde Él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: 'Hijo, tus pecados te son perdonados'. Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: '¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?' Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: '¿Por qué piensan eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados' o decir: 'Levántate, coge la camilla y echa a andar'? Pues, para que vean que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-: 'Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa'. Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: 'Nunca hemos visto una cosa igual'". Jesús demuestra que ha venido para hacer el bien a todos. Que es el Dios que tiene poder para perdonar pecados y para curar a los enfermos, haciendo las maravillas que hace Dios en medio del pueblo. Que estando con Él no hay por qué sentirse paralizados en el temor sino lanzados a los caminos del bien para descansar contemplando las maravillas que pueden hacer su amor y su poder cuando nos dejamos confiados en sus manos.

5 comentarios:

  1. Padre, permite que tu Espíritu Santo nos lleve ante ti como lo logró el paralitico, y que sepamos ser dóciles a tu Gracia. Señor Sánanos☺️

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  2. Buenos días Monseñor:

    La advocación de la Divina Pastora, como todas las advocaciones ha de la Virgen María, por su naturaleza milagrosa, nos invitan directamente a la conversión, porque está conectada directamente con la misericordia de Dios, como nos lo demuestra nuestro Señor Jesucristo en el evangelio que se nos presenta.

    Gracias Monseñor por dedicarnos el tiempo en este estilo particular de la presentación de la palabra y su reflexión. Amén 🙏.

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  3. Buenos días Monseñor:

    La advocación de la Divina Pastora, como todas las advocaciones ha de la Virgen María, por su naturaleza milagrosa, nos invitan directamente a la conversión, porque está conectada directamente con la misericordia de Dios, como nos lo demuestra nuestro Señor Jesucristo en el evangelio que se nos presenta.

    Gracias Monseñor por dedicarnos el tiempo en este estilo particular de la presentación de la palabra y su reflexión. Amén 🙏.

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  4. Bonita reflexión de la plenitud del amor, que nos ofrece Dios para la eternidad.

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  5. Bonita reflexión de la plenitud del amor, que nos ofrece Dios para la eternidad.

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