Después del Sacerdocio asumido por el Hijo de Dios hecho hombre, todo ejercicio del sacerdocio pasa necesariamente por el único válido, que es el de Jesús, que ha completado totalmente su obra mediante la implantación de los valores del Reino, que serán los imperecederos, los que nunca pasarán, pues serán los que ha establecido Dios que prevalezcan luego de la obra de rescate por la entrega del hombre Jesús, su Hijo hecho hombre, con lo cual ha ofrecido el sacrificio definitivo y totalmente satisfactorio. Ya no hay necesidad de ofrecer más sacrificios, como tenía que hacer el sacerdote antiguo cada vez que entraba en el santuario. La entrada de Jesús es definitiva y totalmente satisfactoria, por cuanto ningún sacrificio de animal contiene lo que representa. La única entrega definitiva, que hace ya absurda cualquier otra entrega, es la del Dios que se ha hecho hombre, sacrificado una vez y para siempre, y que hace ya innecesaria otras entregas que serían solo simbólicas, pero que no contendrían ya de ninguna manera posible lo que sí contiene el sacrificio del Redentor. Jesús rescata a la humanidad, la trae a la presencia del Padre y la coloca a sus pies, con tal de que ella misma acepte que ese sacrificio logra la meta final del establecimiento definitivo del Reino entre los hombres. A menos que el mismo hombre se niegue a recibir todo el tesoro que ello representa, la realidad de la novedad absoluta del hombre y del mundo es ya un logro alcanzado para el hombre y para el mundo. Solo el que se empeñe en mantener por soberbia, pretendiendo con ello hacerse más que el mismo Dios, esa autonomía radical, una emancipación que no tiene otra meta superior sino solo la de autoafirmarse en sí mismo, oscureciendo con ello su propio futuro que quedará en la nada pues no tendrá visos de eternidad, frustrará en sí ese futuro de plenitud hacia el cual él está encaminado.
Ese perjuicio lamentablemente dañará no solo su propia vida, sino que pretenderá, con la fuerza del mal, atraer a otros hermanos a esa perdición, cuando el engaño de una supuesta superioridad delante de Dios los conquistará absurdamente. La fuerza del mal hará que sus aliados en el daño a otros sean cada vez más, tiñendo de oscuridad un futuro que puede ser realmente luminoso, cuando se colocan bajo la iluminación de un bien que será inobjetable, por cuanto será la realidad que al final imperará eternamente. No será de ninguna manera una nueva situación que apunte al individualismo, pues el discipulado de Jesús y el servicio a su sacerdocio se aleja diametralmente del egoísmo o de la vanidad personal, y más bien apunta a una experiencia de fraternidad que hace de la humanidad una experiencia de solidaridad en la que se debe procurar que todos avancen por las mismas rutas de la experiencia de los valores del Reino: el amor, la solidaridad, la justicia, la fraternidad, la paz. Nadie en esa nueva realidad del Reino establecido por el sacrificio de Jesús será ya un ser aislado, sino que formará parte de ese gran pueblo nuevo, hecho nuevo en el amor de entrega y en el sacrificio de instauración de la nueva realidad en el mundo: "Hermanos, teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que Él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. No deserten de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino anímense tanto más cuanto más cercano ven el Día". La meta es la vida de comunidad, como un solo hombre, bajo un mismo Dios, guiados bajo la batuta del único Dios que se hizo hombre.
Es por ello que esa luz que recibimos de la obra de entrega de Jesús, su muerte que no solo perdona nuestros pecados, sino que nos hace a todos una misma cosa, como es su deseo final, busca que nuestro camino siempre esté iluminado con la luz de los valores del Reino que imperarán. Toda oscuridad que pretenda imponerse en esta novedad del Reino encontrará en la luz del Resucitado su más firme fuerza opuesta, por cuanto es la luz que resplandecerá eternamente. Ese es el objetivo que Dios ha establecido para el hombre y para el mundo. La oscuridad de ninguna manera tendrá cabida, y quien pretenda ponerse al servicio de la penumbra, se encontrará con la luz resplandeciente que lanzará Jesús, que será la luz de la vida y del alcance de todo lo que de bien existirá eternamente cuando se establezca definitivamente el Reino eterno del Padre: "En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: -'¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga'. Les dijo también: -'Atención a lo que están oyendo: la medida que usen la usarán con ustedes, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Lo nuestro es el Reino. Hacia allá estamos llamados todos. Y esa realidad, a menos que nosotros mismos nos pongamos en la línea de equivocación, nadie podrá quitárnosla.
La luz que debe iluminar a todos los seguidores de Jesús es una promesa o una exigencia que llegará a manifestarse, porque corresponde a los discípulos, proclamar el reino de los cielos.
ResponderBorrarLa luz que debe iluminar a todos los seguidores de Jesús es una promesa o una exigencia que llegará a manifestarse, porque corresponde a los discípulos, proclamar el reino de los cielos.
ResponderBorrar