En esta historia de encuentro de Dios con los hombres en Jesús, desde su infancia humana, se nos siguen presentando acontecimientos maravillosos cargados de significaciones diversas y de contenidos teológicamente muy ricos, que nos van dando una perspectiva de comprensión de la intención divina de salvación. Cada uno de ellos echa una luz distinta sobre la obra salvadora y de rescate que ha emprendido Dios en favor de su criatura predilecta. Dios lo ha creado todo, pero no lo ha dejado todo a su libre albedrío. Respeta la libertad con la cual imprimió su obra, pues fue una cualidad propia con la que quiso marcar todo lo que surgía de su mano, pero también busca que su creación avance según el designio de su plan original, que es el de que todo llegue a aquella plenitud que es la meta final, teniendo como primer objetivo la plenitud eterna del mismo hombre creado. Nada de lo creado tiene sentido si en medio de ello no está el hombre. Solo el hombre tiene la capacidad de gozar y disfrutar de todas las bondades con las cuales Dios ha llenado al mundo. Ninguno de los otros seres de la creación son capaces de valorar conscientemente todas las riquezas que han sido puestas en sus manos. Las disfrutan, pero no las concientizan. El agradecimiento del hombre surge, por lo tanto, no solo por haber sido creado desde el amor de Dios, sino en haber sido enriquecidos con la conciencia de todos los beneficios que ha recibido desde ese mismo amor divino. Es por ello que Dios espera, desde ese espíritu de agradecimiento que debería surgir del corazón humano, un compromiso para avanzar en su encuentro, para lo que se debe emprender un camino de búsqueda esforzado sin dejar nada a un lado.
Ese esfuerzo que la humanidad debe hacer, debe surgir de un convencimiento de que las obras del bien que ha realizado Dios desde su amor no han sido realizadas para un grupo mínimo de privilegiados, por lo cual otros quedarían totalmente excluidos de ellas, y por lo tanto, del amor divino. Es absurdo pensar que en Dios pueda haber una intencionalidad de exclusión de alguien. El amor de Dios es eterno e infinito. Ha existido desde siempre y jamás dejará de existir. Por ello, cuando Dios derrama su amor, lo derrama sobre toda la humanidad. Nadie deja de recibir ese amor universal. La salvación, en este sentido, es para todos: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad", ha dicho San Pablo a las primeras comunidades cristianas. Por ello tiene mucho sentido la comprensión que tuvo Pablo sobre la misión que le fue encomendada cuando fue elegido: "Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de ustedes, los gentiles. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio". Esa salvación que ha traído Jesús no podía quedar como beneficio de un grupo reducido. Es para la humanidad entera. Por ello, la alegría del mundo, tal como estaba anunciado por los profetas, será total. Dios no es el Dios de un pueblo o de un grupo particular. La salvación que promete ese Dios no es para un puñado de hombres, sino para todos. Todos podrán gozar de la dicha que produce saberse en la vivencia de la plenitud del amor: "¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor". La humanidad entera se goza con la llegada de esa plenitud anunciada.
Así se entiende como unos hombres de prestigio de otras latitudes, en el momento del nacimiento del Redentor del mundo, reciben portentosamente el anuncio de la llegada de este nuevo Rey que llega al mundo en medio de la mayor humildad y de la mayor pobreza, demostrando la mayor debilidad. Para ellos, quedaba muy claro que ese nuevo Rey no tenía nada que ver con gobiernos que subyuguen, con poder político o militar, con dominio sobre otros. Este poder que erigía este Rey anunciado en medio de la más pacífica de las formas posibles, era un poder distinto. Era el poder del Amor que quería Dios que quedara muy claro. Por ello, además de haber convocado a los más humildes de la sociedad, representados en los pastorcitos de Belén, los convoca a ellos, señores del mundo, para que quedara bien establecido que Él no venía a competir por el poder humano, sino que venía a establecer un Reinado distinto, que era el del Amor, en el cual ninguno quedaba excluido. Ni siquiera ellos, que no pertenecían al pueblo elegido. Ellos eran los primeros representantes de toda esa humanidad que recibía el beneficio del cumplimiento de la promesa de plenitud: "Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: '¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo'. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: 'En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: 'Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel'. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: 'Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo'. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino". Esa salvación anunciada para la humanidad comienza a hacerse una realidad total en estos hombres que vienen de lejos. Además del mismo pueblo elegido desde el inicio, el corazón de Dios acoge a cada hombre y a cada mujer de la historia. Nos acoge a ti y a mí, a todos, pues es un corazón que ama eterna e infinitamente. Y nunca se negará a darnos una salvación que ya nos pertenece, pues desde que existimos, lo hacemos para ser única y exclusivamente de Él.
Esta claro que la misión de la iglesia es llevar la luz del evangelio a todos los pueblos y culturas del mundo,Así como los Reyes Magos buscaron favorecer la Epifanía, la manifestación del Señor desde la humildad y sencillez de la cuna y del Recién Nacido.
ResponderBorrarEsta claro que la misión de la iglesia es llevar la luz del evangelio a todos los pueblos y culturas del mundo,Así como los Reyes Magos buscaron favorecer la Epifanía, la manifestación del Señor desde la humildad y sencillez de la cuna y del Recién Nacido.
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