La pugna entre el bien y el mal está presente en el mundo prácticamente desde el primer momento de la existencia del hombre. Éste, habiendo sido creado desde el bien y para el bien, también tiene la capacidad del mal. Puede ponerse a su servicio, cuando quiere desplazar una fuerza que se encuentre por encima y le impida, a su parecer, ser él mismo. El hombre que sueña con la total emancipación se auto engaña creyendo que llegará a ser más, lejos de Dios, lejos del bien, lejos de lo único que le puede llevar a la plenitud. El camino del bien, en este sentido, es exigente, por cuanto, entre otras cosas, pone como condición la humildad de aceptar que la felicidad jamás podrá ser alcanzada alejados del bien y del amor, y que, por el contrario, ponerse al servicio del mal solo traerá frustraciones y angustias. Quien se aleja del bien, se aleja de Dios, del amor, de la justicia, de la fraternidad, de la solidaridad, y comienza a vivir en la frustración de la soledad, de la violencia, del egoísmo, de la vanidad, del desierto espiritual. La falta de un referente que eleve su ser a alturas superiores de las que normalmente corresponden a la naturaleza humana, deja en la "normalidad" rastrera lo que puede llegar a ser un camino hacia la plenitud total que desea el Dios que nos ha creado. Dios quiere lo mejor para sus criaturas. Y para el hombre quiere lo mejor de todo. Ya lo ha bendecido con todos los bienes que continuamente pone en sus manos, y nunca dejará de hacerlo. Pero quiere que el mismo hombre se acerque a la fuente de todo bien para seguirlos recibiendo y para recibir aún más, para llegar a la plenitud que el Señor desea para quien quiere que sea solo suyo...
Desde el mismo principio de la predicación apostólica, la preocupación de los grandes oradores y escritores, como San Juan, apuntó a poner sobre aviso a los discípulos acerca de lo que estaba sucediendo con el conocimiento acerca de Jesús, de su obra y de su mensaje de amor. Esa pugna entre el bien y el mal no era extraña y, por el contrario, con la llegada del Mesías, se agudizaba, pues se hacía presente quien venía a plantar la bandera del bien en la tierra. Los que se oponían con su maldad a que el bien venciera se ponían en pie de guerra, para que incluso de entre aquellos que en algún momento decidieron ser discípulos de Cristo, surgieran los "anticristos" que se enfrentarían con sus criterios contrarios al mensaje de amor y salvación que traía Jesús. Él no empezó su obra de rescate presentando en primer lugar la necesidad del arrepentimiento u ofreciendo el perdón de los pecados de la humanidad. Con ser éste el objetivo último de su obra redentora, no es lo primero que hace. Lo que muestra primero a los hombres es el rostro de amor, de poder y de misericordia que Dios quiere que quede grabado en el corazón y en todo el ser de aquellos a los que viene a rescatar. Dios no es solo un Dios de poder. Es un Dios de piedad. Con Jesús ha venido a rescatar al hombre, reclamando lo que le pertenece. Por ello, su palabra primera es la de la invitación a vivir en su Reino de Amor, que es la Verdad última que se vivirá: "Queridos hermanos: Cuanto pidamos lo recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos míos: no se fíen de cualquier espíritu, sino examinen si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podrán conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual han oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Ustedes, hijos míos, son de Dios y lo han vencido. Pues el que está en ustedes es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error". Estas son las "normas" del Reino que ha venido a implantar Jesús y que deben convertirse en nuestra norma de vida si queremos avanzar hacia esa plenitud que se nos ha prometido.
Todo el que se quiera alinear en ese grupo de seguidores de Cristo tiene en Él mismo el mejor modelo. Habiendo escuchado sobre el prendimiento del Bautista, Jesús se retira a otras tierras para seguir cumpliendo con la tarea encomendada. Y esa tarea no es otra que la continuidad de lo que ya había iniciado Juan, que era el anuncio de la llegada del Mesías, de su Reino, de la implantación de los valores de ese Reino que pasarían a ser el mayor tesoro que podían poseer los hombres, pues era la seguridad de la presencia corporal de Dios en Jesús desde ese momento y para siempre, para lo cual era necesaria la buena disposición del corazón y de todo el ser, es decir, de la conversión, de modo que se asiente en cada hombre ese Reino con todos sus valores. A Jesús no le interesa en ese primer momento la demostración de su poder divino, que posee pues Él es el Dios que se hace hombre. Le interesa que a cada uno le llegue el mensaje del amor y de la misericordia: "En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: 'Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló'. Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: 'Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos'. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y Él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania". Los hombres empiezan a vivir esa nueva época de amor concreto y estable. No faltarán las dificultades, los pesares, las angustias, los sufrimientos. Eso nunca dejará de estar presente en la vida humana. Aquellos que en ese tiempo recibieron favores de Jesús, en su vida posterior siguieron viviendo esa normalidad de esfuerzos, dolores, enfermedades. La presencia de Jesús no eliminó los malestares. Pero sí les dio una perspectiva distinta, al iluminarlos con la luz de la esperanza, con esa "luz grande" que se vio con la llegada del Mesías, y su obra de implantación del Reino de los cielos, y que sigue presente hoy en nuestro mundo. Por eso, a pesar de las condiciones negativas que podamos estar viviendo, debemos dar lugar a esa esperanza del futuro de felicidad plena que nos regala nuestro Dios de amor.
Padre Santo, abre nuestra mente y corazón para que esta oración nos de la sabiduría para comprender y transmitir tu verdad. Espíritu Santo haznos dóciles a todas tus inspiraciónes☺️
ResponderBorrarLa presencia del Reino de Dios tiene como esperanza en el futuro, cambios en la orientación de la vida,o sea situaciones nuevas donde se viva la paz, la justicia y abundancia de bienes.
ResponderBorrarLa presencia del Reino de Dios tiene como esperanza en el futuro, cambios en la orientación de la vida,o sea situaciones nuevas donde se viva la paz, la justicia y abundancia de bienes.
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